miércoles, 29 de agosto de 2012

A Roma para dar gracias al Papa por “Summorum Pontificum”

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Como se ha hecho público recientemente, distintos grupos de fieles que, agradecidos por el Motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, celebran y difunden la Santa Misa en la Forma Extraordinaria del Rito Romano, han constituido en Roma un “Coetus Internationalis pro Summorum Pontificum”, con el fin de organizar una peregrinación a Roma para los primeros días de noviembre en la cual agradecerán al Santo Padre este documento y le manifestarán su fidelidad. La peregrinación concluirá con la celebración de la Santa Misa según el Misal del Beato Juan XXIII en la Basílica Vaticana. Presentamos la entrevista que el señor Thomas Murphy, secretario tanto de la Federación Una Voce como del flamante Coetus Internationalis, ha concedido para explicar un poco esta importante iniciativa.

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Señor Thomas Murphy, usted es el portavoz oficial del Coetus Internacionalis pro Summorum Pontificum: ¿cuál es el objetivo de este Comité?


El Coetus Internationalis reúne varios grupos de fieles que trabajan, cada uno a su modo, en apoyo de Summorum Pontificum. Unir estos grupos en la caridad y trabajar juntos es nuestro primer objetivo. El objetivo principal del Coetus Internationalis es organizar una peregrinación a Roma el próximo fin de semana de Todos los Santos.


Aprovechamos la ocasión del Año Santo de la Fe y el 5º aniversario de Summorum Pontificum para invitar a asociaciones, grupos y movimientos de fieles, provenientes de toda Europa y del mundo, a unirse a nosotros en Roma para una manifestación de apoyo al Santo Padre y para darle gracias por la “Carta Magna” con la que ha “liberalizado” el Rito Gregoriano. Ésta es nuestra invitación a todos los fieles: a afirmar nuestra fe católica y nuestra fidelidad al Romano Pontífice y expresar nuestro convencimiento de que también la liturgia tradicional en latín es un instrumento para la nueva evangelización, incluyendo su fascinación en los jóvenes y su universalidad.


La peregrinación se concluirá con una Misa Pontifical en la Forma Extraordinaria del Rito Romano, el sábado 3 de noviembre a las 10 hs en la Basílica de San Pedro, corazón del catolicismo.

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¿Cuáles son los movimientos que han adherido a la iniciativa?


La lista de los movimientos se amplía casi cada día. Tenemos intención de presentar un elenco inicial con ocasión del anuncio oficial de la peregrinación, el 10 de septiembre, pero algunos movimientos merecen particular mención desde ahora. Hablo también en calidad de Secretario de la Federación Internacional Una Voce (FIUV), que ha dado su notable apoyo al Coetus Internationalis. Las asociaciones miembros de nuestra Federación presentes en los cinco continentes, en particular Una Voce Italia, han aportado su preciosa contribución a los trabajos del Coetus Internationalis.


Una excelente contribución ha sido dada también por el Coetus nationalis pro Summorum Pontificum (CNSP), que reúne a los grupos y organizaciones de la península italiana, entre los cuales algunas de nuestras asociaciones de Una Voce. Quisiera también hacer una mención de honor de la magistral y bien conocida asociación francesa Notre-Dame-de-chrétienté, organizadora de la peregrinación anual a Chartres, y a la Foederatio Internationalis Juventutem, los jóvenes que apoyan Summorum Pontificum y que se han hecho conocer con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud; asociaciones, éstas, que han confirmado su adhesión al Coetus Internationalis en los pasados días.


El apoyo de estos grupos y movimientos es fundamental si queremos alcanzar nuestros objetivos: no sólo crear una caritativa unidad y colaboración entre todos los que apoyan el Summorum Pontificum, sino también dirigir nuestros agradecimientos al Romano Pontífice por Summorum Pontificum y, sobre todo, profesarle nuestra fidelidad durante la próxima peregrinación en los primeros días de noviembre. Repito la invitación a cada grupo que apoya Summorum Pontificum a unirse al Coetus Internationalis.

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¿Puede decirnos algunos otros detalles sobre los desarrollos de la organización de la peregrinación, como, por ejemplo, el nombre del celebrante?


Estamos trabajando duramente, a pesar de la pausa estival, sacrosanta en Roma. El nombre del celebrante será hecho público con ocasión del anuncio oficial de la peregrinación en el mes de septiembre.


Además de la Misa en la Basílica de San Pedro, invitamos a cada grupo que venga a Roma a organizar en la Ciudad Eterna una ceremonia religiosa o un encuentro de oración durante aquel fin de semana de Todos los Santos. Con este fin, nuestro capellán, el Padre Claude Barthe, autor de numerosos libros y artículos en materia litúrgica, se pondrá en contacto con los grupos de peregrinos y con los sacerdotes presentes en Roma para la ocasión. Cualquiera que estuviese interesado puede contactar nuestra Secretaría en la dirección cisp@mail.com o escribir a secretary@fiuv.org.

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El anuncio oficial de la peregrinación se dará el 10 de septiembre, apenas ocho semanas antes de la Misa del 3 de noviembre. El tiempo es poco. ¿Cuántos peregrinos esperan que vengan a Roma?


Es cierto: los tiempos son breves. Sin embargo, el Coetus Internationalis ha llevado a cabo ya mucho trabajo, de manera discreta, en los muchos meses precedentes. He sabido que los peregrinos previstos en Roma están estimados entre los 3000 y 4000, provenientes de todo el mundo.


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Usted ha dicho que es también el secretario de la FIUV. ¿Qué rol ha desarrollado la FIUV en esta peregrinación y cómo se ubica entre sus actividades?


Siendo la más antigua organización de laicos activa para la conservación de la liturgia tradicional en latín, la Federación Internacional Una Voce ha estado involucrada desde el comienzo en la organización de la peregrinación. Nuestra red de Asociaciones y Federaciones en 33 países en los cinco continentes atribuye gran importancia a la colaboración y a la íntima unión en la caridad. Era natural, por lo tanto, que la FIUV fuese uno de los primeros y decisivos sostenedores del Coetus Internationalis.


Nuestra Federación va a Roma cada dos años para una Asamblea General de los Socios, pero estábamos ansiosos de realizar un particular esfuerzo para celebrar el 5º Aniversario del Summorum Pontificum y demostrar nuestra fidelidad al Papa durante el Año de la Fe. La peregrinación a Roma del próximo mes de noviembre será la ocasión ideal para repetir lo que los católicos hacen desde siempre: una peregrinación a las tumbas de los Apóstoles y una declaración pública de su fidelidad al Papa.


Lo que hay de peculiar en el Coetus Internationalis, y esto debería interesar a todos aquellos que apoyan el Summorum Pontificum, es su estar por encima de las divisiones. Se trata de un sencillo acto de amor por parte de muchas almas reunidas en los diversos movimientos católicos, que tratan todas de incluirse en nuestra única y visible expresión de fe, de agradecimiento y de fidelidad. A todos aquellos que comparten nuestra fe católica, que comparten nuestra gratitud por Summorum Pontificum y que comparten nuestra fidelidad al Santo Padre, a todos aquellos que escuchan mis palabras digo: “¡Vengan con nosotros a Roma!”.

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Fuente: Messainlatino


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 27 de agosto de 2012

Card. Barbarin: “Si un Parlamento se cree el buen Dios, entonces estamos en peligro”

 

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El periódico Avvenire ha entrevistado al Cardenal Philippe Barbarin, Arzobispo de Lyon y Primado de las Galias, sobre la realidad de la Iglesia en esa Nación, en vísperas del Año de la Fe y en medio del enfrentamiento al plan del gobierno socialista de introducir en Francia el matrimonio entre personas del mismo sexo. Ofrecemos nuestra traducción en lengua española.

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“El Año de la Fe es un hermoso regalo, para Francia y para toda la Iglesia. Ya hemos vivido un Año del sacerdocio extraordinario, con la impresión, en Lyon, de ser por un año como la aldea de Ars. El Año de la Fe nos permitirá profundizar el Credo y conocer mejor el Catecismo de la Iglesia Católica. Es lo que el Papa ha querido hacer el año pasado con los jóvenes, en la JMJ de Madrid, ofreciendo su Youcat”. El cardenal Philippe Barbarin, primado de las Galias en calidad de arzobispo de Lyon, es conocido por su compromiso en el diálogo ecuménico e interreligioso, pero también por el eco particular de sus intervenciones a nivel nacional. La semana pasada, Le Figaro abrió en primera página con un llamamiento del prelado que ha sonado como una advertencia para la clase política: “No se debe desnaturalizar el matrimonio”.

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¿Qué significa hoy la clásica expresión “Francia, hija primogénita de la Iglesia”?


Hace referencia a una historia muy rica que debemos recordar y por la cual es necesario dar gracias a Dios. Pero hay que tener cuidado de no dejarse invadir por el pasado, por ser tan maravilloso. El Señor nos espera en el presente y futuro. Lyon, por ejemplo, recuerda a sus mártires del siglo II, convertidos en una fuente de evangelización de las Galias y del norte de Europa. Pero recordamos que la palabra griega mártir quiere decir testigo. Este impresionante punto inicial de nuestra Iglesia nos lleva a plantearnos una pregunta esencial: “¿Somos los servidores y los testigos del Señor?”.

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¿Cómo se expresa, en los modos más elocuentes, el impulso misionero de la Iglesia?


En Francia somos muy afortunados. Hay extranjeros que me confían su admiración frente a las iniciativas, múltiples y vigorosas, tomadas para la nueva evangelización. Tenemos escuelas teológicas y movimientos espirituales muy vivaces y audaces. Basta pensar en el nuevo studium de Notre Dame de Vie, en Venasque, o en el de la facultad de Notre Dame en París, o en el renacimiento de los dominicos en Toulouse. Conocemos un desarrollo impresionante de las nuevas comunidades, similar al de Brasil. Algunas, como Emmanuel y Chemin Neuf, tienen ya cerca de 40 años de experiencia. Se pueden evocar también las innumerables innovaciones misioneras, a través de la música y los conciertos, o nuevos sitios de internet de evangelización. En mi diócesis vivimos la hermosa experiencia de los “Trabajadores de la Fe”, en la estela del llamado lanzado por Juan Pablo II durante el Jubileo del año 2000.

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¿Dónde se encuentran las principales dificultades?


En cierto sentido, somos actualmente muy pobres, ya que piezas enteras se han derrumbado: muchos monasterios y seminarios han cerrado. El clero envejece y esto provoca un sufrimiento real, a veces incluso una cierta desestabilización de nuestras comunidades. Cada año, en Lyon, ordeno dos o tres sacerdotes, y mueren cerca de veinte. Al mismo tiempo, constatamos un verdadero dinamismo, una sorprendente vitalidad. No quisiera ser un optimista ingenuo, ni un sombrío pesimista. Hay situaciones alarmantes en numerosas diócesis y fuerzas de renovación un poco por todas partes.

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¿La presencia y la palabra de los católicos en la sociedad continúan siendo un desafío?


Tenemos libertad de palabra y el deber de expresarnos por el bien de la sociedad, sobre todo en esta fase de duda sobre el futuro de nuestra civilización. A veces tengo la impresión de que nuestra democracia está cortando el árbol sobre el que vive. En Francia hemos visto al poder perder la cabeza cuando se convirtió en una “monarquía absoluta” y se comenzó a hablar de un “rey sol”. Espero que no entremos en una era de “democracia absoluta”, olvidando que toda forma de poder está hecha, en primer lugar, para servir. Se dice a menudo que la democracia es el “régimen menos malo”. Tratando de permanecer en escucha y de respetar el bien de todos, un Parlamento debe votar una ley financiera y legislar. Pero si se arroga el derecho de cambiar los fundamentos de la sociedad, es decir, si se cree el buen Dios, entonces estamos en peligro. También un Parlamento puede conducir un país al abismo. Siempre es difícil permanecer humildes frente al poder.

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Lanzado a menudo, ¿el debate sobre la laicidad esconde fallas profundas?


Francia vive las secuelas de un viejo conflicto. Con la ley de separación de 1905, el Estado se compromete a garantizar la libertad de culto y confía a los creyentes la responsabilidad financiera de la Iglesia. Esto honra a los católicos: la formación de un seminarista cuesta 20 mil euros al año. El problema es que, detrás de la palabra laicidad, se esconde a menudo un cierto odio a la religión. Por lo tanto, sí una República laica, pero no una mentalidad laicista. El ex-Presidente de la República había promovido una “laicidad positiva”, lo que prueba bien que ella no lo es espontáneamente. Normalmente, esta palabra no debería requerir adjetivos. Pero, de hecho, Francia se debate todavía entre dos viejas corrientes: respetar la religión o combatirla.

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Fuente: Avvenire


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 21 de agosto de 2012

Cuando Pablo VI respondió al ‘68 con el Año de la Fe

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Presentamos nuestra traducción de este interesante artículo de Angela Ambrogetti, publicado en Korazym.

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Si septiembre será el mes del Líbano y de las Iglesias de Oriente Medio, con el viaje del Papa y la entrega del documento que recoge los resultados del Sínodo del 2010, octubre estará dedicado al Concilio Vaticano II. Benedicto XVI ha querido que la próxima Asamblea Sinodal estuviese dedicada a la Nueva Evangelización y que las celebraciones por los 50 años de la apertura de la gran Asamblea conciliar fuesen coronadas por la apertura del Año de la Fe. Se reúnen así dos eventos queridos por dos grandes Pontífices. El Concilio, convocado de modo inesperado por Juan XXIII, y el Año de la Fe, que Pablo VI quiso en los años post-conciliares para contrastar una deriva de la que todavía hoy se sienten los efectos.


El 11 de octubre, entonces, no será sólo un momento celebrativo, con los jóvenes en Plaza San Pedro con antorchas para recrear la atmósfera del “discurso de la Luna” del Papa Juan. El 11 de octubre será una ocasión para releer qué ha significado la apertura del Concilio. Un shock para cardenales, obispos y fieles, una profecía para la Iglesia que veía y anticipaba la atmósfera del ’68.


Todo nace sólo del corazón de un Papa, Juan XXIII, que para algunos no tenía nada que decir y que debía ser de transición. Al releer hoy aquellas páginas de historia y crónica parece entreverse la miopía de un mundo eclesial que imaginaba que nunca tendría que mirar al mundo contemporáneo. Y sin embargo, el problema era real. Había una enorme disparidad entre las finalidades indicadas por el Papa y los instrumentos a disposición de la Iglesia en aquellos primeros años ’60. Escribe pocos años después Benny Lai: “La situación de la Iglesia era menos tranquila de lo que parecía en la superficie. Dentro de los ambientes eclesiásticos se habían desarrollado, en el área cultural franco-alemán, tendencias innovadoras tanto en campo teológico como bíblico”. ¿Un fermento que el Papa quería detener? El Papa Juan, después del anuncio del 25 de enero de 1959, dedicó cada tarde a la preparación de la Asamblea, hasta aquel 11 de octubre de 1962, cuando todavía el Papa pensaba cerrar los trabajos para Navidad. Comenzó así también una cierta narrativa que veía en el Papa Roncalli al gran reformador, innovador. Con el tiempo se vio que, en efecto, el Papa era bastante conservador y tocó precisamente a su sucesor, Pablo VI, navegar en un post-Concilio tan borrascoso que requería una “puesta a punto”.


Evidentemente no fue suficiente. Pero el Papa, que conocía la Curia, sabía que fuera de los Muros Leoninos el fermento era grande y, a veces, hasta demasiado descompuesto. “Nos – dijo en la homilía de la Misa que concluía, el 28 de junio de 1968, el Año de la Fe – somos conscientes de la inquietud que agita a algunos ambientes modernos en relación a la fe. Estos no han escapado al influjo de un mundo que se está transformando enteramente, en el que tantas verdades son o completamente negadas o puestas en discusión. Más aún: vemos también a algunos católicos que se dejan llevar por una especie de pasión por los cambios y las novedades. Sin duda, la Iglesia tiene constantemente el deber de proseguir los esfuerzos para profundizar y presentar, de modo cada vez más apropiado a las generaciones que se suceden, los inescrutables misterios de Dios, fecundos para todos de frutos de salvación. Pero, al mismo tiempo, hay que tener sumo cuidado para que, mientras se realiza este necesario deber de investigación, no se derriben verdades de la doctrina cristiana. Si esto sucediera —y vemos dolorosamente que hoy sucede en realidad—, ello llevaría a una general perturbación y perplejidad en muchas almas fieles”.


El Papa “progresista”, como también en este caso se lo quería presentar, era perfectamente consciente de que en los momentos de mayor impulso reformador había que tener los pies sobre la tierra. Se lo entendió plenamente más tarde, cuando el ala más conservadora del Concilio tomó el camino de aquello que hoy es ya casi un cisma. Marcel Lefebvre reaccionó más a las interpretaciones que al Concilio mismo, pero luego sus seguidores han emprendido un camino totalmente divergente del seguido por Juan Pablo II primero y por Benedicto XVI hoy. Y es precisamente a Benedicto XVI quien tiene hoy la tarea que un día fue de Pablo VI. Después de la profecía, la reflexión; después de un Papa que lleva el Concilio a las Iglesias locales, un Papa que recuerde que la Iglesia es una en la riqueza de las diversidades. Después del entusiasmo de la adolescencia del Vaticano II, la madurez de una juvenil y meditada energía. Porque la Iglesia es joven, y la Nueva Evangelización profetizada por Juan Pablo II debe volverse concreta cotidianeidad en un mundo lacerado entre la tentación de lo viejo y la indiferencia de lo más nuevo.


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Fuente: Korazym


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 17 de agosto de 2012

Crisis de fe en la Iglesia de Alemania: “Sin asimilación del Catecismo, la fe se desvanece”

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Presentamos algunos extractos de un artículo de Andrea Galli, publicado en Avvenire, sobre la compleja realidad de la Iglesia en Alemania, en vísperas del Año de la Fe convocado por el Santo Padre, junto con la entrevista a Mons. Willhelm Inkamp, sacerdote alemán, historiador de la Iglesia y consultor de las Congregaciones para las Causas de los Santos y para el Culto Divino. Como rector del santuario bávaro de Maria Vesperbild, Mons. Inkamp se destaca por su empeño en promover la visión litúrgica del Papa Benedicto XVI. Es, además, un observador autorizado de la compleja situación del catolicismo alemán.

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El Año de la Fe visto y vivido por la Iglesia alemana será un año especial. No sólo es alemán el Papa que lo ha convocado, y alemán el nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, caso único en la historia. Alemania misma, con todo su peso, es un caso ejemplar de la secularización que ha investido brutalmente a Europa, y no sólo del norte.


Durante este pontificado no han faltado las agitaciones, advertidas hasta en Roma. Como el memorándum firmado por un grupo de 143 exponentes de diversas facultades de teología que, partiendo del escándalo de los abusos sexuales cometidos en algunas estructuras eclesiales, han propuesto un nuevo comienzo para la Iglesia alemana bajo la bandera de una ruptura: entre otras cosas, con el magisterio en el campo de la ética sexual, con la estructura jerárquica de la Iglesia misma, con el celibato sacerdotal.


Pero también en la Carta sobre la remisión de la excomunión a los cuatro obispos lefebristas – aquella en que Benedicto XVI recordó que “en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento” – alguno ha visto una referencia a ambientes y personalidades del catolicismo alemán en estas dramáticas palabras: “Me ha entristecido el hecho de que también católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado que debían herirme con una hostilidad dispuesta al ataque”.


Precisamente en Alemania, de hecho, a pesar de que la presencia de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X es bastante menor que en Francia, el intento de superar el cisma realizado por Lefebvre ha desencadenado reacciones polémicas.


A una comunidad eclesial gloriosa y compleja, atravesada todavía por instancias de renovación traumática y por tensiones que se remontan a los años `60 y `70, pero que al mismo tiempo ha dado a la Iglesia universal un Pontífice y uno de los mayores teólogos contemporáneos, a una Iglesia que ha visto una erosión constante de las vocaciones y del mismo número de fieles (150 los nuevos seminaristas registrados en el 2011, 100.000 los católicos menos cada año a partir del 2000), pero que continúa teniendo un gran impulso caritativo (450 millones de euros donados para proyectos de caridad y misioneros en los cinco continentes), Benedicto XVI ha indicado en persona las directivas para vivir el Año de la Fe.


Lo ha hecho en su viaje apostólico a Alemania en septiembre del año pasado y en los discursos que ha pronunciado. En uno en particular, al Consejo del Comité central de los católicos, ha querido tocar un punto difícil. La Iglesia alemana está “organizada de manera óptima pero – preguntó Ratzinger –, detrás de las estructuras, ¿hay una fuerza espiritual correspondiente, la fuerza de la fe en el Dios vivo? Debemos decir sinceramente que hay un desfase entre las estructuras y el Espíritu”.


El sentido teutónico del orden y la organización ha hecho de las 27 diócesis, de las curias y de su aparato máquinas eficientísimas e imponentes. Con un millón y medio de empleados, la Iglesia católica y la evangélica son juntas el segundo dador de trabajo en Alemania después de la administración pública. La Iglesia católica da trabajo en particular a cerca de 650 mil personas, de las cuales 500 mil empeñadas en la Caritas. Por esta desproporción entre aparato y fe auténticamente vivida – que concierne también al mundo de la teología, de la que Alemania continúa siendo una reserva de primordial importancia para autores, publicaciones y facultades -, así como por el riesgo de prestar excesiva atención a cuestiones en el fondo secundarias, ha venido la advertencia del Papa: “Si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz”.


Entrevista a Mons. Willhelm Inkamp


De entre los posibles frutos del inminente Año de la Fe, ¿de cuáles tiene más necesidad la Iglesia alemana?


Es necesaria una verdadera recepción del Catecismo de la Iglesia Católica, que debe convertirse en un fundamento vinculante para la transmisión de los contenidos de la fe. Esto vale para la preparación a los sacramentos, para el plan de formación y para los programas didácticos de los profesores de religión, obviamente hasta la preparación de los sacerdotes.

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Usted es el rector de un santuario muy famoso, signo de un amor secular del catolicismo alemán por la Virgen. ¿Este amor existe todavía o la importancia de María debe ser redescubierta?


Incluso sólo el título de “Mater Ecclesiae” muestra la importancia que la Virgen María tiene para este Año de la Fe. Ella es la “Puerta de la fe” y, por eso, también la “Puerta del Cielo”. En el santuario de Maria Vesperbild florece y arde el amor por la Madre de Dios. Y la piedad popular tendrá un significado especial en el Año de la Fe.

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Una actitud de contestación al Magisterio y un cierto espíritu anti-romano sobreviven en las Iglesias de lengua alemana, a pesar de que se han revelado estériles y en el post-Concilio han desertificado muchas comunidades cristianas. ¿Por qué resisten todavía?


Respecto al sentimiento anti-romano, Hans Urs Von Baltashar ya ha dicho todo lo que había para decir. Lamentablemente esto es un continuum en la historia de la Iglesia alemana. Para decirlo de un modo un poco fuerte, Febronio (NdR: 1701-1790, canonista alemán que negaba al Papa el derecho de pronunciarse sobre la conducta de las Iglesias nacionales) vive todavía, y muchos teólogos alemanes nunca han ido más allá del Concilio de Pistoya (NdR: 1786, condenado por el Papa Pío VI, se propuso una reforma de la Iglesia en sentido jansenista). El sentimiento anti-romano es, en el fondo, un resto del siglo XVIII.

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¿Por qué la Iglesia y la misma fe resultan tan poco convincentes a muchos jóvenes?


El aparato eclesial, con su complicado sistema de comisiones y de consejos, no es percibido en su grandeza espiritual sino como un simple ente de derecho público que se esfuerza en todos los aspectos por tener relevancia social. Pero los efectos a largo plazo, por ejemplo de las Jornadas Mundiales de la Juventud o de los nuevos movimientos eclesiales, podrían cambiar las cosas.

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Es típico hoy que a sacerdotes y personalidades de la Iglesia se les pida pronunciarse sobre cualquier tema que concierne a la vida social: ecología, trabajo, derechos humanos… Está quien sostiene que sería mejor concentrarse en los contenidos de la fe, dejando de lado el resto. ¿Usted qué piensa de eso?


Estoy plenamente de acuerdo. Sin la asimilación del Catecismo, de la que hablaba antes, la fe se evapora, se desvanece. También aquí, sin embargo, existe la esperanza de una corrección, por ejemplo con proyectos como el Youcat (NdR: el Catecismo de los jóvenes difundido en la JMJ de Madrid).

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La fe se expresa también a través de signos: ¿cuáles deberían redescubrirse?



Se necesita una especial introducción a los sacramentales. La piedad popular conoce bien su profundo significado, son un tesoro para redescubrir y para ofrecer nuevamente. Me parece que es urgente una pastoral que piense cómo lograrlo.

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Fuente: Avvenire


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 10 de agosto de 2012

Benedicto XVI a Mons. Brugués: “Mi sueño era ser Bibliotecario de la Iglesia Romana”

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En esta interesante entrevista que el Arzobispo Jean-Louis Brugués, nuevo Archivista y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, ha concedido a L’Osservatore Romano, el prelado narra que Benedicto XVI, al confiarle el oficio, le confesó que, antes de ser elegido Papa, su sueño era precisamente ocuparse de dicha tarea. Presentamos nuestra traducción de la entrevista.

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Después de los cardenales Tisserant y Tauran, un francés es nuevamente cabeza de la Biblioteca Apostólica Vaticana. ¿Una suerte de continuidad en la tradición?


Si mis cálculos son correctos, a partir de 1550, cuando el título entró en uso con el cardenal Marcello Cervini, que luego sería Papa en 1555, yo soy el 47º archivero y bibliotecario de la Santa Iglesia Romana. Si se mira la larga lista de mis predecesores, que abraza casi siete siglos, se nota la aplastante mayoría de italianos. ¿Pero es correcta la expresión italiana? Antes de la unificación de la península, los cardenales de Venecia, Florencia, Nápoles, Milán, ¿podían ser llamados italianos? Esta es una cuestión que dejo a los historiadores.


En esta larga lista aparecen algunos nombres no italianos: un inglés, un alemán, un austríaco, dos o tres españoles, según se considere a uno nacido en Italia pero de familia ibérica, y entre estos tres un catalán. Luego encontramos tres franceses antes que yo. Por lo tanto, soy el cuarto. Considerando los caminos personales de cada uno de estos cuatro, son muy diferentes. El primer francés, que se llamaba Jean-Baptiste Pitra, ya el nombre es un poco italiano, ha sido bibliotecario entre 1869 y 1882. Era un monje de la congregación benedictina de Solesmes, nacida algunos años antes. Era un historiador, pero ha jugado un rol bastante importante durante el concilio Vaticano II. El segundo es el cardenal Eugene Tisserant, que era más bien un especialista de lenguas orientales antiguas, y el tercero Jean-Louis Tauran, diplomático de alto nivel.


¿Se puede hablar de tradición de cuatro personas francesas tan diferentes? Tal vez sí. Lo que tenemos en común los franceses, si bien habiendo conocido recorridos diversos, pienso que es la preocupación del humanismo, una cierta búsqueda literaria y un cierto gusto, se podría decir también curiosidad, por el hecho político y la evolución de las ideas.

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¿Hay algún aspecto que lo haya impresionado particularmente en la figura del cardenal Tisserant, definido por Pablo VI “gran talento”, “energía poderosa”?


Cuando fui nombrado bibliotecario he recibido como regalo un libro sobre el cardenal Tisserant y he notado que en él estaba la preocupación de unir la investigación científica, lo más escrupulosa posible, con un interés por los acontecimientos que ha vivido durante su existencia. No todos los franceses presentan este gran talento y esta energía; pero en él se ha manifestado. Ha tenido una vida extraordinaria, porque ha conocido de cerca, y las describe en sus escritos, dos guerras mundiales, la crisis del modernismo, el apogeo de los sistemas coloniales y su desaparición. Ha estado presente en tres cónclaves y ha jugado un rol de primer plano en el concilio Vaticano II. Ha sido una gran personalidad a la altura de los grandes acontecimientos que ha conocido.

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La Biblioteca Apostólica Vaticana es una inmensa mina también para la catequesis.


Cuando el Papa me recibió para confiarme el nuevo oficio, me dijo una frase que me ha hecho reflexionar. Me confió que, antes de convertirse en Papa, tenía un sueño: ir a la Biblioteca como bibliotecario y archivista. Un sueño, me dijo, que querría ahora realizar a través de mí. No me ha dicho cómo. Mi empeño ahora es buscar cómo puedo realizarlo. Cuando se mira la riqueza y la potencia de las catequesis del Papa – trátese de las audiencias de los miércoles o de las prédicas, por no hablar de sus altísimos discursos, como por ejemplo los de Ratisbona, Londres o el del Parlamento federal de Alemania – no es posible no imaginar que este hombre, tan dotado para la catequesis, no haya pensado en un vínculo directo con la Biblioteca.

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¿Cuál es la naturaleza de este vínculo?


Me he planteado esta pregunta y me he dicho: debe ser como la quilla del barco, que no se ve. En efecto, pocas personas logran verla. Así es para la Biblioteca: son pocos, además de los especialistas, los que la conocen, los que entienden la gran cantidad de trabajo que se lleva a cabo en la Biblioteca y en los Archivos. Son precisamente estas instituciones las que permiten a la barca de la Iglesia mantenerse a flote y avanzar. Si no estuviese la quilla, el barco estaría sometido a los vientos doctrinales de cualquier naturaleza o a las modas. Es esta quilla la que da a la obra catequética de la Iglesia y a la enseñanza su profundidad. Si puedo usar las palabras de Simone Weil, es la que permite a la misión educativa de la Iglesia recibir todos los dones de la gracia. Mi predecesor, el cardenal Raffaele Farina, amaba repetir que la memoria es un elemento esencial de la misión de la Iglesia.

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¿Qué representa la memoria para usted?


He llegado a una doble convicción. La Iglesia es la institución más antigua de la humanidad. Es más antigua que las universidades, las ciudades y los sistemas políticos. Y, por lo tanto, su memoria no es sólo propia sino de una buena parte de la humanidad. Es por eso que la Biblioteca tiene por naturaleza una vocación universal. No es sólo un lugar donde se deposita sino que es también un medio para beneficiarse de su tesoro la mayor parte de la humanidad. A propósito de tesoros, el Papa me ha confiado que considera recibido en la Biblioteca un instrumento maravilloso. Entonces he comprendido que los fondos de la Biblioteca y el Archivo con como las joyas de la corona de la Iglesia. La Iglesia hace con frecuencia, sino esencialmente, memoria. Se necesitan, sin embargo, los instrumentos para hacerlo. Y precisamente a través de la Biblioteca y el Archivo, la Iglesia se ha dado los instrumentos para su memoria y para la memoria de buena parte de la humanidad.


La segunda convicción está todavía más enraizada en mi mente: cuando una persona anciana pierde la memoria, ya no sabe cómo orientarse en la existencia. La memoria es la condición de la identidad y, en consecuencia, del futuro. Quien pierde la memoria, pierde la posibilidad de orientarse. Es cierto para los individuos, pero también lo es para las sociedades y las instituciones. Una sociedad que pierde su memoria después de un incidente histórico, o voluntariamente por razones ideológicas, es en realidad una sociedad que se separa de su propio futuro. Por eso considero con mucha pena que las materias de la memoria – pienso, en particular, en la cultura general, pero también en la historia – estén desapareciendo de las escuelas y de la universidad. Creo que nuestra sociedad se expone a una gran crisis de amnesia y en consecuencia está imposibilitada de progresar. La memoria es la condición para todo progreso social.

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En una sociedad en que las nuevas tecnologías se extienden cada vez más, ¿cómo ve el futuro del libro?


Cuando llegue a la Biblioteca quisiera, antes que nada, encontrarme con cuantos trabajan allí, pero también comprender sus dimensiones técnicas. No creo justamente que la aparición de las nuevas tecnologías de comunicación pueda un día suprimir el libro y reemplazarlo. El libro, por su constitución, es como un amigo. Como algo que se puede consultar, que se puede tocar, e incluso sentir su olor. Es algo que permanece donde nosotros queremos, que no cambia mucho de aspecto físico y que está a nuestra disposición. Todo esto no podemos hacerlo con los nuevos medios de comunicación. Por lo tanto, el libro es nuestra vida íntima.

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Vista su experiencia en el dicasterio de la Educación Católica, ¿considera la Biblioteca un instrumento para educación?


Cuando el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, me llamó para comunicarme la fecha de mi nombramiento, me hizo notar que hay un vínculo directo entre la misión de secretario de la Congregación para la Educación Católica y la Biblioteca y el Archivo: precisamente el de la memoria. Hasta ahora, he tenido la fortuna y la posibilidad de trabajar en aquel que a menudo llamaba el dicasterio del futuro porque, trabajando con los jóvenes, se trabaja en el futuro y la esperanza. Ahora llego al dicasterio de la memoria. ¿Cuál es el vínculo entre las dos realidades? Nuestras escuelas, un poco en todas partes del mundo, están sometidas a presiones muy fuertes, se lo ve en las universidades. Se quisiera que respetasen las leyes del mercado y fuesen, primero que nada, instrumento de formación profesional. En la práctica, quien sale de las universidades debe ser inmediatamente empleable en el mercado. Este es el peligro de instrumentalización que se corre en los sistemas ultra liberales. La escuela es otra cosa. Es la que permite al niño crecer, desarrollarse, tomar conciencia de lo que es y de lo que puede hacer. Hay toda una dimensión de formación humana, física, intelectual y espiritual, que debe ser asegurada por las escuelas y las universidades. Ocupándome de ahora en más de este ministerio de la memoria seguiré defendiendo la causa de la dimensión humanista al servicio del hombre, de la educación, de las escuelas y de las universidades.

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Por lo tanto, ¿lo esperan nuevos desafíos?


Al llegar al Vaticano, cerca de cuatro años y medio atrás, nunca habría pensado que un día me convertiría en prefecto de la Biblioteca. Concluido el noviciado de los dominicos, el maestro me dijo al final del curso que para el futuro podía elegir tanto la enseñanza como la actividad de gobierno. Me he dado cuenta que, en el curso de mi vida, he hecho ambas cosas. He sido profesor de teología moral en Francia y en el exterior, superior de comunidad, de provincia religiosa, luego obispo de Angers, una diócesis donde existe una gran universidad católica, la del Oeste. Estos dos aspectos en mi vida siempre se han nutrido mutuamente. Me he beneficiado del uno y del otro. Ahora, en la Biblioteca y el Archivo, pienso continuar haciendo aquello que he hecho hasta ahora porque, a través de estos instrumentos únicos, la Iglesia lleva a cabo una misión de enseñanza. El profesor que está en mí se reencuentra con la responsabilidad de estos instrumentos maravillosos, con el añadido de una tarea de gobierno. De hecho, entre la Biblioteca y el Archivo trabajan cerca de 150 personas, en su mayoría laicos, además de unos cincuenta asociados. Dentro del Vaticano, por lo tanto, representa una gran empresa. Estando en comunicación con el circuito de las grandes bibliotecas del mundo, lo vivo como un desafío que me estimula particularmente.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 8 de agosto de 2012

Card. Turkson: “Los cristianos son atacados física y psicológicamente pero seguiremos con nuestra misión”

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La violencia contra los cristianos en varias parte del mundo va en aumento, como lo demuestran las noticias de los últimos meses y como el mismo Papa denunció a comienzos de este año al afirmar, en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2011, que “los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe”. L’Osservatore Romano ha entrevistado, sobre este tema, al Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Ofrecemos nuestra traducción.


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Los cristianos en el mundo son, con creciente frecuencia, objeto de violencia. Detrás de estos episodios, ¿hay motivaciones solamente religiosas, o tal vez el motivo debe buscarse en que, en algunos países, los cristianos son objetivos indefensos y, por lo tanto, más fáciles de alcanzar, y los asesinatos se convierten en instrumentos de presión para otros fines?


Hay algo de cierto. En muchísimas situaciones los cristianos son objeto de violencia, a veces sufrida físicamente, pero a veces también sufrida en forma psicológica. El objetivo es sin duda lo que un cristiano representa. Un credo, un punto de vista desde el que se mira lo que ocurre en el mundo, un estilo de vida que tiene una identidad propia. Nuestros denigradores dicen que pertenecemos un poco al Medioevo, al pasado, aún si luego no tienen nada para demostrarlo.


¿Los cristianos objetivo sensible en cuanto indefensos y, por lo tanto, fáciles de atacar? Es difícil responder. Es cierto que, en muchas partes del mundo, en África sobre todo, nuestras iglesias están construidas no precisamente allí donde hay mayor densidad de población. Más bien se prefiere edificarlas en lugares más próximos a las misiones, a las casas de los sacerdotes, y los cristianos, para llegar a ellas, deben realizar un pequeño viaje, casi como si fuese una pequeña peregrinación. En cambio, las mezquitas de los musulmanes están siempre en los lugares más frecuentados, en medio de sus fieles. Por lo tanto, probablemente en este sentido somos más indefensos.


Pero yo diría que el tener que defenderse no forma parte de nuestra naturaleza. No pensamos que debamos hacerlo a causa de nuestra religión. Creemos en un Dios que no tiene necesidad de ser defendido. Tiene necesidad solamente de ser amado, conocido, testimoniado. Nuestra pertenencia a la Iglesia no se nutre de pensamientos sobre cómo defendernos, sobre cómo imponer nuestro culto. Pensamos sólo en cómo dar testimonio de Dios. Los otros tal vez tienen un punto de vista distinto al nuestro. Piensan que la religión es algo a defender, que el suyo es un dios a defender. No, este no es precisamente el modo de concebir nuestra fe, nuestra misión.


Las estructuras sociales de la Iglesia están entre y para la gente, sin distinciones de ningún género. Vivimos en medio del pueblo en la cotidianeidad, para restituir esperanza, para transmitir un mensaje de amor, el mensaje de Dios. Cuando rezamos, sobre todo en mi África, lo hacemos juntos, a veces aparte, para no molestar. Si luego otros nos consideran, por esto, débiles y objetivos fáciles de golpear, esto no significa que nos dejaremos desanimar en el cumplimiento de nuestra misión: ella es y sigue siendo la de dar testimonio, convencidos de que en Dios no hay nada que temer.

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Por lo tanto, ¿la tesis de las motivaciones religiosas es la más acreditada?


Si se miran ciertas situaciones, sobre todo allí donde el integrismo está más enraizado, ciertamente viene la tentación de motivar la violencia con el fanatismo religioso, dispuesto hasta a eliminar al otro, es decir, a quien sigue un credo diverso. Un ejemplo típico es lo que ocurre en la India, donde algunos grupos de hindúes radicales no soportan en absoluto la presencia de los cristianos. En ciertas realidades el cristianismo es considerado como una religión extraña, que viene de fuera y por lo tanto es enfrentado, incluso con métodos violentos. En este sentido, hay un fondo de verdad si se habla de motivaciones religiosas. También en algunos países de religión islámica este aspecto puede parecer evidente, aún si a menudo se confunde con la cuestión racial, por ejemplo en Zambia y más en general en el norte de África. No obstante, es innegable que en algunas situaciones, a veces precisamente en ciertas partes de África, hay algunos grupos políticos que explotan la motivación religiosa.


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Usted ha hecho referencia a la violencia psicológica…


Y está bien no olvidarla. La violencia psicológica es más sutil, pero no menos devastadora. Y no se limita a países en los cuales la mayoría de los creyentes es diversa de la cristiana. Pensemos en muchos países, también occidentales, en los cuales por su mera presencia en puestos públicos, como puede ser un bar o un aeropuerto, un sacerdote se convierte en objeto de escarnio o de todos modos es mirado como si fuese una persona equivocada en un lugar que no es suyo.


Recuerdo que una vez, en mi casa, en Ghana, se me acercó un hombre en actitud irrisoria y me preguntó si no me sentía avergonzado de mostrarme en público con sotana, dado que ya nos encontrábamos en el período post-cristiano. Según él, representaba algo que pertenece al pasado. Por lo tanto, para él, ya no tenía sentido continuar usando hábitos que, de algún modo, según la opinión corriente, recuerdan a la Edad Media. Lamentablemente esta es la situación. Ciertamente no se pueden cambiar los valores cristianos no aceptados por todos para seguir las modas y las nuevas corrientes culturales.


Sin embargo, es suficiente que la Iglesia se oponga o no comparta ciertas posiciones, impulsadas a veces por lobbys interesados, para que sea acusada de anti-modernidad. Ciertas acusaciones llevadas al exceso pueden provocar luego el resentimiento y la violencia. Claro que, para nosotros, la modernidad no tiene nada que ver. Se trata de seguir la voluntad de Dios revelada en el Evangelio. Y esto no tiene nada que ver con la modernidad.


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El reconocimiento y la consiguiente defensa de la libertad de religión, ¿podrían ayudar a desactivar los episodios de violencia?


La libertad de religión no se pide sólo para los cristianos. Todas las religiones deben sentirse libres. Así como se reclama la libertad de conciencia, toda persona, partiendo de su dignidad humana, debe ser reconocida titular de todos los derechos, así como de todos los deberes, que regulan el buen vivir en común. Por lo tanto, cada uno debe tener también la libertad de practicar la propia fe, cualquiera que sea. Afirmar la propia libertad religiosa no debe llevar a la negación de la libertad religiosa del otro y sobre todo no puede y no debe fomentar la persecución religiosa. Se trata sólo de reconocer y conceder al otro lo que es reconocido y concedido a nosotros mismos. Es sencillamente así.


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¿Cuánto podrían ayudar, en este período, las medidas fundadas en la ética y en la justicia social a resolver la crisis económica y financiera que está resquebrajando la comunidad mundial, hasta poner en peligro la misma democracia?


Seguimos hablando de la ética, pero no todos tienen una idea precisa de ella. Nosotros ofrecemos al mundo la ética cristiana, según la cual debemos saber vivir no simplemente de fraternidad sino también de gratuidad. Debemos comprender que la fraternidad humana es una realidad a vivir, y no contentarnos simplemente con frases o afirmaciones. Pertenece a la naturaleza misma de los seres humanos, que es muy lineal. El mundo económico-financiero, en cambio, parte siempre de alguna presunción antropológica no precisamente correcta.

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¿Cuál, por ejemplo?


El hecho de que, en una cierta situación económica, la persona humana actuará siempre del mismo modo. Es una presunción que se encuentra en la base de muchas especulaciones. La Iglesia en esto tiene mucho para decir. Aún si a menudo se le niega el derecho de hablar. Cuando está de por medio la persona humana, ella no sólo tiene el derecho sino también el deber de hacerlo. En esta situación particular tiene, sobre todo, el deber de hacerlo. Actuar en el campo económico y financiero como si el hombre fuese un cuerpo sin significado quiere decir pensar que la persona humana ya no vive de su misma naturaleza.


Es como si el pecado original, el alejamiento de Dios hasta su negación, comenzara a asomarse nuevamente en la historia del mundo. Es necesario prestar la máxima atención al mal que se insinúa entre nosotros, que existe y que de algún modo nos amenaza. Pienso, por ejemplo, en la avaricia imperante en el mundo financiero cuando se impulsa a apuntar al propio beneficio más allá de todo límite. Si esta es la situación, si la persona humana se dirige hacia esta deriva, la Iglesia tiene ciertamente algo para decir. Lo dice y continuará diciéndolo.


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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 6 de agosto de 2012

El Papa completa su trilogía: prepara la encíclica sobre la fe

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Presentamos nuestra traducción de este artículo del vaticanista Paolo Rodari, publicado en Palazzo Apostolico, sobre la novedad de que el Papa está preparando una nueva encíclica durante sus vacaciones de verano.

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Cuando el 24 de abril del 2005, en la homilía que inauguró el Pontificado, Benedicto XVI dijo que su tarea, y la de la Iglesia, era “conducir a los hombres fuera del desierto, hacia el lugar de la vida, hacia el amistad con el Hijo de Dios”, probablemente ya pensaba que llegaría hasta aquí. ¿Hasta dónde? A la decisión de escribir una encíclica sobre la fe, la cuarta, la tercera dedicada a las virtudes concernientes a Dios, es decir, las virtudes teologales. Una noticia dada en las horas pasadas en Les Combes, en Introd, por el Secretario de Estado Tarcisio Bertone, que ha explicado también que el Papa ha concluido la preparación del tercer libro de la obra sobre Jesús de Nazaret, dedicado a las narraciones de la Infancia de Jesús (Die Kindheitsgeschichten). El libro, escrito en alemán, debe ahora ser traducido.


Una encíclica dedicada a la fe, por lo tanto, ¿para decir qué? El Papa dio una idea el pasado 11 de octubre, en la Carta apostólica Porta Fidei con la cual convocó un año dedicado a la fe. Dijo que “sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común”. Mientras que la Iglesia no puede aceptar que “la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta”.


La fe antes que las preocupaciones sociales y políticas, por lo tanto, un presupuesto no secundario en la visión de las cosas del Papa alemán. Se sabe que él tiene en mente a Pablo VI y su decisión, en ciertos aspectos explosiva, de convocar un año de la fe en 1967, tiempos de agitación y, en la Iglesia, también de concesiones: el actuar antes que el creer, los años del post-Concilio, las verdades de fe diluidas por el viento de la renovación. Pablo VI pensó en un momento solemne para que en toda la Iglesia hubiese “una auténtica y sincera profesión de la misma fe”.


Una profesión por parte de todos, para que el creer fuese purificado de las derivas y de las traiciones: “Las grandes transformaciones que se verificaron en aquel año – escribió Ratzinger – hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente”. Esta concluyó con la profesión de fe del Pueblo de Dios, para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados de manera nueva con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas diversas a las del pasado.


No es casualidad que la encíclica salga no sólo en el año dedicado a la fe, sino también en el que se festeja el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962) y en el 20º aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica (11 de octubre de 1992).


Ratzinger trabajó largo tiempo, como prefecto del ex Santo Oficio, en la preparación de un Compendio del Catecismo. Para él, como para Pablo VI más de cuarenta años atrás, el Catecismo es el camino al cual aferrarse no sólo para aprender y divulgar una fe correcta, sino también para interpretar y volver a proponer del modo más correcto las enseñanzas del Vaticano II.



Pablo VI, el 30 de junio de 1968, pronunció como conclusión de su Año de la Fe su “Credo del Pueblo de Dios”. El 24 de noviembre de 2013, fiesta de Cristo Rey, Benedicto XVI celebrará “una Eucaristía en la cual se renovará solemnemente la profesión de la fe”. En pocas palabras, una continuidad absoluta. ¿Será también la fecha en que hará pública su cuarta encíclica? Difícil decirlo. El Papa Ratzinger ha demostrado, en la preparación de su último libro sobre Jesús de Nazaret, no amar las carreras. Se tomará el tiempo necesario para su última esperadísima “circular”.


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Fuente: Palazzo Apostolico


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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