jueves, 8 de marzo de 2012

P. Cantalamessa: “Ante la crisis de la fe, mirar a los Padres”

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2008praniero

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Ha sido el Papa Benedicto XIV – que guió a la Iglesia de 1740 a 1758 – quien reservó el oficio de Predicador de la Casa Pontificia a la Orden de los frailes menores capuchinos, oficio que desde 1980 recae en el Padre Raniero Cantalamessa, quien este viernes comenzará las prédicas de Cuaresma al Papa y sus colaboradores hablando de algunos Padres de la Iglesia, según explica en esta entrevista a L’Osservatore Romano.


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Eran los comienzos del largo pontificado de Juan Pablo II. Y hoy es Joseph Ratzinger quien está sobre la Cátedra de Pedro. Treinta y dos años son muchos: ¿cómo hace, en cada ocasión, para encontrar ideas siempre nuevas y originales de predicación?


No es tampoco tan difícil, porque la Palabra de Dios es inagotable. Además, san Gregorio Magno afirmaba: Scriptura cum legente crescit, es decir, crece con quien la lee, porque el Evangelio está vivo cada vez que lo abrimos y buscamos ponerlo en práctica. Otro elemento a considerar son los desafíos y las gracias de un determinado momento: en el Año Paulino me concentré en el Apóstol de los gentiles, en el Año Sacerdotal me inspiré en los sacerdotes, el año pasado – caracterizado por la institución por parte de Benedicto XVI de un Pontificio Consejo, hablé de la nueva evangelización. Ahora está el Año de la Fe, con su invitación a releer la Escritura a la luz de las preguntas del hombre contemporáneo. Y luego, por sobre todo esto, obra el Espíritu Santo, que a mí me gusta comparar – si bien puede parecer irreverente – con la figura del apuntador en el teatro: está pero no se ve y sin él no se podría hacer la representación.

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Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio Niceno: para esta Cuaresma 2012 ha elegido cuatro Padres de la Iglesia de los orígenes. ¿Qué tienen para decir a los cristianos de hoy?


En primer lugar, quisiera subrayar que ésta es la primera vez en que me apoyo explícitamente en estos Padres. Tal vez otras veces me han acompañado en las predicaciones, pero esta vez he querido ponerlos en primer plano. La idea me ha venido de un pasaje de la Carta a los hebreos, en que el autor dice: “Acordaos de vuestros guías e imitad su fe” (13, 7). Esto me ha sugerido que, en la construcción de la Iglesia, los Padres de la antigüedad constituyen el segundo estrado, aquellos que han venido inmediatamente después de los apóstoles. Durante las cuatro prédicas trataré de iluminar otros muchos aspectos de su ser maestros de fe, de su capacidad de hacernos redescubrir una fe que debe ser vivida y no sólo creída. En sus obras, de hecho, se encuentra una savia vital, gracias a la cual son capaces de transportarnos a este misterio fascinante que es nuestro ser cristianos, discípulos de Jesucristo. También el Papa Wojtyla ha recordado que los Padres son una estructura estable de la Iglesia y para la Iglesia de todos los siglos desempeñan una función perenne. Se trata solamente de abrir los depósitos de la riqueza de esta tradición.

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Cada uno de los cuatro Padres es definido por usted un “gigante” respecto a un determinado dogma. ¿Cuál de ellos podría ser más actual en estos tiempos que el Papa ha definido de “analfabetismo religioso”?


Me resulta difícil decir quien es más moderno. Para ellos utilizaría la categoría de lo esencial, que se refiere a aquello que nunca pasa de moda. Cada uno ha desarrollado uno de los dogmas fundamentales para nuestra fe: Atanasio, la divinidad de Cristo; Basilio, el Espíritu Santo; Gregorio Nacianceno, la Trinidad; y Gregorio Niceno, el conocimiento de Dios.

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¿Y cuál de los cuatro le parece más cercano a la sensibilidad teológica de Joseph Ratzinger?


Si tuviese que dar una respuesta, diría que Gregorio de Nisa corresponde en modo mayor a las actuales preocupaciones de Benedicto XVI, porque su búsqueda tiene que ver con los caminos del hombre para llegar a Dios. Cuando el camino tradicional no parece ser más eficaz, está entonces el sentido del misterio, lo que en la fenomenología religiosa es definido lo “numinoso”, aquel dato primario, irreducible a cualquier otro sentimiento que cubre al hombre cuando se encuentra frente a la revelación de lo sobrenatural. Lo “numinoso” se manifiesta en diversos grados: de uno más primitivo al más puro, que es la manifestación de la santidad de Dios.

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¿No teme, de algún modo, el enfrentarse con la gran preparación de Benedicto XVI?


¡No hay que comparar un enano con un gigante!

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Sin embargo, usted es ha sido un enfant prodige de la patrología, como jovencísimo asistente de Giuseppe Lazzati en la Universidad Católica. Por no hablar de su licenciatura en teología en Friburgo…


Lo interrumpo y prefiero repetir una broma que se remonta al pontificado de Juan Pablo II, cuando el cardenal Joseph Ratzinger era asiduo, más aún fidelísimo, en primera fila durante las prédicas de Cuaresma y de Adviento: “Tratad de meteros en mis zapatos – confiaba a mis interlocutores –, ¡e imaginad qué se siente hablar frente al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe!”. De todos modos, siempre me tranquiliza el hecho de que yo no debo inventar un sistema, sólo debo predicar el Evangelio.

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Volvamos a nuestros cuatro Padres. Provienen todos de la Iglesia oriental. ¿Cuáles son las especificidades de esta espiritualidad que deberían ser redescubiertas también en el mundo occidental?


Más allá de las connotaciones geográficas, hay que ver si el Occidente es capaz de prestar atención. Y además de esto, es necesario también diferenciar entre las polémicas contingentes – de la época en que Atanasio, Basilio, el Nacianceno y el Niceno vivieron – y aquello que es perenne. Ellos han adaptado el mensaje evangélico a la mentalidad de sus contemporáneos, alimentando al pueblo de Dios con las verdades de la fe. Por otro lado, subrayaban la necesidad de “rumiar” la Palabra: la ruminatio de la Escritura, es decir, volver sobre el texto, hacer referencia a las palabras, reencontrar el tema central e imprimirlo profundamente en el corazón. Esto han hecho los Padres de Oriente, así como lo han hecho los Padres latinos, sobre los cuales tengo intención de detenerme, si Dios quiere, en el próximo Adviento.

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Pablo VI llegó a decir que los padres “fueron para el desarrollo de la Iglesia lo que los apóstoles para su nacimiento”. ¿Quiénes serán, entonces, los artífices de esta fase histórica que exige una nueva evangelización?


El mismo Papa Montini ha dado una respuesta en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de 1975, afirmando que el hombre contemporáneo escucha más gustosamente a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos. En la práctica, es necesario conjugar nuevamente catequesis, teología, Escritura, liturgia y vida en una unidad, a la cual acudir para volver a dar empuje y frescura a nuestro creer.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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