martes, 5 de julio de 2011

El nuevo Arzobispo de Milán: un perfil

*

 5874275438_3af35b6932_b

*

Luego del histórico nombramiento, realizado por el Santo Padre el pasado 28 de junio, del Cardenal Angelo Scola, hasta ahora Patriarca de Venecia, como Arzobispo de Milán, presentamos un perfil del purpurado que el vaticanista Andrea Tornielli publicó en su blog.

***

Al comienzo de la historia de Angelo Scola están un padre camionero que leía el periódico fundado por Antonio Gramsci y una madre devota que rezaba el rosario cada tarde en las penumbras de la cocina. “Debo estar agradecido a L'Unità. Probablemente a los once años habría terminado también yo, como todos mis compañeros de escuela, trabajando, si mi padre no me hubiese enseñado que estudiar era muy, muy importante. Permitiéndome así inscribirme en el liceo clásico…”.


El nuevo arzobispo de Milán aprende y asimila la fe junto a la leche materna: “para nosotros, creer es como respirar, no son necesarios tantos razonamientos”; pero es gracias al padre socialista que aprende la importancia de la cultura y del estudio.


Nacido en Malgrate, cerca de Lecco, 69 años atrás, crece asomado a aquella rama manzoniana del lago de Como: “Nosotros, los lacustres – contará en una entrevista – estamos tentados de ser al menos un poco crepusculares, si no románticos”.


Entre los 14 y los 18 años, en la escuela secundaria, ocurre algo. “Estaba interesado por la política… Tenía simpatía por los partidos marxistas porque mi papá estaba comprometido en el partido socialista de Nenni, cuando era maximalista… Era como si Dios no estuviese, como si Dios no importara más, como si hubiese sepultado las preguntas más importantes de la vida. No recuerdo nunca haber faltado a Misa, sin embargo, era como si esto no importase más nada”.


Algunos años antes, Scola ya había advertido también un destello de vocación, cuando volviendo a su casa dijo a la madre que quería hacerse sacerdote y ser misionero en África. Como obispo y cardenal, Scola mantendrá una particular atención por los temas sociales, como atestiguan la cercanía y las múltiples visitas a los obreros cassintegrati de la Vinyls de Marghera, o la atención dedicada a los enfermos, a los que sufren y a los pobres.


En 1958, el encuentro con don Luigi Giussani, que tiene para los alumnos de Lecco un retiro titulado “Juventud como tensión”. “Era la primera vez que oía hablar del cristianismo de manera diversa. Surgía el vinculo entre Jesucristo y mi vida de todos los días”, recordaría el neo-arzobispo de Milán.


Scola se convierte en un militante de Giussani. Entre sus amigos está también un estudiante un año más joven que él, Roberto Formigoni. “Lo conocí cuando era un muchacho de 14 años y hacía esgrima. Lo invité a adherir a la Juventud Estudiantil de Lecco. Ahora nos cruzamos a lo sumo en Navidad”.


Scola estudia filosofía en la Universidad Católica de Milán y luego Teología en Friburgo. Entra en el seminario ambrosiano pero sale pronto y se traslada a Teramo, donde es ordenado sacerdote en 1970. Un año después, durante la Cuaresma, en un restaurante a orillas del Danubio, tiene lugar el encuentro con el profesor Joseph Ratzinger, que junto a otros ilustres colegas está por dar vida a la revista Communio. Don Angelo estará entre los encargados de la edición italiana.


En los años ’80, cuando Ratzinger se convirtió en el cardenal custodio de la ortodoxia católica, Scola está entre los consultores del dicasterio, mientras enseña Antropología teológica en el Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia.


El Papa Wojtyla lo nombra obispo de Grosseto en 1991; luego, cuatro años después, lo llama a Roma para hacerlo rector de la Universidad Lateranense; y en el 2002 lo envía nuevamente en misión pastoral, confiándole la sede patriarcal de Venecia.


Allí, además de pastor e intelectual, el cardenal demuestra ser también un gran organizador. Elige colaboradores incluso muy diversos de él y distantes de sus posiciones. Instituye el polo universitario Marcianum y la revista Oasis para el diálogo con el mundo islámico.


Desde Venecia, seis años atrás, lanza la idea del “mestizaje de civilizaciones”: “Como cristianos queremos permanecer anclados en la realidad… El verdadero terreno de confrontación no es entre cristianismo e Islam, sino entre hombres, y comparten la misma experiencia elemental”.


Escribe diversos libros y sólo una carta pastoral, privilegia el contacto personal, dedica la mañana del miércoles a recibir a cualquier persona que quiera hablarle, incluso sin cita.


Visita todas las parroquias, incluida la iglesia de San Simeon Piccolo, concedida en uso a los tradicionalistas que celebran cada domingo la Misa preconciliar. Insiste particularmente en la educación: “Tal vez nunca ha habido una época en la que se ha hablado tanto de valores como la actual. Pero el punto es que no se educa en los valores hablando de valores sino haciendo que se tenga experiencia de ellos”.


El libro preferido del nuevo arzobispo de Milán es “El hombre sin atributos”, de Musil. “Lo retomo a menudo”, confía. El pasaje musical que más le gusta es el Concierto para piano nº 27 de Mozart. “Lo único que sigo en televisión es el noticiero. Y luego, cuando lo logro, los partidos del Milan”, había dicho algún tiempo atrás. Una confesión que tal vez hoy no habría repetido, para no irritar a sus nuevos fieles de fe negra y azul…


***

Fuente: Sacri Palazzi


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***