sábado, 25 de septiembre de 2010

Católicos y ortodoxos: “ser plenamente Iglesias hermanas”

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La Comisión mixta para el diálogo entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas está reunida en Viena desde el 20 hasta el 27 de septiembre. El tema que están tratando es el primado del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia del primer milenio. Ofrecemos este interesante artículo sobre el tema, que contiene algunas declaraciones del arzobispo Koch y del metropolita Ioannis, ambos co-presidentes de la Comisión. Aprovechamos la ocasión para unirnos en la oración por el descanso eterno de Mons. Eleuterio Fortino, sub-secretario del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, fallecido esta semana en Roma a los 72 años de edad.

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La Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas están haciendo progresos en vista de un “completo” reconocimiento recíproco como “Iglesias hermanas que les permita alcanzar la unidad en la “diversidad”, según un modelo ya esbozado por el Papa Benedicto XVI con su decisión de acoger “en bloque” a comunidades anglicanas que podrán mantener su identidad y tradiciones.


Es cuanto surge en estos días del encuentro, en Viena, de la Comisión teológica mixta para el diálogo entre católicos y ortodoxos, sobre el tema del “Primado del Obispo de Roma en el primer milenio”. Las dos delegaciones de teólogos estaban guiadas respectivamente por el metropolita Ioannis de Pérgamo, representante del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, y por mons. Kurt Koch, desde este verano presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos. Estaban presentes también el metropolita Hilarion, “ministerio de Exteriores” del Patriarcado de Moscú – la más populosa entre las Iglesias ortodoxas – y el arzobispo de Viena, cardenal Christoph Schonborn, anfitrión del encuentro.


En una conferencia de prensa conjunta con el metropolita Ioannis, mons. Koch explicó que el modelo de unidad futura entre las Iglesias es “la gran pregunta” que deberá ser afrontada en el futuro del diálogo, y que el camino a seguir para el futuro es uno que sepa acoger la “diversidad” en la unidad: “Creo que también el pensamiento del Papa va en esta dirección”, dijo el arzobispo. “Hemos visto los temas que deberíamos discutir – explicó mons. Koch, según refiere el blog FaithWorld -: el primado papal y la sinodalidad. La Iglesia católica tiene un fuerte primado pero probablemente no ha desarrollado la sinodalidad como la Iglesia ortodoxa. La fuerza de la Iglesia ortodoxa está en su sinodalidad pero la doctrina del primado no es tan fuerte. Podemos enriquecernos unos a otros”, porque “el principio base del ecumenismo es el intercambio de los dones”. “Unidad – dijo luego Koch – significa considerar ambos como Iglesias plenamente hermanas. Así como la Iglesia (católica) de Viena es hermana de la Iglesia de Basilea, la Iglesia ortodoxa será una Iglesia hermana para nosotros”. “Creo que también el pensamiento del Papa va en esta dirección – agregó -. Ha dicho a los anglicanos que quieren volver que podrán conservar su tradición y celebrar su liturgia. Por lo tanto, ha dicho que debería haber diversidad. Esto será un segundo paso, si bien es demasiado pronto para preguntarnos cuándo lo podremos dar juntos”.


El metropolita Ioannis, después de haber considerado que “no hay nubes de desconfianza entre nuestras dos Iglesias”, indicó que en el futuro el diálogo católico-ortodoxo asumirá un carácter más “teológico”, alejándose de la indagación histórica sobre la Iglesia del primer milenio – antes, por lo tanto, del cisma entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente del 1054 – que lo ha caracterizado hasta ahora. “Lo que hemos decidido en Ravena (sede del encuentro que, en el 2007, ha llevado a la firma de un documento común que reconoce la necesidad de un “primado” en la Iglesia a sus diversos niveles, local, nacional, universal), parece ser confirmado por la historia del primer milenio”.


En cuanto al futuro, Ioannis ha explicado que no hay ningún “modelo preconstituido”: el resultado “será el fruto de un cierto... – no lo llamaría reforma, es demasiado fuerte – sino de una adaptación de ambas partes”. Si los ortodoxos, por una parte, refuerzan “su unidad universal y su concepto de primado” y los católicos, por otra, su “dimensión sinodal”, “el resultado – para el metropolita – se acercará a una concepción de la Iglesia que está unificada del modo correcto en su estructura fundamental”. “Ciertamente – prosiguió – debemos estar unidos en la fe. Hay ciertas cosas fundamentales en materia de fe que deben ser aclaradas. Pero el resto puede ser dejado a la diversidad. Hay costumbres, costumbres litúrgicas y otras costumbres, que pueden ser dejadas a cada Iglesia para que las organice libremente”.


Difícilmente, sin embargo, del encuentro del Viena que se concluirá mañana saldrá un documento como el de Ravena: “El papel es paciente”, dijo mons. Koch. La próxima plenaria de la Comisión podría reunirse dentro de uno o dos años.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Una interesante carta inédita del Cardenal Ratzinger

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Ofrecemos nuestra traducción de un interesante intercambio epistolar entre el Padre Matías Augé, liturgista español, y el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El Padre Augé había escrito al Cardenal Ratzinger en 1998 exponiéndole una serie de críticas a la conferencia que el prelado había pronunciado con ocasión del 10º aniversario del Motu proprio “Ecclesia Dei”. Pocos meses después, el Cardenal Ratzinger respondía la carta, defendiendo los argumentos que había expuesto en su conferencia y presentando su visión de la cuestión litúrgica. Un interesante intercambio, que podemos leer gracias a la gentileza del mismo Padre Augé, que ha publicado ambas cartas en su blog,  las cuales luego han sido retomadas por el blog Messainlatino.

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Carta del Padre Augé al Cardenal Ratzinger


Roma, 16 de noviembre de 1998


Eminencia Reverendísima,


Perdóneme si me atrevo a escribir esta carta. Lo hago con sencillez, y también con gran sinceridad. Soy profesor de liturgia en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo y en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Lateranense así como también Consultor de la Congregación para el Culto Divino. He leído la conferencia que usted ha tenido poco tiempo atrás con ocasión de los “Dix ans du Motu Proprio Ecclesia Dei”. Confieso que su contenido me ha dejado profundamente perplejo. Me han impresionado, particularmente, las respuestas que usted da a las objeciones hechas por aquellos que no aprueban “el apego a la antigua liturgia”. Y sobre estas quisiera detenerme en esta carta que le envío.


La acusación de desobediencia al Vaticano II es rechazada diciendo que el Concilio no ha reformado los libros litúrgicos, sino que simplemente ha ordenado su revisión. ¡Muy cierto!, y la afirmación no puede ser contradicha. Le hago notar, sin embargo, que tampoco el Concilio de Trento ha reformado los libros litúrgicos, habiendo dado sólo principios muy generales al respecto. La reforma como tal, el Concilio la ha pedido al Papa, y Pío V y sus sucesores la han llevado a cabo fielmente.


No logro entender, luego, cómo los principios del Concilio Vaticano II concernientes a la reforma de la Misa presentes en la Sacrosanctum Concilium, nn. 47-58 (por lo tanto, no sólo los nn. 34-35 citados por usted) pueden estar de acuerdo con la restauración de la así llamada misa tridentina. Además, si tomamos por buena la afirmación del Cardenal Newman por usted recordada, es decir que la Iglesia nunca ha abolido o prohibido “formas litúrgicas ortodoxas”, entonces me pregunto si, por ejemplo, los notables cambios introducidos por Pío X en el Salterio romano o por Pío XII en la Semana Santa han abolido o no los antiguos ordenamientos tridentinos. Este principio podría inducir a algunos, por ejemplo en España, a pensar que está permitido celebrar el antiguo rito hispánico-visigodo, ortodoxo y reacondicionado después del Vaticano II. Hablar del rito tridentino como diverso del rito del Vaticano II no me parece exacto, más bien diría que es contrario a la noción misma de lo que se entiende aquí por rito. Tanto el rito tridentino como el actual son un solo rito: el rito romano, en dos diversas fases de su historia.


La segunda objeción que se hace es que el retorno a la antigua liturgia corre el riesgo de romper la unidad de la Iglesia. Esta objeción es afrontada por usted distinguiendo entre el aspecto teológico y práctico del problema. Puedo compartir muchas de las consideraciones que usted hace al respecto, excepto algunos datos históricamente no sostenibles, como por ejemplo la afirmación de que hasta el Concilio de Trento existían los ritos mozárabes de Toledo y otros, suspendidos por el Concilio. El rito mozárabe, de hecho, había sido suprimido ya por Gregorio VII con exclusión de Toledo, donde permanece en vigor. El rito ambrosiano, por su parte, no ha sido nunca suprimido. Lo que al respecto no llego a comprender es que se olvide lo que Pablo VI afirma en la Constitución Apostólica del 3 de abril de 1969 con la que promulga el nuevo Misal, y es esto: “… confiamos que este Misal será acogido por los fieles como medio para testimoniar y afirmar la unidad de todos, y que por medio de él, en tanta variedad de lenguas, subirá al Padre celestial… una sola e idéntica oración”. Pablo VI quiso, por lo tanto, que el uso del nuevo Misal sea expresión de unidad de la Iglesia; y añade luego para concluir: “Queremos que cuanto hemos establecido y prescrito tenga fuerza y eficacia ahora y en el futuro, no obstante, si fuere el caso, las Constituciones y Ordenaciones Apostólicas de Nuestros Predecesores y cualquiera otra prescripción, incluso las dignas de especial mención y con poder de derogar la ley”.


Conozco las sutiles distinciones hechas por algunos juristas o los que se consideran tales. Creo, sin embargo, que se trata simplemente de “sutilezas” que, en cuanto tales, no merecen gran atención. Se podrían citar diversos documentos en los que se demuestra claramente la voluntad de Pablo VI al respecto. Sólo recuerdo la carta que el 11 de octubre de 1975 el cardenal J. Villot escribía a Mons. Coffy, presidente de la Comisión episcopal francesa de liturgia y pastoral sacramental (Secretaría de Estado n.287608), en la que decía entre otras cosas: ““Par la Constitution Missale Romanum, le Pape prescrit, comme vous le savez, que le nouveau Missel doit remplacer l’ancien, nonobstant les Constitutions et Ordonnances apostoliques de ses prédécesseurs, y compris par conséquent toutes les dispostions figurant dans la Constitution Quo Primum et qui permettrait de conserver l’ancien missel [...] Bref, comme dit la Constitution Missale Romanum, c’est dans le nouveau Missel romain et nulle part ailleurs que les catholiques de rite romain doivent chercher le signe et l’instrument de l’unité mutuelle de tous...”.


Eminencia, como profesor de liturgia yo me encuentro enseñando cosas que me parecen diversas a las que usted ha expresado en la mencionada conferencia. Y creo que debo continuar por este camino en obediencia al magisterio pontificio. También yo lamento los excesos con los que algunos, después del Concilio, han celebrado o celebran todavía la liturgia reformada. Pero no logro comprender por qué algunos Eminentísimos Cardenales, no sólo usted, han creído oportuno poner remedio a ello poniendo “de hecho” en discusión una reforma aprobada, después de todo, por el Sumo Pontífice Pablo VI y abriendo cada vez más las puertas al uso del antiguo Misal de Pío V. Con humildad, pero también con parresia apostólica, siento la necesidad de afirmar mi oposición a similares orientaciones. He preferido decir abiertamente lo que muchos liturgistas y no liturgistas, que nos sentimos hijos obedientes de la Iglesia, decimos en los pasillos de los Ateneos romanos.


Suyo devotísimo en Cristo,


Matías Augé cmf


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Respuesta del Cardenal Ratzinger al Padre Augé


18 de febrero de 1999


Reverendo Padre,


He leído con atención su carta del 16 de noviembre, en la cual usted ha formulado algunas críticas a la Conferencia dada por mí el día 24 de octubre de 1998, con ocasión del 10º aniversario del Motu Proprio Ecclesia Dei.


Comprendo que usted no comparte mis opiniones sobre la reforma litúrgica, su aplicación, y la crisis que se deriva de algunas tendencias en ella escondidas, como la desacralización.


Me parece, sin embargo, que su crítica no toma en consideración dos puntos:


1. Es el Sumo Pontífice Juan Pablo II quien ha concedido, con el Indulto de 1984, el uso de la liturgia anterior a la reforma paulina, bajo ciertas condiciones; luego, el mismo Pontífice publicó, en 1988, el Motu Proprio Ecclesia Dei, que manifiesta su voluntad de ir al encuentro de los fieles que se sienten vinculados a ciertas formas de la liturgia latina anterior, y por lo tanto pide a los obispos conceder “de modo amplio y generoso” el uso de los libros litúrgicos de 1962.


2. Una parte no pequeña de los fieles católicos, sobre todo de lengua francesa, inglesa y alemana, permanecen fuertemente vinculados a la liturgia antigua, y el Sumo Pontífice no quiere repetir para con ellos lo que ya había ocurrido en 1970, donde se imponía la nueva liturgia de manera extremadamente brusca, con un tiempo de paso de sólo 6 meses, mientras el prestigioso Instituto litúrgico de Tréveris, de hecho, para tal cuestión, que toca de manera tan viva el nervio de la fe, justamente había pensado en un tiempo de 10 años, si no me equivoco.


Por lo tanto, son estos dos puntos – es decir, la autoridad del Sumo Pontífice reinante y su actitud pastoral y respetuosa hacia los fieles tradicionalistas – que deberían ser tomados en consideración.


Permítame, entonces, añadir algunas respuestas a sus críticas sobre mi intervención.


1. En cuanto al Concilio de Trento, nunca dije que éste habría reformado los libros litúrgicos. Por el contrario, siempre he subrayado que la reforma post-tridentina, ubicándose plenamente en la continuidad de la historia de la liturgia, no quiso abolir las otras liturgias latinas ortodoxas (cuyos textos existían desde hacía más de 200 años) y tampoco imponer una uniformidad litúrgica.


Cuando dije que también los fieles que hacen uso del Indulto de 1984 deben seguir los ordenamientos del Concilio, quería mostrar que las decisiones fundamentales del Vaticano II son el punto de encuentro de todas las tendencias litúrgicas y que, por lo tanto, son también el puente para la reconciliación en el ámbito litúrgico. Los oyentes presentes, en realidad, han comprendido mis palabras como una invitación a la apertura al Concilio, al encuentro con la reforma litúrgica. Pienso que quien defiende la necesidad y el valor de la reforma, debería estar plenamente de acuerdo con este modo de acercar los “tradicionalistas” al Concilio.


2. La cita de Newman quiere significar que la autoridad de la Iglesia nunca ha abolido en su historia, con un mandato jurídico, una liturgia ortodoxa. Se ha verificado, en cambio, el fenómeno de una liturgia que desaparece, y entonces pertenece a la historia, no al presente.


3. No quisiera entrar en todos los detalles de su carta, aunque no sería difícil responder a sus diversas críticas de mis argumentos. Sin embargo, considero muy importante lo que respecta a la unidad del Rito Romano. Esta unidad no está amenazada hoy por las pequeñas comunidades que hacen uso del Indulto y son con frecuencia tratados como leprosos, como personas que hacen algo indecoroso, más aún, inmoral; no, la unidad del Rito Romano está amenazada por la creatividad litúrgica salvaje, con frecuencia animada por liturgistas (por ejemplo, en Alemania se hace la propaganda del proyecto “Misal 2000”, diciendo que el Misal de Pablo VI estaría ya superado). Repito lo que he dicho en mi intervención: que la diferencia entre el Misal de 1962 y la misa fielmente celebrada según el Misal de Pablo VI es mucho menor que la diferencia entre las diversas aplicaciones denominadas “creativas” del Misal de Pablo VI. En esta situación, la presencia del Misal precedente puede convertirse en un baluarte contra las alteraciones de la liturgia lamentablemente frecuentes, y ser de este modo un apoyo de la reforma auténtica. Oponerse al uso del Indulto de 1984 (1988) en nombre de la unidad del Rito Romano es, según mi experiencia, una actitud muy lejana de la realidad. Por otro lado, lamento un poco que usted no haya percibido, en mi intervención, la invitación dirigida a los “tradicionalistas” a abrirse al Concilio, a venir al encuentro hacia la reconciliación, en la esperanza de superar, con el tiempo, la brecha entre los dos Misales.


Sin embargo, le agradezco por su parresia, que me ha permitido discutir francamente sobre una realidad que nos resulta igualmente importante.


Con sentimientos de gratitud por el trabajo que usted desarrolla en la formación de los futuros sacerdotes, lo saludo


Suyo en el Señor,


+ Joseph Card. Ratzinger


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Fuente: Mesainlatino


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Mons. Koch: “El diálogo con los anglicanos tiene ahora dos caminos: uno es el de Anglicanorum coetibus”

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Ofrecemos nuestra traducción de una entrevista al Arzobispo Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, publicada hoy en L’Osservatore Romano, en la que hace un balance del viaje papal al Reino Unido, habla sobre la aplicación de la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus, y menciona la sesión plenaria del diálogo teológico con los ortodoxos, que ha comenzado ayer en la ciudad de Viena y que estudia el tema del primado del Obispo de Roma en el primer milenio.

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Antes de partir para Gran Bretaña, usted había deseado que los aspectos más auténticos de la visita del Papa no fueran oscurecidos por polémicas y prejuicios. ¿Cómo ha ido finalmente?


Pienso que muy bien. Los otros miembros del séquito y yo hemos tenido la impresión de que los pueblos del Reino Unido han percibido realmente cómo es en verdad el Pontífice, en su sencillez, en su profundidad. La sensación es que ha sido recibido con afecto por todos y que finalmente este viaje se ha revelado como un gran éxito. Desde todo punto de vista.

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¿Cómo ha afrontado esta experiencia, para usted inédita?


En realidad, ya había vivido en primera persona un viaje internacional del Papa cuando, el 13 de mayo de dos años atrás, recibí a Benedicto XVI en el Caritas Baby Hospital de Belén, como obispo de Basilea y presidente de la Conferencia episcopal suiza, que está entre los mayores sostenedores del hospital pediátrico. En aquella ocasión, me impresionó el hecho de que el Papa no viviera aquellos momentos con la mirada puesta en el reloj. Recuerdo que se entretuvo largo rato con los niños enfermos, sobre todo con los prematuros. Aquella fue una experiencia maravillosa. Pero esta vez mi alegría es todavía mayor: participé en cada evento en Edimburgo, Glasgow, Londres y Birmingham; y en todas partes tuve la impresión de que el Papa logró siempre mostrarse tal como es y que la gente lo recibió con afecto.

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¿Cuál ha sido, en su opinión, el momento más significativo desde el punto de vista ecuménico?


Todo el viaje ha tenido una dimensión ecuménica porque en cada uno de los dieciocho discursos pronunciados, el Papa hizo referencia al rol de la comunidad de los creyentes en las sociedades europeas, hablando continuamente de las raíces cristianas del continente. Pero para responder a su pregunta, es evidente que la tarde del viernes 17 ha representado, desde nuestro punto de vista, la jornada más importante.

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¿Está hablando de la primera visita de un Papa a la residencia londinense del arzobispo de Canterbury o de la sucesiva celebración, también una primera vez histórica, en la abadía de Westminster?


Ambos eventos han tenido una relevancia sin precedentes. En el Lambeth Palace, los dos encuentros con el arzobispo Rowan Williams – el público y el otro más reservado – han sido muy amables y fraternos. El comunicado difundido conjuntamente al final del cordial diálogo ha subrayado cómo Benedicto XVI y el primado de la Comunión anglicana han reafirmado, entre otras cosas, la importancia de incrementar las relaciones ecuménicas y de profundizar el diálogo teológico, en particular sobre el tema de la Iglesia como comunión.

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Y luego han estado las Vísperas ecuménicas en la Abadía de Westminster. ¿Qué es lo que más le ha impresionado en este rito tan sugestivo?


Sobre todo, la oración común frente a la tumba de Eduardo el Confesor, el rey inglés venerado como santo en ambas tradiciones. Pero quisiera detenerme también en algunos gestos: el abrazo y el beso entre el Papa y el arzobispo Williams, que han sellado el intercambio de la paz, en sencillez y amistad; y también, al final de la celebración, la bendición impartida conjuntamente. Han sido momentos muy emotivos y en los diversos discursos tuve la sensación de que los dos se encuentran en sintonía en muchos puntos, proponiendo un mensaje compartido: es decir, que en una sociedad secularizada es absolutamente necesario un testimonio común. Jesucristo ha estado en el centro de todas las intervenciones. Estos encuentros han ofrecido un verdadero testimonio para la fe cristiana en la sociedad de Inglaterra y Escocia, los dos países visitados por el Papa en su viaje.

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Analizados los progresos, tal vez es el momento de hablar también de los problemas. ¿O se han borrado de golpe?


Existen, por supuesto, pero con la conciencia viva de que es absolutamente necesario trabajar en el futuro y continuar el diálogo, que ya ha dado frutos. En más de una circunstancia, algunos obispos anglicanos me han saludado diciéndome que están contentos por cómo este diálogo continúa y se busca realmente la unidad entre las dos comunidades.

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Aunque, en los últimos tiempos, la Constitución Apostólica “Anglicanorum coetibus” parece haber creado algunas dificultades.


Debe ser aclarado, en primer lugar, que la oferta pastoral del ordinariato para anglicanos que quieran entrar en plena comunión con la Iglesia católica ha sido una respuesta del Papa a explícitos pedidos en este sentido. Lo repito: ha habido peticiones de anglicanos de reencontrar a la Iglesia católica y el Pontífice no podía decir no. La diferencia con otros tiempos es que siempre ha habido conversiones individuales, y el ejemplo del cardenal Newman es iluminador; pero ahora se trata de grupos que quieren entrar en la Iglesia católica con sus pastores y tal vez con los obispos. Es un gran gesto por parte de Benedicto XVI, que abre las puertas a quien llama. Pero esto no cambia nada en el diálogo, que debe continuar. Quisiera además precisar que todo lo que respecta al diálogo entra en la responsabilidad del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Mientras que la aplicación de la Anglicanorum coetibus se ubica en la esfera de competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Y esto es un bien, porque tenemos dos caminos para continuar la búsqueda de la comunión con los anglicanos.

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En el discurso a los obispos de Inglaterra, Gales y Escocia, el Papa les ha pedido nuevamente que sean generosos en la aplicación de la Constitución apostólica. ¿Es signo de que todavía hay problemas?


Pienso que se trata, sobre todo, de problemas prácticos. Por ejemplo: ¿cómo se debe proceder en el caso de que una entera comunidad anglicana quiera entrar en la Iglesia católica con su obispo? ¿Cómo integrar a estos grupos y a los obispos a través de la institución de un ordinariato personal? Hasta hoy, no tenemos experiencias en este sentido. Pienso que siempre es un poco así cuando se introducen novedades, pero con sentido común se pueden superar también tales temores.

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¿Es en este espíritu que se prepara para afrontar también la cita de Viena?


Diría que sí. La duodécima sesión plenaria de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto se reúne durante una semana entera, hasta el 27 de septiembre, y espero que se den pasos adelante en la profundización del tema en agenda: el primado del Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, en el primer milenio. Se trata de un nudo crucial en las cuestiones históricas y doctrinales entre Oriente y Occidente. Dado que hay diferencias de interpretación sobre los testimonios y los fundamentos escriturísticos y teológicos, es muy interesante que las dos partes se esfuercen en leer los textos de otro modo, a través de un análisis común y una hermenéutica compartida. Sólo de este modo se puede cambiar la visión de las cosas y retomar un viaje fructífero hacia el futuro.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 20 de septiembre de 2010

El corazón habló al corazón

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Uno de los viajes pontificios más esperados (y también más combatidos) de este año ha concluido hace apenas un día. Es un buen momento para hacer un balance, necesariamente provisional, de lo que han significado estas cuatro jornadas que Benedicto XVI ha transcurrido en Escocia e Inglaterra.


Que una vez más la realidad ha desmentido las previsiones de fracaso, que tanta repercusión habían tenido a través de los medios de comunicación, es algo que está a la vista de todos. Las tan anunciadas protestas públicas contra el Sucesor de Pedro, caracterizadas por la falta de respeto y el odio irracional, se han realizado, sí, pero la participación ha sido mucho menor a la prevista. Por el contrario, en las celebraciones litúrgicas y los actos presididos por el Pontífice, para los cuales pocos días atrás se anunciaba un número de asistentes menor al esperado, se ha registrado una superación de las expectativas. Sin contar los miles de fieles que han saludado al Papa, tanto en Edimburgo como en Londres, cuando el papamóvil lo trasladaba de un sitio a otro. La misma prensa británica, que durante meses trató la visita papal con una creciente hostilidad, terminó dando un sorprendente giro al decidirse a asumir la realidad: “¿Rottweiller? No, es un abuelo santo” y “"El Papa de la gente deja Gran Bretaña con una sonrisa en su rostro" son algunos de los titulares de los más importantes periódicos que demuestran el éxito de este décimo séptimo viaje internacional del Papa Ratzinger.


El Pontífice, que ya en la entrevista con los periodistas en el avión afirmó claramente que “donde existe anticatolicismo, voy adelante con gran valentía y alegría”, recordó poco después, en el discurso pronunciado durante la audiencia con la Reina Isabel II, las raíces cristianas de Gran Bretaña: “el mensaje cristiano ha sido una parte integral de la lengua, el pensamiento y la cultura de los pueblos de estas islas durante más de mil años. El respeto de sus antepasados por la verdad y la justicia, la misericordia y la caridad, os llegan desde una fe que sigue siendo una fuerza poderosa para el bien de vuestro reino y el mayor beneficio de cristianos y no cristianos por igual”. En este contexto, el Papa recordó y elogió la oposición británica al régimen nazi, “que deseaba erradicar a Dios y negaba nuestra común humanidad a muchos”, una experiencia histórica que recuerda “cómo la exclusión de Dios, la religión y la virtud de la vida pública conduce finalmente a una visión sesgada del hombre y de la sociedad y por lo tanto a una visión restringida de la persona y su destino”.


La jornada del Papa en Escocia tuvo su culmen en la Santa Misa, con una participación multitudinaria, que presidió en Glasgow. En su homilía, el Vicario de Cristo recordó la gran importancia de la evangelización de la cultura en estos tiempos, “cuando la dictadura del relativismo amenaza con oscurecer la verdad inmutable sobre la naturaleza del hombre, sobre su destino y su bien último”. Y avanzando un poco más en uno de los grandes temas de su visita, frente a “algunos que buscan excluir de la esfera pública las creencias religiosas, objetando que son una amenaza para la igualdad y la libertad, recordó a los católicos que “la sociedad actual necesita voces claras que propongan nuestro derecho a vivir, no en una selva de libertades autodestructivas y arbitrarias, sino en una sociedad que trabaje por el verdadero bienestar de sus ciudadanos y les ofrezca guía y protección en su debilidad y fragilidad”. A los obispos, los llamó a ser un alter Christus especialmente para sus sacerdotes. A los presbíteros, les pidió dedicarse sólo a Dios y así ser “ejemplo luminoso de santidad, de vida sencilla y alegre para los jóvenes”. A los jóvenes, finalmente, les advirtió: “Hay muchas tentaciones que debéis afrontar cada día —droga, dinero, sexo, pornografía, alcohol— y que el mundo os dice que os darán felicidad, cuando, en verdad, estas cosas son destructivas y crean división. Sólo una cosa permanece: el amor personal de Jesús por cada uno de vosotros”.


En la segunda e intensa jornada del viaje apostólico, ya en Londres, Benedicto XVI se encontró con el mundo de la educación católica en el campo de deportes del St Mary’s University College donde pudo hablar, entre quienes estaban presentes y quienes lo seguían por internet, a todos los alumnos de todas las escuelas católicas de Inglaterra, Escocia y Gales. El mensaje del Papa, en un discurso a la vez sencillo y profundo, fue muy claro: “Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de vosotros es que seáis santos. Él os ama mucho más de lo que jamás podríais imaginar y quiere lo mejor para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis en santidad”. Y añadió: “La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios”.


Más tarde, frente a los representantes de otras religiones, el Papa pronunció unas palabras sobre la necesidad de la reciprocidad para alcanzar un diálogo fecundo, pensando especialmente en “en la situación de algunas partes del mundo donde la colaboración y el diálogo interreligioso necesita del respeto recíproco, la libertad para poder practicar la propia religión y participar en actos públicos de culto, así como la libertad de seguir la propia conciencia sin sufrir ostracismo o persecución, incluso después de la conversión de una religión a otra”. Por otro lado, en visita de cortesía al arzobispo de Canterbury Rowan Williams, primado de la Comunión Anglicana, el Sucesor de Pedro, no queriendo hacer referencia a las dificultades del diálogo que son “bien conocidas por todos los presentes”, quiso dar gracias a Dios por la creciente amistad entre anglicanos y católicos y por el progreso en muchos ámbitos del diálogo. Al líder de una cada vez más dividida Comunión Anglicana, Benedicto XVI recordó que “fieles a la voluntad del Señor reconocemos que la Iglesia está llamada a ser inclusiva, pero nunca a expensas de la verdad cristiana. En esto radica el dilema que afrontan cuantos están sinceramente comprometidos con el camino ecuménico”. Era la primera vez que un Obispo de Roma visitaba el Lambeth Palace y se dirigía desde allí a los obispos anglicanos.


Uno de los eventos más esperados, mencionado recientemente en esta Buhardilla, fue el histórico discurso que Benedicto XVI pronunció en su encuentro con representantes de la sociedad británica en el Westminster Hall, el lugar donde santo Tomás Moro fue condenado a muerte. Allí, el Papa afirmó que “si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia”. Acercándose más al tema central de su discurso, “el lugar apropiado de las creencias religiosas en el proceso político”, explicó que el papel de la religión en el debate político consiste en “ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”. En efecto, recordó el Pontífice, “sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana”. Finalmente, el Vicario de Cristo, al manifestar su preocupación por “la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, incluso en algunas naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia”, afirmó que “la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar sino una contribución vital al debate nacional”.

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La segunda jornada del viaje apostólico concluyó con la celebración ecuménica de las Vísperas en la Abadía de Westminster, que por primera vez recibía la visita de un Romano Pontífice. Allí, el Santo Padre, presentándose como “Sucesor de San Pedro en la Sede de Roma” y utilizando una bellísima estola perteneciente al Papa León XIII, se arrodilló para orar frente a la tumba de san Eduardo, el Confesor, “un modelo de verdadero cristiano y un ejemplo de la verdadera grandeza a la que el Señor llama a sus discípulos”. En sus palabras, el Papa Benedicto afirmó que “la unidad de la Iglesia jamás puede ser otra cosa que la unidad en la fe apostólica”, añadiendo luego que “todos somos conscientes de los retos, las bendiciones, las decepciones y los signos de esperanza que han marcado nuestro camino ecuménico”, animando a encomendar todo ello al Señor. Finalmente, recordó que la obediencia a la Palabra de Dios “debe estar libre de conformismo intelectual o acomodación fácil a las modas del momento. Ésta es la palabra de aliento que deseo dejaros esta noche, y lo hago con fidelidad a mi ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, encargado de cuidar especialmente de la unidad del rebaño de Cristo”.


La Santa Misa que el Santo Padre celebró, el sábado por la mañana, en la Catedral de Westminster, dedicada a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, se caracterizó por la belleza, el decoro y la dignidad en la liturgia. En su homilía, el Papa quiso hablar sobre “la unidad entre el sacrificio de Cristo en la cruz, el sacrificio eucarístico que ha entregado a su Iglesia y su sacerdocio eterno”. En ese contexto, recordó que “la realidad del sacrificio eucarístico ha estado siempre en el corazón de la fe católica; cuestionada en el siglo XVI, fue solemnemente reafirmada en el Concilio de Trento en el contexto de nuestra justificación en Cristo. Aquí en Inglaterra, como sabemos, hubo muchos que defendieron incondicionalmente la Misa, a menudo a un precio costoso, incrementando la devoción a la Santísima Eucaristía, que ha sido un sello distintivo del catolicismo en estas tierras”. Benedicto XVI, citando algunos documentos del concilio Vaticano II, habló del indispensable papel que los laicos deben desempeñar en la misión de la Iglesia, recordando sin embargo que “cuanto más crece el apostolado seglar, con mayor urgencia se percibe la necesidad de sacerdotes; y cuanto más profundizan los laicos en la propia vocación, más se subraya lo que es propio del sacerdote”. Al final de la celebración, el Papa se dirigió hacia la entrada del templo donde lo esperaban miles de jóvenes, a los que dirigió un breve pero profundo mensaje. Luego volvió a entrar en la catedral para bendecir un mosaico de san David, patrono del pueblo galés, y encender la lámpara de la imagen de Nuestra Señora de Cardigan, dirigiendo además un saludo a los fieles galeses, a quienes no pudo visitar en esta ocasión.


Por la tarde, antes de dirigirse al Hyde Park para presidir una Vigilia de Oración, el Peregrino Apostólico visitó una residencia de ancianos donde pronunció un breve discurso en el que puso como ejemplo al Papa Juan Pablo II, quien “sufrió de forma muy notoria en los últimos años de su vida. Todos teníamos claro que lo hizo en unión con los sufrimientos de nuestro Salvador. Su buen humor y paciencia cuando afrontó sus últimos días fueron un ejemplo extraordinario y conmovedor para todos los que debemos cargar con el peso de la avanzada edad”. Finalmente, habiéndose presentado “no sólo como un padre, sino también como un hermano que conoce bien las alegrías y fatigas que llegan con la edad”, les pidió que oraran por él y aseguró su oración por ellos para que la Santísima Virgen y su esposo San José “intercedan por nuestra felicidad en esta vida y nos obtengan la bendición de un tránsito tranquilo a la venidera”.


Una mención aparte merece el tratamiento que el Papa ha dado, en este viaje, a la dolorosa cuestión del escándalo por los abusos sexuales de algunos miembros del clero. Una vez más, en forma privada el sábado por la tarde, se reunió con algunas víctimas, escuchó sus historias, les expresó su dolor y vergüenza y rezó con y por ellos. Ya esa mañana, durante la homilía, Benedicto XVI había manifestado su profundo pesar junto con su esperanza de que “el poder de la gracia de Cristo, su sacrificio de reconciliación, traerá la curación profunda y la paz a sus vidas”. También reconoció “la vergüenza y la humillación que todos hemos sufrido a causa de estos pecados” e invitó a presentarlas al Señor, “confiando que este castigo contribuirá a la sanación de las víctimas, a la purificación de la Iglesia y a la renovación de su inveterado compromiso con la educación y la atención de los jóvenes”. Luego de hablar con las víctimas, el Papa se reunió también con algunos profesionales dedicados a la protección de los niños en el ambiente eclesiástico, frente a los cuales reconoció que “es deplorable que, en neta contradicción con la larga tradición de la Iglesia de cuidar a los niños, éstos hayan sufrido abusos y malos tratos por parte de algunos sacerdotes y religiosos” pero también afirmó que “aunque nunca podremos estar satisfechos del todo, el crédito se debe dar cuando es merecido: hay que reconocer los esfuerzos de la Iglesia en este país y en otros lugares, especialmente en los últimos diez años, para garantizar la seguridad de niños y jóvenes y para mostrarles respeto a medida que se encaminan a la madurez”. En este sentido, al encontrarse con los obispos británicos, también los animó a compartir las lecciones aprendidas con la comunidad en general ya que – se preguntó – “¿qué mejor manera podría haber de reparar estos pecados que acercarse, con un espíritu humilde de compasión, a los niños que siguen sufriendo abusos en otros lugares?”.

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El resto del viaje apostólico tuvo como protagonista al cardenal John Henry Newman. En la Vigilia de Oración del sábado por la noche, el Sumo Pontífice expresó la importancia de la beatificación con estas palabras: “Cuántas personas han anhelado este momento, en Inglaterra y en todo el mundo. También es una gran alegría para mí, personalmente, compartir con vosotros esta experiencia. Como sabéis, durante mucho tiempo, Newman ha ejercido una importante influencia en mi vida y pensamiento, como también en otras muchas personas más allá de estas islas”. De la vida del gran cardenal inglés, Benedicto XVI mencionó tres enseñanzas que considera relevantes para nuestros tiempos. En primer lugar, “Newman nos recuerda que…fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas. En una palabra, estamos destinados a conocer a Cristo”. En segundo lugar, nos enseña que “la pasión por la verdad, la honestidad intelectual y la auténtica conversión son costosas”, y puso como ejemplo a los mártires de Tyburn, añadiendo luego: “en nuestro tiempo, el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio ya no es ser ahorcado, descoyuntado y descuartizado, pero a menudo implica ser excluido, ridiculizado o parodiado. Y, sin embargo, la Iglesia no puede sustraerse a la misión de anunciar a Cristo y su Evangelio como verdad salvadora…”. Finalmente, “nos enseña que si hemos aceptado la verdad de Cristo y nos hemos comprometido con él, no puede haber separación entre lo que creemos y lo que vivimos”.


En uno de los pasajes más importantes de su discurso, y retomando uno de los grandes temas del viaje apostólico, el Santo Padre dijo: “Nadie que contemple con realismo nuestro mundo de hoy podría pensar que los cristianos pueden permitirse el lujo de continuar como si no pasara nada, haciendo caso omiso de la profunda crisis de fe que impregna nuestra sociedad, o confiando sencillamente en que el patrimonio de valores transmitido durante siglos de cristianismo seguirá inspirando y configurando el futuro de nuestra sociedad. Sabemos que en tiempos de crisis y turbación Dios ha suscitado grandes santos y profetas para la renovación de la Iglesia y la sociedad cristiana; confiamos en su providencia y pedimos que nos guíe constantemente. Pero cada uno de nosotros, de acuerdo con su estado de vida, está llamado a trabajar por el progreso del Reino de Dios, infundiendo en la vida temporal los valores del Evangelio”.


El momento culminante de estas cuatro jornadas del Papa Ratzinger en el Reino Unido fue, como se esperaba, la Santa Misa que presidió el domingo por la mañana en Birmingham, en la cual beatificó al Cardenal John Henry Newman. La última ceremonia de beatificación presidida por un Pontífice había sido en el año 2004, con el Papa Juan Pablo II, dado que Benedicto XVI, al ser elegido Sucesor de Pedro, decidió que las beatificaciones se celebrarían en los lugares de proveniencia de los nuevos beatos y que serían presididas, en nombre del Romano Pontífice, por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. En este caso, como se sabe, el Papa ha hecho una excepción a la regla que él mismo estableció. En su homilía, Benedicto XVI señaló que “el lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios”. Además de recordar algunas enseñanzas del Beato John Newman sobre la oración y sobre la vocación, recordó que “el servicio concreto al que fue llamado incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes cuestiones del día. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de una educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo”. Recordó también, como una deseable meta para los profesores de religión, una frase del nuevo Beato: “Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla”. Finalmente, Benedicto XVI explicó que la visión que el Beato John Henry tenía del ministerio pastoral estaba planteada “bajo el prisma de la calidez y la humanidad”, una visión que él mismo vivió “en sus desvelos pastorales por el pueblo de Birmingham, durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo a los encarcelados”.


Antes de partir hacia Roma, el Vicario de Cristo se encontró con todos los obispos de Inglaterra, Gales y Escocia, a quienes dirigió un amplio discurso, en el que les confesó que durante su visita había “percibido con claridad la sed profunda que el pueblo británico tiene de la Buena Noticia de Jesucristo” y les pidió que se aseguraran “de presentar en su plenitud el mensaje del Evangelio que da vida, incluso aquellos elementos que ponen en tela de juicio las opiniones corrientes de la cultura actual”, al mismo tiempo que los animó a hacer uso de los servicios del recientemente creado Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Quiso también referirse a dos cuestiones concretas: en primer lugar, a la nueva traducción en lengua inglesa del Misal Romano, animándolos a “aprovechar la oportunidad que ofrece la nueva traducción para una catequesis más profunda sobre la Eucaristía y una renovada devoción en la forma de su celebración”; en segundo lugar, a su reciente Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus, la cual “debería contemplarse – afirmó – como un gesto profético que puede contribuir positivamente al desarrollo de las relaciones entre anglicanos y católicos”, ya que “nos ayuda a fijar nuestra atención en el objetivo último de toda actividad ecuménica: la restauración de la plena comunión eclesial en un contexto en el que el intercambio recíproco de dones de nuestros respectivos patrimonios espirituales nos enriquezca a todos”.


Ya en el aeropuerto, al pronunciar su último discurso, el Peregrino Apostólico, además de agradecer todo el intenso trabajo de preparación de su visita, volvió a mostrar su alegría por la beatificación del Cardenal Newman (del cual, mientras tanto, se está estudiando otro presunto milagro, que podría ser el necesario para su canonización) y se mostró “convencido de que, con su vasto legado de escritos académicos y espirituales, tiene todavía mucho que enseñarnos sobre la vida y el testimonio cristiano en medio de los desafíos del mundo actual, desafíos que él previó con sorprendente claridad”.


“El corazón habla al corazón” era el lema de esta visita, tomado a su vez del lema del Beato John Newman. También en este viaje apostólico, que ha sido un éxito desde todo punto de vista, el corazón ha hablado al corazón. El corazón de Benedicto XVI, el Pastor sabio y humilde, al corazón de todos los británicos, creyentes y no creyentes.


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La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 19 de septiembre de 2010

Beato John Henry Newman, ¡ruega por nosotros!

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“Acogiendo el deseo de nuestro hermano Bernard Longley, Arzobispo de Birmingham, así como de otros muchos hermanos en el episcopado y de numerosos fieles, después de haber escuchado el parecer de la Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra autoridad apostólica concedemos que el Venerable Siervo de Dios Cardenal John Henry Newman, sacerdote de la Congregación del Oratorio, de ahora en adelante sea llamado Beato y se pueda celebrar su fiesta en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, cada año, el 9 de octubre. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.”


(Fórmula de beatificación pronunciada por el Santo Padre Benedicto XVI)

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Homilía del Papa Benedicto XVI en la Santa Misa de Beatificación del Cardenal John Henry Newman


Queridos hermanos y hermanas en Cristo


Nos encontramos aquí en Birmingham en un día realmente feliz. En primer lugar, porque es el día del Señor, el Domingo, el día en que el Señor Jesucristo resucitó de entre los muertos y cambió para siempre el curso de la historia humana, ofreciendo nueva vida y esperanza a todos los que viven en la oscuridad y en sombras de muerte. Es la razón por la que los cristianos de todo el mundo se reúnen en este día para alabar y dar gracias a Dios por las maravillas que ha hecho por nosotros. Este domingo en particular representa también un momento significativo en la vida de la nación británica, al ser el día elegido para conmemorar el setenta aniversario de la Batalla de Bretaña. Para mí, que estuve entre quienes vivieron y sufrieron los oscuros días del régimen nazi en Alemania, es profundamente conmovedor estar con vosotros en esta ocasión, y poder recordar a tantos conciudadanos vuestros que sacrificaron sus vidas, resistiendo con tesón a las fuerzas de esta ideología demoníaca. Pienso en particular en la vecina Coventry, que sufrió durísimos bombardeos, con numerosas víctimas en noviembre de 1940. Setenta años después recordamos con vergüenza y horror el espantoso precio de muerte y destrucción que la guerra trae consigo, y renovamos nuestra determinación de trabajar por la paz y la reconciliación, donde quiera que amenace un conflicto. Pero existe otra razón, más alegre, por la cual este día es especial para Gran Bretaña, para el centro de Inglaterra, para Birmingham. Éste es el día en que formalmente el Cardenal John Henry Newman ha sido elevado a los altares y declarado beato.


Agradezco al Arzobispo Bernard Longley su amable acogida al comenzar la Misa en esta mañana. Agradezco a cuantos habéis trabajado tan duramente durante tantos años en la promoción de la causa del Cardenal Newman, incluyendo a los Padres del Oratorio de Birminghan y a los miembros de la Familia Espiritual Das Werk. Y os saludo a todos los que habéis venido desde diversas partes de Gran Bretaña, Irlanda y otros puntos más lejanos; gracias por vuestra presencia en esta celebración, en la que alabamos y damos gloria a Dios por las virtudes heroicas de este santo inglés.


Inglaterra tiene un larga tradición de santos mártires, cuyo valiente testimonio ha sostenido e inspirado a la comunidad católica local durante siglos. Es justo y conveniente reconocer hoy la santidad de un confesor, un hijo de esta nación que, si bien no fue llamado a derramar la sangre por el Señor, jamás se cansó de dar un testimonio elocuente de Él a lo largo de una vida entregada al ministerio sacerdotal, y especialmente a predicar, enseñar y escribir. Es digno de formar parte de la larga hilera de santos y eruditos de estas islas, San Beda, Santa Hilda, San Aelred, el Beato Duns Scoto, por nombrar sólo a algunos. En el Beato John Newman, esta tradición de delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor intenso por el Señor ha dado grandes frutos, como signo de la presencia constante del Espíritu Santo en el corazón del Pueblo de Dios, suscitando copiosos dones de santidad.


El lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, “el corazón habla al corazón”, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones, «el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente... se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231). El Evangelio de hoy afirma que nadie puede servir a dos señores (cf. Lc 16,13), y el Beato John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración, aclara cómo el fiel cristiano toma partido por servir a su único y verdadero Maestro, que pide sólo para sí nuestra devoción incondicional (cf. Mt 23,10). Newman nos ayuda a entender en qué consiste esto para nuestra vida cotidiana: nos dice que nuestro divino Maestro nos ha asignado una tarea específica a cada uno de nosotros, un “servicio concreto”, confiado de manera única a cada persona concreta: «Tengo mi misión», escribe, «soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas. No me ha creado para la nada. Haré el bien, haré su trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio... si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él en mis quehaceres» (Meditación y Devoción, 301-2).


El servicio concreto al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo. Me gustaría rendir especial homenaje a su visión de la educación, que ha hecho tanto por formar el ethos que es la fuerza motriz de las escuelas y facultades católicas actuales. Firmemente contrario a cualquier enfoque reductivo o utilitarista, buscó lograr unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso. El proyecto de fundar una Universidad Católica en Irlanda le brindó la oportunidad de desarrollar sus ideas al respecto, y la colección de discursos que publicó con el título La Idea de una Universidad sostiene un ideal mediante el cual todos los que están inmersos en la formación académica pueden seguir aprendiendo. Más aún, qué mejor meta pueden fijarse los profesores de religión que la famosa llamada del Beato John Henry por unos laicos inteligentes y bien formados: «Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla» (La Posición Actual de los Católicos en Inglaterra, IX, 390). Hoy, cuando el autor de estas palabras ha sido elevado a los altares, pido para que, a través de su intercesión y ejemplo, todos los que trabajan en el campo de la enseñanza y de la catequesis se inspiren con mayor ardor en la visión tan clara que el nos dejó.


Aunque la extensa producción literaria sobre su vida y obras ha prestado comprensiblemente mayor atención al legado intelectual de John Henry Newman, en esta ocasión prefiero concluir con una breve reflexión sobre su vida sacerdotal, como pastor de almas. Su visión del ministerio pastoral bajo el prisma de la calidez y la humanidad está expresado de manera maravillosa en otro de sus famosos sermones: «Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre nosotros (“Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio”, Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3). Él vivió profundamente esta visión tan humana del ministerio sacerdotal en sus desvelos pastoral por el pueblo de Birmingham, durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo a los encarcelados. No sorprende que a su muerte, tantos miles de personas se agolparan en las calles mientras su cuerpo era trasladado al lugar de su sepultura, a no más de media milla de aquí. Ciento veinte años después, una gran multitud se ha congregado de nuevo para celebrar el solemne reconocimiento eclesial de la excepcional santidad de este padre de almas tan amado. Qué mejor que expresar nuestra alegría de este momento que dirigiéndonos a nuestro Padre del cielo con sincera gratitud, rezando con las mismas palabras que el Beato John Henry Newman puso en labios del coro celestial de los ángeles:


“Sea alabado el Santísimo en el cielo,

sea alabado en el abismo;

en todas sus palabras el más maravilloso,

el más seguro en todos sus caminos”.


(El Sueño de Gerontius)

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sábado, 18 de septiembre de 2010

En Londres, el Papa aclara los términos

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El vaticanista Paolo Rodari, que está acompañando al Santo Padre en su viaje al Reino Unido, ha escrito este intersante artículo sobre la jornada de ayer en la que el Papa Benedicto XVI pronunció un histórico discurso en el lugar donde santo Tomás Moro fue condenado a muerte.

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Cinco siglos después de la condena a muerte de Tomás Moro, debida al rechazo del político e intelectual inglés a aceptar el Acto de supremacía del Rey sobre la Iglesia católica, un Papa ha entrado por primera vez en el Westminster Hall, el gran salón dentro del Palacio del Parlamento inglés utilizado, además de para celebrar banquetes de coronación, exequias solemnes y ceremoniales de la Corona, también para decidir y deliberar la condena de Moro. Y a las 1800 personalidades políticas, académicas, religiosas y diplomáticas, el jefe de la Iglesia católica recordó lo que Moro ha significado para el Reino Unido, el hombre que en nombre de la fidelidad a la “propia conciencia” no tuvo miedo de “contrariar al soberano”, a Enrique VIII, que fundó la Iglesia anglicana después del divorcio con la reina Catalina: servía al soberano porque servía a Dios y lo que la conciencia le sugería.


Benedicto XVI llegó bajo las dos torres del Parlamento, en la orilla norte del río Támesis, en las primeras horas de la tarde. Estaba cansado después de un día “a la Wojtyla”: no es usual para el Papa alemán pronunciar en pocas horas seis discursos diversos. El eco del arresto de los cinco potenciales terroristas argelinos (por la tarde se convirtieron en seis) no se había apagado aún entre la gente. Muchos policías por la calle. En el aire un poco de tensión. Pero no se podía hablar de miedo. Muchos londinenses llegados para saludar al Pontífice, en esta histórica etapa de su viaje. Muchos lo siguieron durante horas tumultuosas: el retraso de media hora en el programa de la mañana; las palabras dedicadas al concepto de reciprocidad para que el diálogo entre las religiones sea fructífero, pronunciadas mientras las agencias de prensa publicaban las noticias de los arrestos; las palabras de Federico Lombardi para explicar que el Vaticano confía en Scotland Yard y asegurar que “era más riesgoso cuando estábamos en Sarajevo”, refiriéndose al viaje de Juan Pablo II en 1997 cuando se encontró dinamita bajo un puente por donde debía pasar el cortejo papal. Finalmente, el encuentro con el primado anglicano Rowan Williams, antes de la llegada a las Houses of Parliament.


Ha sido el arzobispo Cormack Murphy O’Connor, arzobispo emérito de Westminster, quien insistió en la importancia de la llegada del Papa a la sede del Parlamento, símbolo de un país, dijo, donde “la fe está en diálogo con la secularización”. Y precisamente de esto Ratzinger quiso hablar, de la relación entre fe y política: “la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional”.


El Papa, sentado a la mitad de la antigua escalera del Westminster Hall donde una placa recuerda a Moro, habló frente al viceprimer ministro inglés Nick Clegg y a cuatro predecesores de David Cameron: Gordon Brown, Tony Blair, John Major y Margaret Thatcher. Y a dos días de la histórica beatificación del cardenal John Henry Newman, que hizo del “primado de la conciencia” el sentido de su existencia, recordó que la Iglesia no quiere imponer a los gobiernos los principios a los cuales atenerse. Ella simplemente quiere recordar que los principios morales tienen su propio fundamento en la razón. Todo hombre, en conciencia, puede reconocerlos como verdaderos. También en el Reino Unido, en el país que quiere hacer de la tolerancia el corazón de su vida pública, “hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada. Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad deberían suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras religiones o de ninguna”.


Son conocidas las reservas que el Vaticano tiene sobre ciertas políticas inglesas, comenzando por la obligación, también para las ONG católicas, de conceder la adopción de niños a parejas homosexuales. Pero, de todos modos, el Papa ha querido ir más allá del particular: una sociedad que no reconoce el primado de la conciencia, y por lo tanto de lo que Dios ha inscrito dentro del corazón del hombre, se vuelve intolerante hacia los creyentes. Mientras, ha dicho, “Dios vela constantemente para guiarnos y protegernos”.


Westminster Hall está lleno de referencia a Dios, al Trascendente. Antes de despedirse, el Papa celebró las vísperas con los anglicanos dentro de la Abadía adyacente. La liturgia era solemne. Rowan Williams y Benedicto XVI uno al lado del otro. Parecían conmovidos. La entera Abadía entonó el canto introductorio. El Papa tomó la palabra: “Doy gracias al Señor por permitirme, como Sucesor de San Pedro en la Sede de Roma, realizar esta peregrinación a la tumba de San Eduardo, el Confesor. Eduardo, rey de Inglaterra, sigue siendo un modelo de testimonio cristiano”. El Papa no escondió las dificultades ecuménicas: “Todos somos conscientes de los retos, las bendiciones, las decepciones y los signos de esperanza que han marcado nuestro camino ecuménico”, dijo. Pero, entre tanto, ha sido el primer Pontífice Romano en entrar a Westminster. Con él, políticos y diplomáticos. Y el primado anglicano.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción : La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 16 de septiembre de 2010

Entrevista al Santo Padre

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Presentamos aquí la traducción al español de la entrevista brindada por el Papa Benedicto XVI durante el vuelo hacia Gran Bretaña. El texto que presentamos no es el oficial, pues la Santa Sede aún no lo ha publicado.


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Ha habido polémicas durante la preparación del viaje, Gran Bretaña ha sido presentada como un país anticatólico. ¿Usted está preocupado?


Debo decir que no estoy preocupado, ya que cuando estuve en Francia se había dicho que era el país más anticlerical, con fuertes corrientes anticlericales y con un mínimo número de fieles; cuando fui a la República Checa, se dijo que sería el país más antirreligioso de Europa y también anticlerical. De este modo, todos los países occidentales, cada uno según su modo específico, según la propia historia, tienen muchas corrientes anticlericales y anticatólicas pero tienen también siempre una fuerte presencia de fe. Así, en Francia y en la República Checa he visto y vivido una calurosa acogida por parte de la comunidad católica, una fuerte atención por parte de agnósticos que sin embargo están en búsqueda, quieren conocer y encontrar los valores que llevan adelante a la humanidad y han estado muy atentos por si podrían escuchar de mí algo en este sentido, y la tolerancia y el respeto de cuantos son anticatólicos. Actualmente, Gran Bretaña tiene su propia historia de anticatolicismo, esto es evidente, pero es también un país con su historia de tolerancia. Estoy seguro de que, por una parte, habrá una acogida positiva de los católicos y de los creyentes, atención de cuantos buscar cómo ir adelante en este tiempo nuestro, y respeto y tolerancia recíproca donde hay un anticatolicismo. Voy adelante con gran valentía y con alegría.


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El Reino Unido, como muchos otros países occidentales, es considerado un país secular, con un fuerte movimiento de ateísmo también con motivaciones culturales. Sin embargo, hay también signos de que la fe religiosa, en particular en Jesucristo, está todavía viva a nivel personal. ¿Qué puede significar esto para católicos y anglicanos? ¿Se puede hacer algo para mostrar a la Iglesia como institución más creíble y atractiva para todos?


Diría que una Iglesia que busca sobre todo ser atractiva, estaría ya en un camino equivocado. Porque la Iglesia no trabaja para sí, no trabaja para aumentar los propios números, el propio poder. La Iglesia está al servicio de Otro, sirve no para sí misma, para ser un cuerpo fuerte, sino para hacer accesible el anuncio de Jesucristo, las grandes verdades, las grandes fuerzas de amor y de reconciliación que han aparecido en esta figura y que vienen siempre de la presencia de Jesucristo. En este sentido, la Iglesia no busca el propio atractivo sino que debe ser transparente para Jesucristo. Y en la medida en que no está para sí misma, como cuerpo fuerte y poderoso en el mundo, sino que se hace sencillamente voz de Otro, se convierte realmente en transparencia para la gran figura de Cristo y las grandes verdades que ha traído a la humanidad, la fuerza del amor. En este momento, se escucha y se acepta que la Iglesia no debería considerarse a sí misma sino ayudar a considerar a Otro, y ella misma ha de ver y hablar de Otro y por Otro. En este sentido, me parece también que anglicanos y católicos tienen el mismo deber, la misma dirección que tomar. Si anglicanos y católicos ven ambos que no sirven para sí mismos sino que instrumentos para Cristo, amigos del Esposo como dice san Juan, si ambos siguen la prioridad de Cristo y no de sí mismos, entonces van juntos. Porque entonces la prioridad de Cristo los une y no son ya competidores, cada uno buscando el mayor número, sino que están juntos en el compromiso por la verdad de Cristo que entra en este mundo, y de este modo se encuentran también recíprocamente en un verdadero y fecundo ecumenismo.


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Como es conocido y como ha sido puesto de relieve también por recientes encuestas, el escándalo de los abusos sexuales ha sacudido la confianza de los fieles en la Iglesia. ¿Cómo piensa que puede contribuir a restablecer esta confianza?


En primer lugar, debo decir que estas revelaciones han sido para mí un shock, son una gran tristeza. Es difícil entender cómo fue posible esta perversión del ministerio sacerdotal. El sacerdote, en el momento de la ordenación, preparado por años para este momento, dice sí a Cristo para hacerse su voz, su boca, su mano, y servir con toda la existencia para que el buen Pastor que ama, que ayuda y que guía a la verdad esté presente en el mundo. Es difícil comprender cómo un hombre que ha hecho y dicho esto puede luego caer en esta perversión, es una gran tristeza, una tristeza también que la autoridad de la Iglesia no fuera suficientemente vigilante y suficientemente veloz y decidida para tomar las medidas necesarias. Por todo esto, estamos en un momento de penitencia, de humildad, de renovada sinceridad, como escribí a los obispos irlandeses. Me parece que ahora debemos realizar precisamente un tiempo de penitencia, un tiempo de humildad, y renovar y aprender nuevamente la sinceridad absoluta. En cuanto a las víctimas, diría que tres cosas son importantes. El primer interés son las víctimas, cómo podemos reparar, qué podemos hacer para ayudar a estas personas a superar este trauma, a reencontrar la vida, a reencontrar también la confianza en el mensaje de Cristo. El compromiso por las víctimas es la primera prioridad con ayudas materiales, psicológicas y espirituales. Lo segundo es el problema de las personas culpables: la justa pena, excluirlos de toda posibilidad de acceso a los jóvenes, porque sabemos que ésta es una enfermedad, que la libre voluntad no funciona donde está esta enfermedad y, por lo tanto, debemos proteger a estas personas contra sí mismas y encontrar la manera de ayudarlas y protegerlas de sí mismas y excluirlas de todo acceso a los jóvenes. Y el tercer punto es la prevención y la educación en la elección de los candidatos al sacerdocio. Estar atentos de tal modo que, según las posibilidades humanas, se excluyan futuros casos. Quisiera en este momento también agradecer al episcopado británico por su atención y por su colaboración tanto con la Sede de Pedro como con las instancias públicas y la atención por las víctimas y por el derecho. Creo que el episcopado británico ha hecho y hace un gran trabajo. Por eso, estoy muy agradecido.


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Santidad, la figura del cardenal Newman es muy significativa para usted. Y para el cardenal Newman usted hace la excepción de presidir su beatificación. ¿Piensa que su recuerdo puede ayudar a superar las divisiones entre anglicanos y católicos? ¿Y cuáles son los aspectos de su personalidad sobre los que desea poner el acento más fuerte?


El Cardenal Newman es sobre todo, por una parte, un hombre moderno que ha vivido todo el problema de la modernidad, que ha vivido también el problema del agnosticismo, de la imposibilidad de conocer a Dios, de creer. Un hombre que ha estado durante toda su vida en camino, en camino de dejarse transformar por la verdad en una búsqueda de gran sinceridad y de gran disponibilidad de conocer y de encontrar y aceptar el camino para la verdadera vida. Esta modernidad interior de su vida implica la modernidad de su fe. No es una fe en fórmulas de un tiempo pasado sino una fe personalísima, vivida, sufrida, encontrada en un largo camino de renovación y de conversiones. Es un hombre de gran cultura que, por una parte, participa en nuestra cultura escéptica de hoy, en la cuestión de si podemos entender algo cierto sobre la verdad del hombre y de cómo podemos llegar a la convergencia de las verosimilitudes. Un hombre que, con una gran cultura de conocimiento de los padres de la Iglesia, ha estudiado y renovado la génesis y el don de la fe, reconocida así la figura esencialmente interior. Es un hombre de una gran espiritualidad, de un gran humanismo, un hombre de oración, de una relación profunda con Dios y, por eso, de una relación profunda también con los hombres de su tiempo y del nuestro tiempo. Señalaría, por lo tanto, tres elementos: modernidad de su existencia con todas las dudas y los problemas de nuestro ser de hoy; cultura grande, conocimiento de los grandes tesoros de la cultura de la humanidad, disponibilidad de búsqueda permanente, de renovación permanente; y espiritualidad, vida espiritual con Dios, dan a este hombre una grandeza excepcional para nuestro tiempo y por eso es una figura de doctor de la Iglesia para nosotros y para todos, y también un puente entre anglicanos y católicos.


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Esta visita es considerada con el rango de una visita de Estado. ¿Hay sintonía con las autoridades inglesas, en particular respecto a los grandes desafíos del mundo actual?


Estoy muy agradecido a Su Majestad la Reina Isabel II, que ha querido dar a esta visita el rango de visita de Estado, que sabe expresar el carácter público de esta visita y también la responsabilidad común de la política y de la religión para el futuro del continente y también para el futuro de la humanidad, la gran responsabilidad común para que los valores que crean justicia y política y que vienen de la religión estén juntos en camino de nuestro tiempo. Naturalmente, este hecho de que jurídicamente es una visita de Estado no hace que mi visita sea un hecho político porque si el Papa es jefe de Estado esto es sólo un instrumento para garantizar la independencia de su anuncio y el carácter público de su labor de pastor. En este sentido, también la visita de Estado permanece como sustancial y esencialmente una visita pastoral, es decir, una visita en la responsabilidad de la fe por la cual el Sumo Pontífice, el Papa, existe y este carácter de visita de Estado pone en el centro de la atención precisamente las coincidencias entre los intereses de la política y de la religión. La política sustancialmente es creada para garantizar justicia, y con la justicia la libertad. Pero la justicia es un valor moral, un valor religioso, y así la fe, el anuncio del Evangelio, se vincula en el punto justicia con la política y aquí nacen los intereses comunes. Gran Bretaña tiene un gran experiencia y una gran actividad en la lucha contra los males de este tiempo, la miseria, la pobreza, las enfermedades, la droga, y todos estas luchas contra la miseria, la pobreza, las esclavitudes del hombre, son también fines de la fe porque son fines de la humanización del hombre para que sea restituida la imagen de Dios contra las destrucciones y las devastaciones. El segundo deber común es el compromiso por la paz en el mundo y la capacidad de vivir la paz, la educación para la paz, crear las virtudes que hacen al hombre capaz de paz. Y finalmente, el elemento esencial de la paz es el diálogo de las religiones, la tolerancia, la apertura del hombre al otro. Y esto es un profundo objetivo tanto de Gran Bretaña como sociedad como de la fe católica, de abrir el corazón, de abrir al diálogo, de abrir a la verdad, al camino común de la humanidad y a reencontrare los valores que son fundamento de nuestro humanismo


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Fuente: Il Giornale

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

La causa del Cardenal Newman

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Newman

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Un bebé con severas deformaciones nació en una condición perfectamente normal luego que la madre rezara al Cardenal John Henry Newman.


El Vaticano está investigando la inexplicable curación como un posible signo sobrenatural que podría llevar a la canonización del converso victoriano.


El Papa beatificará al Cardenal Newman en Cofton Park, Birmingham, el domingo, siguiendo a la curación de una paralizante condición de la columna vertebral del diácono norteamericano Jack Sullivan en el 2001. Se requiere un segundo milagro para la canonización.


Andrea Ambrosi, quien está a cargo de la causa de canonización del Cardenal Newman, dijo que la curación del bebé “podría ser el milagro para la canonización”.


Ann Widdecombe, ex miembro del Parlamento y católica conversa dijo que los escaneos prenatales revelaban que el bebé tenía “severas deformaciones” y que los doctores estaban convencidos que no podrían hacer nada para ayudarlo. “El niño nació perfecto, luego de que la madre rezara a Newman, y los científicos no pueden explicarlo”, dijo Widdecombe.


El Padre Richard Duffield, preboste del Oratorio de Birmingham y actor de la causa, confirmó que “un tribunal de investigación sobre un nuevo milagro… está a punto de abrirse en la arquidiócesis de Ciudad de México”.


“El milagro del que se habla tuvo lugar luego del anuncio formal de la beatificación de Newman”, dijo. “Esto significa que, de hallarse que es genuino, podría ser tomado en consideración como el segundo milagro necesario para la canonización de Newman. Se espera que las declaraciones de testimonio de los involucrados y de los equipos médicos estén listas para ser enviadas a Roma a principios del 2011”.


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Fuente: Catholic Herald

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 14 de septiembre de 2010

Mons. Koch y su plan de trabajo al frente de Unidad de los Cristianos

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Kurt_Koch

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El Arzobispo Koch, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, ha concedido una extensa e interesante entrevista a L’Osservatore Romano en la cual se ha referido detalladamente a su plan de trabajo en el dicasterio, a las prioridades que ha establecido en su labor y a las diversas realidades de las que deberá ocuparse en su nuevo cargo. Ofrecemos nuestra traducción en lengua española.

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La primera visita oficial la realizará al Patriarca Bartolomé en Estambul el 30 de noviembre para la fiesta de San Andrés. Pero ya desde el 16 al 19 de septiembre acompañará al Papa en el Reino Unido en un delicado viaje por las relaciones con los anglicanos, mientras que del 20 al 27 de septiembre estará en Viena para la esperada sesión de la comisión mixta para el diálogo teológico con los ortodoxos. El arzobispo suizo Kurt Koch, de sesenta años, desde el 1º de julio Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, no ha tenido tiempo para el rodaje. En esta entrevista a nuestro periódico anticipa sus primeros pasos y esboza el programa de trabajo que terminará de poner a punto para noviembre, en la asamblea plenaria del Pontificio Consejo.


Como buen suizo, dice, “el ecumenismo lo llevo dentro desde el nacimiento”. A los doce años, la lectura de la Pasión de Cristo lo “moviliza y conmueve” porque “los soldados romanos no quieren dividir la túnica de Jesús pero hemos sido nosotros, los cristianos, quienes hemos pensado en lacerarla, separando el único cuerpo de Cristo”. Era la época del concilio Vaticano II, “gran evento en el surco de la tradición que vive”. Luego, con los estudios en Lucerna y en Munich de Baviera, el ecumenismo comenzó a formar parte a pleno título también de su bagaje teológico. Sacerdote desde 1982 y desde 1995 obispo de Basilea, la diócesis helvética más grande, acogió a Juan Pablo II en Berna, en junio de 2004, organizando un encuentro cara a cara con los jóvenes “para relanzar la evangelización en Suiza a través de la transmisión de la fe”, su otra gran pasión pastoral.


Monseñor Koch explica que no es el presidente de un holding internacional “que puede hacer y organizar todo lo que se le pasa por la cabeza. La unidad de los cristianos es una misión querida por Jesús mismo y tengo un mandato bien preciso del Papa para tratar de recomponer el escándalo de las divisiones”. Un mandato que Benedicto XVI le ha confirmado recientemente, el 30 de agosto, recibiéndolo en audiencia después de haberlo llamado a Castelgandolfo como relator principal en el encuentro con sus ex-alumnos para hablar sobre la correcta interpretación del concilio Vaticano II y sobre la reforma litúrgica.

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¿Qué le ha dicho el Pontífice al confiarle el cargo de Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos?


El Papa me convocó el 6 de febrero y, en la audiencia privada, me confió que había pensado en mí como obispo que conoce las comunidades de la reforma protestante no sólo por los libros sino por experiencia de vida, directa. Sabía que en Suiza he podido dialogar y confrontarme con los reformados. Habíamos hablado de esto en las visitas ad limina, cuando él era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y yo era obispo de Basilea. Desde el 2002 soy miembro del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y el trabajo desarrollado hasta ahora me hace todavía más consciente de la gran responsabilidad que Benedicto XVI me ha confiado.

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¿Puede anticiparnos cuáles serán sus estrategias en los diversos diálogos, tanto en Oriente como en Occidente?


El punto neurálgico, para mí, es reconocer la dimensión espiritual como fundamento y alma de todo el movimiento ecuménico. No es una ocurrencia del momento, basta releer el número 8 del decreto conciliar Unitatis redintegratio y referirnos a las experiencias directas. Sin dimensión espiritual no se va a ninguna parte.

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¿Cuáles son los ingredientes indispensables para el diálogo ecuménico?


En primer lugar, la amistad. Un diálogo creíble y sincero se puede entablar sólo si existe aquello que yo llamo ecumenismo del amor. Cuando las relaciones no son buenas, es difícil rezar juntos y afrontar los temas teológicos. Encontrarse, conocerse personalmente, estrechar amistades verdaderas, son los ingredientes básicos para hacer funcionar mucho mejor el diálogo teológico.

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Por lo tanto, amor y verdad.


Amor y verdad son también los dos grandes verbos de Benedicto XVI, el centro de su corpus teológico. Si amor y verdad no van de la mano, el diálogo se bloquea. Es fácil constatar que no hay futuro para un hombre y una mujer que muestran amarse pero no se dicen la vedad. Así como el amor sin verdad no es amor, del mismo modo la verdad por sí sola, sin amor, puede ser dura de aceptar.

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Analizando los progresos y los estancamientos, ¿cuál es el estado de salud del ecumenismo?


Hemos dado pasos hacia adelante en todas las direcciones. No debemos esperar forzosamente resultados inmediatos, también porque el fundamento del ecumenismo es la espiritualidad. Cada diálogo es siempre un nuevo desafío, con sus características particulares. He experimentado esto como miembro de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales y de la Comisión internacional para la unidad luterana-católica. Hay una diferencia específica en el modo de proceder. Con los ortodoxos tenemos un gran fundamento común de fe y algunas diferencias en la cultura. Con el mundo que viene de la Reforma, en cambio, no es tan grande el fundamento común de fe pero la cultura es la misma.

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El fundamento común de fe con los ortodoxos está produciendo resultados inesperados. Desde Moscú le ha llegado un mensaje de felicitación del Patriarca Kirill que augura “nuevas perspectivas de colaboración en beneficio de ambas Iglesias”, subrayando los positivos y constructivos desarrollos en las relaciones.


Es cierto, con los ortodoxos estamos registrando progresos también en el diálogo teológico. Y en Viena, del 20 al 27 de septiembre, podremos hacerlo de nuevo, continuando el estudio del tema del rol del Obispo de Roma en el primer milenio. Luego, para la fiesta de San Andrés, el próximo 30 de noviembre, viajaré a Estambul. Es importante que mi primera visita oficial sea al Patriarca ecuménico Bartolomé en el ámbito del intercambio de delegaciones entre Roma y el Fanar para las fiestas patronales.

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Por parte protestante, su nombramiento ha suscitado reacciones positivas y la esperanza de una renovada “apertura ecuménica” que le ha sido reconocida sobre todo por el pastor luterano Olav Fykse Tveit, secretario general del Consejo ecuménico de las Iglesias.


La condición fundamental es discutir qué es la Iglesia, examinando los diversos puntos de vista. De hecho, se corre el riesgo de perder la visión misma de la unidad de la Iglesia. Es un diálogo que debe profundizarse. Precisamente la experiencia vivida en Suiza me ha indicado prioridades y urgencias del compromiso ecuménico. Como sacerdote y como obispo me he planteado siempre, por ejemplo, el problema de los muchos matrimonios mixtos, de las familias compuestas por católicos y protestantes. Es doloroso que maridos y esposas, padres e hijos, no puedan participar juntos en las celebraciones los unos de los otros. Se trata de una realidad que en Basilea he vivido como un desafío práctico.

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¿Le podrá ser útil en Roma la experiencia ecuménica hecha en Suiza?


En mi país, las comunidades reformadas son un caso especial, también por el fragmentado mundo protestante. Según el teólogo evangélico Lukas Vischer, fallecido en el 2008, que formaba parte del Consejo ecuménico de las Iglesias, las comunidades suizas tienen “la confesión de no tener una confesión”. A Roma traigo, sobre todo, la actitud de diálogo y un conocimiento de las diversas cuestiones maduradas en este campo.

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La apertura del Papa a los anglicanos con la Constitución Apostólica “Anglicanorum coetibus” ha suscitado mucha inquietud. Y Benedicto XVI está por viajar al Reino Unido.


La situación del mundo anglicano no es sencilla. Con la Anglicanorum coetibus, el Pontífice ha abierto las puertas a cuantos han pedido libremente vivir en la unidad de la Iglesia católica. En el viaje que el Papa está por realizar al Reino Unido se podrán afrontar directamente cuestiones importantes para contribuir a relanzar el diálogo siempre más abierto con los anglicanos. Es significativo que en sus visitas internacionales inserte siempre un encuentro ecuménico. No es una sorpresa, sin embargo, dado que ya en el discurso al comienzo del Pontificado reafirmó claramente la prioridad de la unidad de los cristianos.

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¿Cuáles serán los temas en la agenda para la sesión plenaria del dicasterio en noviembre?


Ya estamos trabajando para preparar la asamblea. Dos años atrás, en la plenaria precedente, hemos hecho el balance de los pasos ecuménicos en los últimos cuarenta años. Ahora debemos determinar juntos los caminos a recorrer. De los trabajos saldrá un programa sobre qué hacer en el futuro. Somos conscientes de que la unidad de los cristianos es una misión urgente que debe ser llevada adelante, a pesar de las evidentes dificultades, con un diálogo que encuentra su fundamento en el concilio Vaticano II.

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¿Puede presentarnos al equipo del Pontificio Consejo?


Sé que tengo colaboradores de gran nivel. En estos años ya he podido conocerlos, comenzando por el secretario del dicasterio, el obispo Brian Farell, que tiene un panorama preciso de las diversas situaciones. Y luego está monseñor Eleuterio Francesco Fortino, un hombre gentil del que no se puede no ser amigo, que con su experiencia custodia la tradición de esta oficina.

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¿Cómo articulará su trabajo?


Mi trabajo implica, sobre todo, la tejedura de una red de encuentros y visitas con los representantes de realidades muy diversas entre ellas. Hay un aspecto de mi cargo particularmente interesante y que, en cambio, a veces no es suficientemente resaltado: el encuentro con los obispos para las visitas ad limina Apostolorum. Para mí es fundamental el diálogo directo, examinar las situaciones caso por caso. Soy obispo desde hace quince años; en la Conferencia episcopal suiza he sido vicepresidente por nueve años y presidente durante tres años. Por lo tanto, he podido darme cuenta de cuán importantes son las visitas ad limina. En aquellas ocasiones, el diálogo con el cardenal Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha sido siempre muy precioso. Hasta ese momento lo conocía bien pero sólo a través de sus libros.

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En el territorio de su diócesis de Basilea está la sede de la Fraternidad San Pío X. ¿Ha podido conocer de cerca la situación, puede dar una valoración?


No he tenido particulares contactos con la Fraternidad San Pío X. Mi deseo es que este diálogo ofrecido y relanzado por el Papa puede ser comprendido por todos y dar los resultados esperados.

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A usted le tocará también llevar adelante el diálogo con los judíos. Interviniendo en el sínodo del 2008 sobre la Palabra de Dios, dijo que “se podría aprender mucho del judaísmo”, considerado cada vez más la Escritura como “una realidad viva”.


A veces se olvida que el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos es también responsable de la Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo. No es una casualidad o una equivocación, lo considero muy significativo. Es un cargo que siento de modo particular. Me complace que, entre los primeros en visitarme aquí en Roma, a pesar del período de verano, hayan sido precisamente algunos representantes del judaísmo. Se perciben evidentes señales positivas en las relaciones con mundo judío. Al cardenal Walter Kasper, mi predecesor, se le debe reconocer el mérito de haber dado un significativo impulso para mejorar las relaciones, superando obstáculos y prejuicios. Por mi parte, quiero continuar y profundizar este trabajo de conocimiento recíproco. En las relaciones con los judíos no se trata de una cuestión de política, lo que importa es la dimensión religiosa. Lo confirman las palabras del Papa y sus visitas a las sinagogas de Colonia, New Cork y Roma.

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Al orden del día de su trabajo no puede faltar la cuestión de las sectas.


Nos preguntamos porqué tanta gente se dirige a las sectas. ¿Qué encuentran? ¿Por qué la oferta se muestra tan atractiva? ¿Cómo es que estas personas no llaman más a las puertas de nuestras iglesias? La invasión de las sectas nos plantea serios interrogantes. Ciertamente no debemos usar sus estrategias, pero estamos obligados a repensar en cómo anunciamos el Evangelio, en nuestra credibilidad. He quedado impresionado al escuchar, en el sínodo del 2008, los testimonios de los representantes de América Latina que deben hacer frente a la agresividad de las sectas. En las próximas visitas ad limina de los obispos latinoamericanos afrontaremos decididamente la cuestión para ver qué se puede hacer.

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El Papa lo ha llamado a usted, un teólogo, a continuar el trabajo ecuménico de otro teólogo como el cardenal Kasper. Este cambio también ha despejado el terreno por los inevitables intentos de atribuir etiquetas de progresismo y tradicionalismo.


Entre el cardenal Kasper y yo no hay diferencias sustanciales. Nos conocemos desde hace años y precisamente él, en el 2002, me llamó a formar parte del Pontificio Consejo. En estos días se ha mostrado disponible para facilitar mi integración. Puedo asegurar que proseguiré el trabajo que el cardenal Kasper ha desarrollado tan bien.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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