viernes, 14 de agosto de 2009

Stella Matutina

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0815-ASUNCION-DE-MARIA

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Estrella de la Mañana tras la noche oscura, y precursora siempre del Sol.


En este mundo de la vista y de los sentidos, ¿cuál será la manera de representarnos simbólicamente los esplendores de ese mundo superior que se encuentra más allá de nuestras percepciones corporales? ¿Cuáles serán las señales y las promesas más verdaderas, por pobres que sean, de lo que esperamos ver de hermoso y de singular en el más allá? Sean las que sean, seguro que la Santísima Madre de Dios puede reclamarlas como suyas. Y así es en realidad: dos de esos símbolos se le atribuyen como títulos en las Letanías: las estrellas del cielo y las flores de la tierra. María es al mismo tiempo la Rosa Mystica y la Stella Matutina.


Y de esos dos, ambos muy apropiados, el de Estrella de la Mañana es el que mejor le sienta, y eso por tres razones.


La primera, porque la rosa es de esta tierra, mientras que la estrella está colocada en lo alto del cielo. María ya no tiene parte alguna en este mundo de aquí abajo. A las estrellas del cielo no les afecta el cambio, ni la violencia del fuego, del agua, de la tierra o del aire; se hacen visibles, siempre brillantes y maravillosas, en todas las partes del globo y a todas las razas humanas.


En segundo lugar, porque la rosa tiene una vida efímera; su decadencia es tan cierta como grácil y fragante fue su mediodía. Pero María, como las estrellas, permanece para siempre tan brillante hoy como el día de su Asunción, tan pura y tan perfecta cuando su Hijo venga a juzgarnos como lo es hoy.


Y finalmente, es un privilegio de María el ser la Estrella de la Mañana, la Estrella que anuncia el Sol. Ella no brilla por sí misma, ni con luz propia, sino que es un reflejo de su Redentor y el nuestro, lo glorifica. Cuando ella aparece en la oscuridad, sabemos que Él está a las puertas. Él es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin. Él viene pronto, y trae con Él su salario, para dar a cada uno según sus trabajos. “Sí, Yo vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús”.

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John Henry Newman, “Meditaciones sobre las Letanías”

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