lunes, 30 de marzo de 2009

¿Por qué en latín?

*

Ave Regina Caelorum

*

Presentamos la traducción de un artículo de Jeffrey Tucker sobre el latín y la música popular católica, publicado en The New Liturgical Movement.

***

Parte de nuestra ambición como ‘schola’ es hacer regresar a la vida de los católicos los himnos populares de todas las épocas. Por eso, este año hicimos el esfuerzo de cantar la antífona mariana para la Cuaresma – Ave Regina Caelorum – cada semana, después de la Comunión. La hemos puesto en el programa cada semana y la hemos cantado sin faltar. Hoy, en la quinta semana, el pueblo se unió al canto como si le fuera propio. Ahora es parte de su experiencia de la fe.


Es probable que algunos hayan tenido en mente la canción en la comida o al hacer deportes por la tarde. Tal vez algunos la cantarán en sus mentes antes de ir a dormir a la noche y quizá la recordarán también por la mañana.


Esto no era así solo unas semanas atrás, cuando prácticamente nadie en la parroquia conocía esta canción. Ahora es una realidad viva en sus vidas y la han agregado al depósito intelectual y estético de su comprensión de lo que constituye la marca de la fe católica. Esta canción se suma a mil otros signos – desde el agua bendita hasta las cuentas del Rosario – de lo que significa ser católico.


Personalmente, esto me es muy satisfactorio. Por supuesto, es sólo un canto. El Libro de Canto parroquial incluye 70 de estos. Hay centenas más que calificarían como música popular. Ojalá todos las conociéramos de memoria.


Entonces empecé a pensar el “por qué”. Después de todo, no se trata de “música ritual”, en el sentido de ser textos de la Misa. Estos himnos no son “propios”, ni partes de los cantos ordinarios de la Misa. Son himnos, y tienen vida propia fuera de los libros litúrgicos. En la Misa, se usan en los momentos en que el ritual se detiene, y estamos experimentando un período de contemplación.


Actualmente, tendemos a considerar a estos cantos como una música de alto calibre, característico de una “celebración solemne”, pero en realidad esto no es históricamente correcto. Esta música ha de ser considerada como la verdadera música popular católica. Tiene sus orígenes en la piedad, enraizados en la expresión popular de nuestra fe, cantados por todos los católicos de todos los tiempos, y su presencia continua durante mil años y más – con algunos de estos cantos pertenecientes al período patrístico – habla de su calidad musical y de su calidad como verdadera expresión del sentido de la fe.


Estas cortas melodías tienen una capacidad especial para unir a las personas en el canto, tema que puede sonar como un cliché hasta que consideramos qué es precisamente lo que los católicos quieren decir con la palabra “unir”. No es una unidad del tipo trivial, perteneciente solamente a aquellos que están presentes en el momento. Raramente se logra ese tipo de unidad en el ambiente parroquial, dada la tendencia natural de los católicos a evitar ser encerrados en actividades grupales. Además, hay que contar con que una cuarta parte de la congregación se resistirá consistentemente a cantar, sin importar cuán convincente sea el cantor o cuán familiar sea el canto.


Por unidad, entonces, queremos significar lo que está unido más allá de las líneas geográficas y nacionales e incluso a través del tiempo, extendiéndose por generaciones y generaciones. Nuestras voces se unen con gente que no conocemos y que no podríamos conocer. Ésta es una forma mística de unidad que prescinde del espacio físico que experimentamos con nuestros sentidos. Sólo podemos imaginarnos a la gente que mil años atrás cantaba estas mismas melodías con las mismas palabras en la misma Misa durante el mismo tiempo litúrgico. No sabemos y no podemos imaginarnos cómo eran sus vidas, qué ropa usaban, qué comían, cómo pensaban y hablaban, cuáles eran sus pruebas y sus problemas, sus gozos y sus temores; pero podemos, después de todo, cantar los mismos cantos que ellos cantaron. Así, nuestra unidad en el canto es una magnífica expresión de lo que significa ser católico, de lo que es ensanchar nuestro pensamiento y nuestra vida más allá de los límites del tiempo y del espacio.


Entonces podemos comprender la importancia del latín. Las melodías están hechas de forma que se acomoden al texto y lo expresen lo más hermosamente posible. Adaptarlas a otro idioma es posible pero esto las despoja de un importante aspecto de unidad, y el canto se convierte en uno diferente, con reminiscencias del original pero no la cosa real. Además, la música es una gran camino para que los católicos post-conciliares superen sus fobias ante el latín.


Pero debemos ir más lejos y preguntar por qué debiera importar que un grupo particular de católicos llegue a conocer un grupo particular de himnos. Es posible que ellos los enseñen a sus hijos, y que el canto viva y se difunda, y entonces habremos hecho una contribución a la continuidad histórica. Pero quizá no lo enseñen a otros. Puede ser que se muden a otra ciudad, o que olviden el canto después de la Cuaresma, y eventualmente, claro está, todos moriremos y nuestra capacidad de transmitir estas canciones morirá con nosotros.


Entonces, ¿por qué hacerlo? Es una cuestión de obligación que todos tenemos de ayudar a hacer la fe tan bella como podamos, en nuestro tiempo y espacio, en la medida en que podamos. Cantamos estos cantos por la misma razón por la que plantamos flores en nuestros jardines y en las jardineras de las ventanas. Las flores, como los cantos, viven sólo por un breve tiempo. Al final se mueren, y si uno no se ocupa, la tierra vuelve a su estado natural, sin flores ni belleza.


¿Por qué plantamos, entonces? Porque la belleza provoca en nosotros un cierto idealismo que mejora el mundo en el que vivimos y nos da un vislumbre de algo glorioso y eterno. Aprendemos de las flores que podemos hacer una contribución a mejorar nuestro mundo, y las flores contribuyen a mejorarnos como personas, dándonos una perspectiva y una imagen más clara de que lo que parece imposible, de hecho es posible. Plantarlas es una forma de entrar en el esfuerzo continuado, hecho por cada generación, de traer color y luminosidad al valle de lágrimas en el que vivimos.


Me gusta pensar sobre el trabajo de un músico en la Iglesia como en la entrada en una corriente de agua que comenzó a brotar al comienzo de la Vida de Cristo. Esta corriente crece y crece con el tiempo, y en ocasiones se frena, pero continúa existiendo y moviéndose solamente hacia delante. Pasamos muy pocos años sobre esta tierra, pero tenemos la oportunidad de formar parte de esta corriente de música, y de hacer una contribución en la transmisión desde el pasado hacia el futuro.


Cuando cantamos estos cantos, nuestras voces se hacen parte de esta agua y de su continuo movimiento. Al hacer esto, los músicos le damos a nuestras vidas un significado que va más allá del tiempo. Tenemos parte en el gran esfuerzo de teñir el mundo con el arte cristiano, un arte que señala a la grandiosa verdad que buscamos y que da sentido a nuestras vidas.

*

Para escuchar el himno Ave Regina Caelorum

***

Fuente: The New Liturgical Movement


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

domingo, 29 de marzo de 2009

Ad Orientem: un debate que nunca ha terminado

*

Ad Orientem

*

Ofrecemos nuestra traducción de un artículo que el Padre Uwe Michael Lang publicó hace dos años en una revista italiana (y que recientemente fue recogido por el blog Fides et Forma) acerca de un tema de gran actualidad: la orientación de la plegaria litúrgica. El autor, que es un experto en el tema, realiza un profundo análisis de la cuestión rechazando las teorías de quienes presentan la orientación versus populum como una "opción conciliar".

***

Recibo con placer la invitación de Rinaldo Falsini a reabrir un debate sobre la posición del altar y la orientación en la plegaria litúrgica (Vita Pastorale 10/2006, pp. 54-55). Éste es un debate que, a pesar de las apariencias contrarias, nunca se ha terminado. Ya en los años `60 teólogos de fama internacional criticaron la rápida acogida de la celebración versus populum: entre ellos, Josef Andreas Jungmann, uno de los artífices de la constitución del concilio Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia, el oratoriano Louis Bouyer, uno de los grandes teólogos del Concilio, y Joseph Ratzinger, entonces profesor de teología en Tubinga y perito del Concilio. Las observaciones del joven Ratzinger no han perdido nada de su importancia: “No podemos negar por más tiempo que sobre este tema se han insinuado muchas exageraciones e incluso aberraciones, hasta el punto de resultar enojosas e indecorosas. Por ejemplo, ¿deberán celebrarse todas la Misas cara al pueblo? ¿Es tan absolutamente importante poder mirar a la cara al sacerdote que celebra la Eucaristía? O, ¿no será muchas veces extremadamente saludable pensar que también él es un cristiano y tiene todos los motivos para dirigirse a Dios en compañía de sus hermanos congregados en asamblea y recitar con ellos el Padrenuestro?” (traducción de J. Ratzinger, “Der Katholizismus nach dem Konzil” in Auf dein Wort hin. 81. Deutscher Katholikentag vom 13. Juli’ bis 17. Juli 1966 in Bamberg, Paderborn 1966, p. 253).


Estos teólogos, “a pesar de su gran reputación, en un principio no lograron que se oyeran sus voces, tan fuerte era la tendencia a subrayar el aspecto comunitario de celebración litúrgica y, por tanto, a considerar como absolutamente necesaria la posición cara a cara de sacerdote y pueblo”: son palabras del cardenal Ratzinger, ahora Papa Benedicto XVI, en su prefacio a mi libro “Volverse hacia el Señor. La orientación en la plegaria litúrgica”. Actualmente el clima intelectual y espiritual está menos polarizado y ha sido posible retomar la discusión sobre la posición del altar y la orientación de la plegaria; lo demuestran las recientes obras sobre el tema que han sido acogidas con notable atención entre los estudiosos de liturgia. Como dice Ratzinger, “la investigación histórica ha suavizado la controversia haciéndola menos partidista mientras que, por otro lado, los fieles han ido tomando conciencia de los problemas que plantea una sistematización que difícilmente podrá demostrar que la liturgia está abierta a realidades superiores y a la perspectiva del mundo futuro” (ibíd.).


Lamentablemente no puedo estar de acuerdo con la tesis del padre Falsini de que “el altar hacia el pueblo es una opción conciliar”. Es bien conocido que los decretos del concilio no mencionan nada de todo esto. La Sacrosanctum Concilium no habla de celebración versus populum. El padre Falsini se refiere al artículo 128 del cap. VII de la constitución: “Revísense (…) los cánones y prescripciones eclesiásticas que se refieren a la disposición de las cosas externas del culto sagrado, sobre todo en lo referente a la apta y digna edificación de los tiempos, a la forma y construcción de los altares”. Pero su interpretación de este artículo me parece forzada.


La instrucción Inter Oecumenici, preparada por el Concilium para la aplicación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia y publicada el 26 de septiembre de 1964, contiene un capítulo sobre la proyección de nuevas iglesias y altares que comprende el parágrafo que sigue: “Praestat ut altare maius extruatur a parete seiunctum, ut facile circumiri et in eo celebratio versus populum peragi possit” [Es recomendable que el altar esté exento del muro frontal, de modo que se pueda rodear fácilmente y así llevar a cabo la celebración cara al pueblo]” (Inter oecumenici, n. 91: AAS 56, 1964, p. 898).

Se afirma que sería deseable erigir el altar separado del muro frontal de modo que el sacerdote pueda rodearlo fácilmente y sea posible celebrar de cara al pueblo. Jungmann nos invita a considerar lo siguiente: “Es subrayada solamente la posibilidad. Y ésta [separación del altar de la pared] no es ni siquiera impuesta sino sólo aconsejada, como se puede notar observando el texto latino de la directiva […] En la nueva Instrucción, la premisa general de una disposición similar del altar es subrayada sólo en función de posibles obstáculos o restricciones de espacio” (J. A. Jungmann, “Der neue Altar” ii Der Seelsorger, 37, 1967, p. 375).


En una carta dirigida a los presidentes de las Conferencias episcopales, con fecha de 25 de enero de 1966, el cardenal Giacomo Lercaro, presidente del Concilium, declara que, respecto a la renovación de los altares, “la prudencia debe ser nuestra guía”. Y prosigue explicando: “Sobre todo porque, para una liturgia viva y participada, no es indispensable que el altar esté versus populum: en la Misa, toda la Liturgia de la Palabra se desarrolla desde la sede, el ambón o el atril y, por tanto, de cara a la asamblea; y en cuanto a la Liturgia Eucarística, los sistemas de altavoces hacen la participación bastante posible. En segundo lugar, se debería pensar seriamente en los problemas artísticos y arquitectónicos siendo que estos elementos están protegidos, en muchos países, por rigurosas leyes civiles” (traducción de G. Lercaro, “L’heureux développement” en Notitiae 2, 1966, p 160).


Se debe recordar también, en ese contexto, una proposición fundamental de las normas generales sobre la reforma de la sagrada Liturgia de la Sacrosanctum Concilium: “Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes” (cap. III, art. 23). En todo caso, no se puede apelar al concilio Vaticano II para justificar las alteraciones radicales a las que han sido sometidas las iglesias históricas en los últimos tiempos.


Respecto a la exhortación a la prudencia del cardenal Lercaro, Jungmann advierte que no deberíamos convertir la opción en “un requisito absoluto y, eventualmente, una moda a la que sucumbamos sin pensar” (Der neue Alltar, p. 380). La Inter Oecumenici permite, por lo tanto, celebrar la Misa de cara al pueblo pero no la impone. Aquel documento, de hecho, no sugiere que la Misa celebrada de cara a los fieles sea siempre la forma preferible de celebración eucarística. Las rúbricas del Missale Romanum renovado del Papa Pablo VI presuponen una orientación común del sacerdote y del pueblo para el momento culminante de la liturgia eucarística.


La Instrucción indica que, en el momento del Orate fratres, de la Pax Domini, del Ecce Agnus Dei y del Ritus conclusionis, el sacerdote debe dirigirse hacia los fieles: esto parece dar a entender que, en precedencia, sacerdote y pueblo están mirando en la misma dirección, es decía, hacia el altar. En la comunión del celebrante, la rúbrica dice ad altare versus, instrucción que sería redundante si el celebrante ya estuviera detrás del altar y de frente al pueblo. Esta lectura es confirmada por las directivas de la Institutio generalis, aunque de tanto en tanto éstas son diversas de las del Ordo Missae. La tercera Editio typica del Missale Romanum renovado, aprobada por el papa Juan Pablo II el 10 de abril de 2000 y publicada en la primavera del 2002, mantiene estas rúbricas.


Esta interpretación de los documentos oficiales ha sido confirmada por la Congregación para el Culto Divino. En una editorial de Notitiae, el boletín oficial de la Congregación, se aclara que la disposición de un altar que permita la celebración de cara al pueblo no es una cuestión que haga que la liturgia se mantenga firme o sufra detrimento. El artículo sugiere, además, que en este problema, como en muchos otros, la invitación a la prudencia del cardenal Lercaro casi ha caído en el vacío en el clima de euforia postconciliar. La editorial observa que el cambio de orientación del altar y el uso de la lengua son cosas mucho más fáciles que el entrar en la dimensión teológica y espiritual de la liturgia, estudiar su historia y tener en cuenta las consecuencias pastorales de la reforma (“Editorial: Pregare ad orientem versus” en Notitiae 29, 1993, p.247).


En la edición revisada de la Ordenación general del Misal Romano, publicada con fines de estudio en la primavera del 2000, se encuentra un parágrafo sobre la cuestión del altar: “Altare exstruatur a parete seiunctum, ut facile circumiri et in eo celebratio versus populum peragi possit, quod expedit ubicumque possibile sit [Constrúyase el altar separado de la pared, de modo que se le pueda rodear fácilmente y la celebración se pueda realizar de cara al pueblo, lo cual conviene que sea posible en todas partes]” (n. 299). La sutil formulación de este parágrafo (posit- posible) indica con claridad que la posición del sacerdote celebrante de cara al pueblo no es obligatoria: la instrucción simplemente permite ambas formas de celebración.


De cualquier modo, la frase añadida “lo cual conviene que sea posible en todas partes (quod expedit ubicumque possibile sit)”, se refiere a la previsión de un altar exento y no al hecho de que sea deseable una celebración versus populum. No obstante, diversos comentarios a la Ordenación general revisada parecían sugerir que la posición del celebrante versus orientem o versus absidem había sido declarada indeseable o incluso prohibida. Esta interpretación, sin embargo, ha sido rechazada por la Congregación para el Culto Divino respondiendo a una pregunta del cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena (sorprende que no haya sido publicada en Notitiae sino en la publicación oficial del Pontificio Consejo para los textos legislativos: Communicationes 32, 2000, pag. 171-172). Naturalmente, el parágrafo en cuestión de la Ordenación general debe ser leído a la luz de esta aclaración.


Una breve digresión histórica sobre las reflexiones del padre Pierre Jounel: el concilio Vaticano I se realizó en el brazo derecho de la Basílica de San Pedro y por eso se celebraba la Misa en el altar del ábside del mismo brazo dirigiendo “la espalda a los padres” (expresión inadecuada). En cambio, las sesiones del concilio Vaticano II fueron realizadas en la nave central. La Misa se celebraba “hacia el aula conciliar” porque San Pedro es una basílica con el ingreso orientado al este, hacia el cual el celebrante que estaba detrás del altar se dirigía durante la liturgia eucarística (ver el cap. II de mi libro “Volverse hacia el Señor”).

En realidad, la cuestión subyacente al debate litúrgico es la recepción del Concilio. Como Benedicto XVI ha dicho en su fundamental discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005, hay dos hermenéuticas opuestas: la hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura y la hermenéutica de la reforma: “La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar”. Por el contrario, la hermenéutica de la reforma, “de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia que el Señor nos ha dado”, nos lleva a una relectura de los textos conciliares en el contexto de la tradición eclesial. Por eso, no podemos dejar a un lado la reflexión sobre la historia y sobre la teología de la orientación litúrgica, ni tampoco interpretando el Concilio, como propone Falsini en su artículo. Como he intentado demostrar en “Volverse hacia el Señor”, la dirección común del sacerdote y de los fieles en la plegaria litúrgica pertenece a toda la tradición cristiana, de Oriente y de Occidente, y tiene un significado aún más actual para la vida de la Iglesia de hoy.

***
Fuente:
Fides et Forma


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

viernes, 27 de marzo de 2009

La verdad por sobre el prestigio

*

University of Notre Dame

*

Hace algunos días, nos enterábamos por De Lapsis que la Universidad Católica de Notre Dame, en Estados Unidos, había decidido conceder al presidente Barack Obama el doctorado "honoris causa" en leyes. La Cardinal Newman Society ha lanzado una iniciativa para pedir la cancelación del acto. A esto se han sumado varios obispos norteamericanos que expresaron su repudio a la decisión de la universidad.

*

El 24 de marzo, el obispo local Mons. John D'Arcy publicó el siguiente comunicado en la página web de la diócesis:


El viernes 21 de marzo, el Padre John Jenkins, CSC, me llamó por teléfono para informarme que el presidente Obama había aceptado su invitación para hablar a los graduados en Notre Dame y recibir un grado honorífico. Hablamos poco antes de que el anuncio se hiciera público en la conferencia de prensa de la Casa Blanca. Este fue el primer momento en que fui informado que Notre Dame había realizado esta invitación.


El presidente Obama ha afirmado recientemente, y ahora ha hecho política pública, su largamente establecida falta de disposición para considerar la vida humana como sagrada. Mientras que afirma separar la política de la ciencia, de hecho ha separado la ciencia de la ética, y ha puesto al gobierno americano, por primera vez en la historia, en apoyo de la destrucción directa de la vida humana inocente.


Ésta será la decimoquinta graduación en Notre Dame durante mi tiempo como obispo. Después de mucha oración, he decidido no participar en la graduación. No intento faltarle el respeto a nuestro presidente, ruego por él y le deseo bien. Siempre he reverenciado el oficio de la Presidencia. Pero un obispo debe enseñar la fe católica “a tiempo y a destiempo”, y el obispo enseña no sólo con sus palabras, sino también con sus acciones.


Mi decisión no es un ataque a nadie, sino que es en defensa de la verdad sobre la vida humana.


Tengo también en mente la declaración de los Obispos Católicos de los Estados Unidos: “La comunidad católica y las instituciones católicas no deben honrar a aquellos que actúan en oposición a nuestros principios morales fundamentales. No se les debe dar reconocimientos, honores o plataformas que sugieran apoyo a sus acciones”. En verdad, la medida de una institución católica no está dada sólo por aquello que representa, sino también por aquello que no representa.


He hablado con la profesara Mary Ann Glendon, quien va a recibir la Medalla “Laetare”. La conozco desde hace muchos años, y la tengo en alta estima. Ambos somos docentes, pero de forma diferente. La he animado a aceptar este reconocimiento, y aprovechar la oportunidad que el mismo le da para enseñar.


En oración, continúo ponderando estos asuntos – que muchos han hallado escandalosos –, y también debe hacerlo Notre Dame. Como Universidad católica, Notre Dame debe preguntarse a sí misma si, por esta decisión, no ha elegido el prestigio por sobre la verdad.


Mañana, celebramos como católicos el momento en que nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, Se hizo un Niño en el vientre de Su Santísima Madre. Pidamos a nuestra Señora que interceda por la Universidad nombrada en su honor, para que retome su compromiso por la primacía de la verdad sobre el prestigio.

*

El Obispo de Phoenix, Mons. Thomas Olmsted, envió el siguiente mensaje al Padre Jenkins, presidente de la Universidad:


Querido P. Jenkins,


Me entristece y me pesa en el corazón que haya decidido invitar al presidente Obama para que hable en la Universidad de Notre Dame, e incluso reciba un grado honorífico.


Es un acto público de desobediencia a los Obispos de los Estados Unidos. Nuestra declaración de junio del 2004, “Los católicos en la vida política”, sostiene: “La comunidad católica y las instituciones católicas no deben honrar a aquellos que actúan en oposición a nuestros principios morales fundamentales. No se les debe dar reconocimientos, honores o plataformas que sugieran apoyo a sus acciones”. Nadie puede no saber acerca de las posiciones y acciones públicas del presidente en asuntos claves, opuestas a los más vulnerables de los seres humanos.


Juan Pablo II dijo: “Se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fontal, condición de todos los otros derechos de la persona”.


Ruego para que pueda ver el grave error de su decisión, y la forma en que ésta rebaja la proclamación que la Iglesia hace del Evangelio de la Vida en nuestro tiempo.

*

Monseñor Gregory Aymond, obispo de Austin, también hizo público un comunicado:


Como fue anunciado recientemente, la Universidad de Notre Dame en South Bend, Ind., otorgará al presidente Barack Obama un grado honorífico, y le ha pedido que diera el discurso de la ceremonia de graduación.


Junto con muchos otros católicos, expreso mi gran decepción y tristeza de que una Universidad católica honre a alguien que es “pro-choice” y que sostiene muchos valores contrarios a nuestra fe católica.


Ante una situación tan triste, como católicos debemos continuar siendo pro-vida y proclamando con mayor fuerza todavía los valores de Cristo y las enseñanzas de la Iglesia Católica.


En mi opinión, es muy claro que en este caso, la Universidad de Notre Dame no está a la altura de su identidad católica al conceder este reconocimiento, y sus líderes necesitan nuestra oración.

*

El Cardenal Daniel DiNardo, Arzobispo de Galveston-Houston, en la última parte de un mensaje pastoral (aún no publicado en el sitio web de la arquidiócesis, aparece en el Texas Catholic Herald), expresó también su decepción:


Quiero atreverme a comentar acerca de la declaración de la Universidad de Notre Dame, recientemente publicada; declaración que indicaba que el presidente ha aceptado una invitación a dar el discurso de la ceremonia de graduación de este año, y a recibir un grado honorífico en leyes. La noticia publicada también explica el hecho de que otros presidentes han dado el discurso de la ceremonia de graduación en Notre Dame, y han puesto así de relieve la importancia de la universidad. Encuentro muy decepcionante la invitación. Aunque puedo comprender el deseo de una universidad de tener el prestigio de contar con el presidente de los Estados Unidos para el discurso de graduación, el tema moral fundamental del inestimable valor de la persona humana desde la concepción hasta su muerte natural es un principio que penetra todas nuestras vidas como católicos, y todos nuestros esfuerzos en la formación, especialmente en la educación de los lugares católicos de altos estudios. El presidente ha dejado en claro, con la palabra y las obras, que promoverá el aborto y que removerá incluso aquellas limitadas sanciones que controlan este acto de violencia contra la persona humana. Los Obispos de los Estados Unidos publicaron un documento unos años atrás, pidiendo a todas las universidades católicas que eviten dar una plataforma o un reconocimiento a aquellos políticos o figuras públicas que promuevan el quitar la vida a los no nacidos. No obstante la dignidad del oficio del presidente, esta oferta está proveyendo una plataforma y un reconocimiento a una figura pública que ha sido clara en su visión pro-aborto. Particularmente problemático es el grado honorífico en leyes, dado que éste reconoce que la persona es un “maestro”, en este caso en Leyes. Creo que esta decisión requiere una crítica caritativa pero vigorosa.

***

Traducciones: La Buhardilla de Jerónimo

***

martes, 24 de marzo de 2009

Liturgia e inculturación, según Guido Marini

*

 Misa en Yaoundé

*

Ayer hacíamos referencia a las palabras que el Santo Padre dirigió a los obispos de Camerún sobre la dignidad de la Liturgia y a la fidelidad con la que Monseñor Marini y sus colaboradores habían puesto en práctica las directivas papales. Hoy ofrecemos nuestra traducción de una entrevista a Monseñor Guido Marini en la cual, partiendo del balance sobre las Liturgias papales en África, aclara con gran precisión la relación que debe haber entre la Sagrada Liturgia de la Iglesia universal y las diversas expresiones culturales locales.

***

En Yaoundé se ha iniciado, al menos ésta es la esperanza, una etapa nueva para África. Una etapa de reconciliación, de justicia y de paz. Y la Iglesia está junto a este pueblo inmenso, con toda su carga de dolores y de sufrimientos pero también con todo el precioso tesoro de valores contenidos en su cultura tradicional, con la autenticidad y la frescura de su fe, y con su profundo respeto por lo sagrado. El Papa, durante el encuentro con los periodistas que lo acompañaban a bordo del avión en el regreso a Roma, entre otros argumentos afrontados, ha querido subrayar precisamente esta característica del alma africana: el sentido de lo sagrado. También durante las celebraciones presididas en estos días, en las que se han incluido elementos expresivos de la religiosidad y de la cultura africana, ha mostrado apreciar la compostura, la fe sincera que logran expresar y la fuerza motriz que ejercen sobre la asamblea de los fieles, haciendo viva y concreta la participación. En este sentido, ha sido ejemplar la Misa en el estadio Amadou Ahidjo de Yaoundé para la entrega del Instrumentum laboris, en la cual un coro de más de sesenta mil personas ha destacado los momentos importantes como una única voz. La así llamada “africanización” de la Misa ha sido siempre objeto, no tanto de discusiones sino más bien de estudio y verificación. Hemos hablado con el maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificas, monseñor Guido Marini, el cual ha concedido esta entrevista a nuestro periódico.

*

El Papa, al encontrarse con los periodistas, ha querido subrayar la belleza de las celebraciones litúrgicas vividas en África, destacando la gran dignidad y sacralidad manifestadas también a través de algunas modalidades expresivas típicas de la cultura africana. ¿A usted qué le ha parecido?


Sin duda, hemos participado en celebraciones litúrgicas durante las cuales se ha respirado el sentido de lo sagrado, en un clima de gran dignidad y todo ha contribuido a ello: el canto, el silencio, la palabra, algunas gestualidades típicas de la cultura africana, las expresiones de alegría contenida y religiosa. Han sido encuentros de oración muy intensos en los cuales se ha tenido la gracia de entrar en la belleza del misterio de Dios y de la Iglesia.

*

¿Cómo han sido preparadas las celebraciones litúrgicas?


Se ha trabajado mucho tiempo para que todo pudiese realizarse de la mejor manera posible. Primero, como es costumbre para la preparación de los viajes, hemos tenido algunas reuniones en Roma con los responsables litúrgicos locales; luego hemos ido al lugar para visitar los sitios de las celebraciones y continuar con la preparación iniciada; finalmente, durante el viaje papal, hemos hecho alguna revisión más y los ensayos con todos los encargados de los diversos servicios litúrgicos. La colaboración ha sido muy cordial y generosa, y por parte de los responsables litúrgicos locales para la Liturgia ha habido mucha disponibilidad a seguir las indicaciones recibidas y a definir juntos también los detalles.

*

En su opinión, ¿cómo se puede conciliar la necesidad de respetar los cánones de la Liturgia con la manifiesta voluntad de los africanos de expresar su fe según la cultura tradicional africana que por lo demás tiene como algo innato, como quiso recordar el Papa, el respeto por lo sagrado?


Soy del parecer de que el punto de partida debe ser siempre la realidad más íntima y verdadera de la Liturgia: su ser celebración del misterio del Señor, de su muerte y resurrección por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, oración de la Iglesia en la cual todos entramos en vistas a una auténtica conversión de la vida. Cuando las diversas expresiones culturales son puestas al servicio de esta celebración, es posible que encuentren un espacio adecuado y expresión en la Liturgia. No la deben cambiar porque la Liturgia es un don precioso donado a la Iglesia y vivido por ella en la continuidad de su Tradición, que no es modificable subjetiva y arbitrariamente; pueden, sin embargo, ofrecerle una forma expresiva cultural, típica y enriquecedora. Creo poder afirmar que esto es lo que se ha vivido en los días de la visita de Benedicto XVI a África.

*

Las sectas religiosas basan el éxito de su proselitismo precisamente en la capacidad de mimetizarse con la cultura africana. Teniendo en cuenta que los africanos parecen aferrarse mucho a la inserción en sus celebraciones de elementos típicos de su cultura, ¿qué se puede hacer para ayudarlos a identificarse cada vez más y mejor con la celebración de la Misa?


El tema de las sectas da lugar a una multiplicidad de problemáticas, entre otras cosas complejas. Pienso, sin embargo, que en lo que respecta a la Liturgia, la posibilidad de que la cultura africana pueda encontrar un lugar adecuado en la celebración de los misterios del Señor es, sin duda, una ayuda para superar el peligro de la adhesión a las sectas. Considero que es importante recordar también que no todas las expresiones culturales son compatibles con la Liturgia de la Iglesia: puede haber una necesidad de educación y de purificación. Éste es, por otra parte, el camino necesario de toda cultura que se encuentra con el Evangelio: queda sanada y purificada y se hace capaz de darle una nueva expresión histórica.

*

Ha parecido que al Papa le han agradado las formas expresivas manifestadas durante las celebraciones africanas…


Creo que sí, considerando también las palabras que Benedicto XVI dijo al respecto en el encuentro con los periodistas en el avión durante el viaje de retorno de África. Me parece que el agrado se debe al hecho de que en estas celebraciones se ha vivido un intenso sentido de lo sagrado y del misterio, que el recogimiento ha sido grande a pesar de la gran multitud de participantes, y que se ha realizado una fructífera coexistencia de elementos típicos locales y de elementos universales. Se estaban viviendo las celebraciones litúrgicas en África pero, al mismo tiempo, se estaba viviendo una celebración litúrgica de la Iglesia universal.

***

Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

lunes, 23 de marzo de 2009

Crónicas de un viaje importante para confirmar a África en la fe

*

 Benedicto XVI en África

*

Después de casi una semana de intensas actividades, ha concluido hoy el decimoprimer viaje apostólico del Papa Benedicto XVI que lo ha llevado, por primera vez, al continente africano para visitar Camerún y Angola. Se trata de un viaje pastoral que puede definirse como grandioso, a pesar de los furiosos intentos de gran parte de la prensa occidental por oscurecer este viaje, tergiversando las palabras del Pontífice sobre algunos temas puntuales e ignorando totalmente el resto de la visita buscando boicotear el principal objetivo del viaje papal: “Vengo a estar con vosotros como pastor. Vengo para confirmar a mis hermanos y hermanas en la fe. Éste fue el papel que Cristo confió a Pedro en la Última Cena, y éste es también el papel de los sucesores de Pedro” (cfr. Discurso en la Ceremonia de bienvenida).


Ya desde su llegada a Camerún, el viaje apostólico se caracterizó por la llamada del Papa a la esperanza, una esperanza posible aún en medio de situaciones dolorosas, una esperanza real porque está fundada sólo en Jesucristo: “También en medio del mayor sufrimiento, el mensaje cristiano lleva siempre consigo esperanza. La vida de santa Josefina Bakhita ofrece un espléndido ejemplo de la transformación que el encuentro con el Dios vivo puede producir en una situación de gran penalidad e injusticia. Ante el dolor o la violencia, ante la pobreza o el hambre, la corrupción o el abuso de poder, un cristiano nunca puede permanecer callado. El mensaje de salvación del Evangelio debe ser proclamado con brío y claridad, de modo que la luz de Cristo pueda brillar en la oscuridad de la vida de las personas”.


En su primer encuentro con obispos del continente, los de Camerún, el Vicario de Cristo consideró oportuno recordar “la necesidad urgente de anunciar el Evangelio a todos”, una prioridad que sigue siendo actual. Y en vistas a esta necesidad urgente, les indicó tres puntos a considerar: “una profunda comunión que una a los Pastores de la Iglesia entre sí” (“más allá de las reuniones institucionales”); “una relación de calidad con los sacerdotes” poniendo una atención especial en “la fidelidad de los sacerdotes y personas consagradas a los compromisos contraídos con su ordenación o entrada en la vida religiosa”; y, por último, “un esencial discernimiento serio” para la gran cantidad de jóvenes que se presentan como candidatos al sacerdocio. En este mismo encuentro, el Santo Padre se refirió a la Sagrada Liturgia: “estas celebraciones eclesiales son festivas y alegres, manifestando el fervor de los fieles, felices de estar juntos, como Iglesia, para alabar al Señor. Es esencial, por tanto, que la alegría demostrada no sea un obstáculo, sino un medio, para entrar en diálogo y comunión con Dios a través de una verdadera interiorización de las estructuras y las palabras que componen la liturgia, con el fin de que ésta refleje realmente lo que sucede en el corazón de los creyentes, en una unión real con todos los participantes. Un signo elocuente de ello es la dignidad de las celebraciones, sobre todo cuando tienen lugar con gran afluencia de participantes”. Hay que reconocer, llegados a este punto, que Monseñor Guido Marini y sus colaboradores han llevado a la práctica, con fidelidad y eficacia, estas directivas del Papa para las celebraciones litúrgicas en África.


Esta misma claridad y sabiduría del Santo Padre se reflejó en el encuentro que mantuvo con los obispos de Angola, a los que dirigió un discurso en el que afirmó que “frente a un relativismo difuso que no reconoce nada como definitivo y tiende más bien a tomar como criterio último el yo personal y los propios caprichos, nosotros proponemos otra medida: el Hijo de Dios, que es también verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. El cristiano de fe adulta y madura no es alguien que sigue la ola de la moda y las últimas novedades, sino quien vive profundamente arraigado en la amistad de Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno, y nos da el criterio para discernir entre la verdad y el error”.


En la homilía de la Misa que celebró en Yaoundé, en la Solemnidad de San José, el Papa advirtió sobre los riesgos que corre la sociedad africana si no reconoce al verdadero Autor de la vida. Y, en ese contexto, los llamó a defender la familia (la cual pasa por un período difícil “que superará gracias a su fidelidad a Dios”) y la vida (ya que “todo ser humano, por pequeño y pobre que sea, es creado «a imagen y semejanza de Dios». Tiene que vivir. La muerte no ha de prevalecer sobre la vida”). Al final de esa Santa Misa, el Pontífice entregó a los obispos el texto del Instrumentum Laboris de la Asamblea especial para África del Sínodo que tendrá lugar en Roma, el próximo mes de octubre. A ese mismo texto hizo referencia en el discurso que pronunció esa misma tarde ante el Consejo especial del Sínodo, donde el Papa teólogo afirmó: “Sería bueno que vuestros teólogos siguieran hoy explorando la hondura del misterio trinitario y su significado para el día a día africano. Tal vez este siglo permita, con la gracia de Dios, un renacer en vuestro Continente, aunque ciertamente de una forma nueva, de la prestigiosa Escuela de Alejandría. ¿Por qué no esperar que, de este modo, se pueda ofrecer a los Africanos de hoy, y a la Iglesia universal, grandes teólogos y maestros espirituales que contribuyan a la santificación de los habitantes de este Continente y de toda la Iglesia?”.


Al encontrarse en Camerún con sacerdotes, religiosos, seminaristas y catequistas, Benedicto XVI habló del seguimiento de Cristo como servicio y, profundizando en ese tema, afirmó: “No se trata de ser un servidor mediocre, sino un siervo «fiel y juicioso». La unión de estos dos adjetivos no es casual: sugiere que tanto la inteligencia sin lealtad como la fidelidad sin sabiduría son cualidades insuficientes. La una sin la otra no permiten asumir plenamente la responsabilidad que Dios nos confía”. En un encuentro similar celebrado en Angola, el Papa Ratzinger habló de la necesidad de llevar el Evangelio a quienes no lo conocen y dejó bien claro que no se trata de una opción sino de una obligación: “Muchos de vuestros compatriotas viven temerosos de los espíritus, de los poderes nefastos de los que creen estar amenazados; desorientados, llegan a condenar a niños de la calle y también a los más ancianos, porque, según dicen, son brujos. ¿Quién puede ir a anunciarles que Cristo ha vencido a la muerte y a todos esos poderes oscuros? Algunos objetan: « ¿Porqué no los dejamos en paz? Ellos tienen su verdad; nosotros, la nuestra. Intentemos convivir pacíficamente, dejando a cada uno como es, para que realice del mejor modo su autenticidad». Pero, si nosotros estamos convencidos y tenemos la experiencia de que sin Cristo la vida es incompleta, le falta una realidad, que es la realidad fundamental, debemos también estar convencidos de que no hacemos ninguna injusticia a nadie si les mostramos a Cristo y le ofrecemos la posibilidad de encontrar también, de este modo, su verdadera autenticidad, la alegría de haber encontrado la vida. Es más, debemos hacerlo, es nuestra obligación ofrecer a todos esta posibilidad de alcanzar la vida eterna.”


Los temas de la reconciliación, la justicia y la paz, cosas tan necesarias en el continente africano, estuvieron presentes en casi todas las intervenciones del Santo Padre. Pero habló especialmente de ello al pisar el suelo angoleño cuando, luego de recordar que también él vivió la experiencia de la guerra, se mostró sensible “al diálogo entre los hombres como medio para superar toda forma de conflicto y tensión, y para hacer de cada Nación –y por tanto también de vuestra Patria– una casa de paz y hermandad”. Retomó el tema ante el Cuerpo Diplomático donde afirmó que “ha llegado para África el tiempo de la esperanza”. Allí, una vez más, habló en defensa de la familia y de la vida: “Qué amarga es la ironía de aquellos que promueven el aborto como una cura de la salud «materna». Qué desconcertante resulta la tesis de aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de salud reproductiva”. Palabras, estas últimas, que recorrieron una vez más el mundo, ya que muchos periodistas recordaron que había un Pontífice visitando un continente olvidado y se vieron en la obligación de atacarlo por promover posturas tan “peligrosas”.


Sin quitar importancia a los discursos que el Papa dirigió ante la comunidad musulmana, el mundo del sufrimiento y los movimientos de promoción de la mujer, quisiéramos destacar especialmente el encuentro con los jóvenes. Allí, el Santo Padre, en un auténtico diálogo con los jóvenes angoleños, les recordó que el futuro es Dios y los animó a dar la vida por amor: “no tengáis miedo de tomar decisiones definitivas. Generosidad no os falta, lo sé. Pero frente al riesgo de comprometerse de por vida, tanto en el matrimonio como en una vida de especial consagración, sentís miedo: «El mundo vive en continuo movimiento y la vida está llena de posibilidades. ¿Podré disponer en este momento por completo de mi vida sin saber los imprevistos que me esperan? ¿No será que yo, con una decisión definitiva, me juego mi libertad y me ato con mis propias manos?» Éstas son las dudas que os asaltan y que la actual cultura individualista y hedonista exaspera. Pero cuando el joven no se decide, corre el riesgo de seguir siendo eternamente niño. Yo os digo: ¡Ánimo! Atreveos a tomar decisiones definitivas, porque, en verdad, éstas son las únicas que no destruyen la libertad, sino que crean su correcta orientación, permitiendo avanzar y alcanzar algo grande en la vida. Sin duda, la vida tiene un valor sólo si tenéis el arrojo de la aventura, la confianza de que el Señor nunca os dejará solos”.


Sí, el viaje del Santo Padre a África puede definirse como grandioso. Porque el intento de boicotear esta importante visita ha terminado en un estrepitoso fracaso. Porque el Vicario de Cristo, soportando el peso de la fatiga y el calor, una vez más ha proclamado la Verdad a pesar de toda la oposición y el odio que ésta provoca. Porque la Iglesia de África ha respondido a su Pastor participando en grandísimo número en todas las celebraciones (algo que los medios, naturalmente, han callado) y ha manifestado un amor y una devoción al Sucesor de Pedro que debería servir de ejemplo a muchos otros católicos. Porque Pedro, siguiendo el mandato del Señor, ha confirmado en la fe a sus hermanos de África y los ha exhortado a “vivir conforme a la verdad”, aunque ello signifique ser, como Cristo, signo de contradicción.

***

Todos los discursos y homilías pronunciados por el Santo Padre durante su viaje apostólico pueden verse, en español, en el sitio de la Santa Sede.

***

jueves, 19 de marzo de 2009

La Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco...

*

San José

*

En el día de su onomástico, deseamos a nuestro Santo Padre Benedicto XVI que, por la intercesión de San José, el Señor lo proteja, lo guarde de todo mal, lo bendiga en la tierra y lo defienda de sus enemigos.


Oramos también por su peregrinación apostólica a África y por los frutos espirituales que ya están manifestándose en aquellas regiones y que suscitan, como de costumbre, el odio y la violencia de las fuerzas del mal que no pueden soportar que, aún hoy, multitudes de hombres y mujeres, como en los inicios de la Iglesia (cfr. Hechos 5, 15), busquen ser cubiertos por la sombra de Pedro, "una sombra buena, una sombra de curación porque, en definitiva, proviene precisamente de Cristo mismo" (Homilía de Benedicto XVI en el Domingo de la Divina Misericordia).


Al mismo tiempo, invocamos al Glorioso Patriarca San José rogándole por la Santa Iglesia, en estos tiempos difíciles y turbulentos, en estos tiempos en los que se muestran sorprendentemente actuales las palabras que León XIII escribía hace 120 años: “Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino" (Encíclica “Quamquam pluries”).


En aquel entonces, el Papa León XIII dispuso que toda la Iglesia invocara a San José con una especial oración que ahora, también nosotros, elevamos al Santo Patrono de la Iglesia Católica.


***

A Vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación; y, después de invocar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos volváis benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades.Proteged, oh providentísimo Custodio de la Sagrada Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y corrupción; asistidnos propicio, desde el Cielo, fortísimo libertador nuestro en esta lucha con el poder de las tinieblas; y, como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús del inminente peligro de su vida, así, ahora, defended la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir y piadosamente morir y alcanzar en el Cielo la eterna felicidad. Amén.

***

lunes, 16 de marzo de 2009

Un extraordinario discurso y una bella iniciativa

*

BENEDICTO

*

El Papa Benedicto XVI ha pronunciado hoy un importantísimo discurso sobre el sacerdocio ministerial y ha anunciado un Año Sacerdotal que se celebrará desde el 19 de junio de este año hasta el 19 de junio de 2010. Ofrecemos nuestra traducción del comunicado de la Santa Sede acerca de esta iniciativa y del texto completo del discurso del Santo Padre.

***


Comunicado: convocatoria del Año Sacerdotal


Con ocasión del 150º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, Juan María Vianney, Su Santidad ha anunciado esta mañana que, desde el 19 de junio de 2009 hasta el 19 de junio de 2010, se celebrará un especial Año Sacerdotal que tendrá como tema: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”. El Santo Padre lo abrirá presidiendo la celebración de las Vísperas el 19 de junio, solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús y Jornada de santificación sacerdotal, con la presencia de la reliquia del Cura de Ars llevada por el Obispo de Belley-Ars; lo cerrará el 19 de junio de 2010 tomando parte en un “Encuentro Mundial Sacerdotal” en la Plaza San Pedro.


Durante este Año jubilar, Benedicto XVI proclamará a San Juan María Vianney “Patrono de todos los sacerdotes del mundo”. Además, será publicado el “Directorio para los Confesores y Directores Espirituales” junto a una colección de textos del Sumo Pontífice sobre los temas esenciales de la vida y de la misión sacerdotal en la época actual.


La Congregación para el Clero, en acuerdo con los Ordinarios diocesanos y con los Superiores de los Institutos religiosos, se preocupará de promover y coordinar las diversas iniciativas espirituales y pastorales que serán puestas en marcha para hacer percibir cada vez más la importancia del rol y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea, como también la necesidad de fortalecer la formación permanente de los sacerdotes vinculándola a la de los seminaristas.

***


Discurso del Santo Padre a la Congregación para el Clero


Señores Cardenales, Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,


Me complace poder recibirlos en una especial audiencia en la vigilia de mi partida a África, donde iré para entregar el Instrumentum laboris de la Segunda Asamblea Especial del Sínodo para África que se realizará aquí, en Roma, en el próximo octubre. Doy las gracias al Prefecto de la Congregación, el Señor Cardenal Claudio Hummes, por las gentiles expresiones con las que ha interpretado los sentimientos comunes y les agradezco por la bella carta que me han escrito. Junto a él, saludo a todos ustedes, Superiores, Oficiales y Miembros de la Congregación, con gratitud por todo el trabajo desarrollado en servicio de un sector tan importante de la vida de la Iglesia.


El tema que han elegido para esta Plenaria – “La identidad misionera del presbítero en la Iglesia, como dimensión intrínseca del ejercicio de los tria munera” – ofrece algunas reflexiones para el trabajo de estos días y para los abundantes frutos que seguramente traerá. Si toda la Iglesia es misionera y si cada cristiano, en virtud del Bautismo y la Confirmación, recibe quasi ex officio (cfr. CATIC, 1305) el mandato de profesar públicamente la fe, el sacerdocio ministerial, también desde este punto de vista, se distingue ontológicamente, y no sólo por grado, del sacerdocio bautismal, llamado también sacerdocio común. Del primero, de hecho, es constitutivo el mandato apostólico: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación” (Mc. 16, 15). Este mandato no es, lo sabemos, un simple encargo confiado a colaboradores; sus raíces son más profundas y deben ser buscadas mucho más lejos.


La dimensión misionera del presbítero nace de su configuración sacramental con Cristo Cabeza, la cual lleva consigo, como consecuencia, una adhesión cordial y total a aquello que la tradición eclesial ha identificado como la apostolica vivendi forma. Ésta consiste en la participación en una “vida nueva” espiritualmente entendida, en aquel “nuevo estilo de vida” que ha sido inaugurado por el Señor Jesús y ha sido hecho propio por los Apóstoles. Por la imposición de las manos del Obispo y la oración consecratoria de la Iglesia, los candidatos se convierten en hombres nuevos, se convierten en “presbíteros”. En esta luz, se muestra claramente que los tria munera son, en primer lugar, un don y sólo consecuentemente un oficio; en primer lugar, una participación en una vida y, por eso, una potestas. Ciertamente, la gran tradición eclesial ha desvinculado con justicia la eficacia sacramental de la concreta situación existencial de cada sacerdote, y de este modo son adecuadamente salvaguardadas las legítimas expectativas de los fieles. Pero esta justa puntualización doctrinal no quita nada a la necesaria, más aún indispensable, tensión hacia la perfección moral que debe haber en todo corazón auténticamente sacerdotal.


Precisamente para favorecer esta tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual principalmente depende la eficacia de su ministerio, he decidido convocar un especial “Año Sacerdotal” que irá desde el 19 de junio próximo hasta el 19 de junio de 2010. Se recuerda, de hecho, el 150º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, Juan María Vianney, verdadero ejemplo de Pastor al servicio de la grey de Cristo. Será tarea de vuestra Congregación, en acuerdo con los Ordinarios diocesanos y con los Superiores de los Institutos religiosos, promover y coordinar las diversas iniciativas espirituales y pastorales que parezcan útiles para hacer percibir cada vez más la importancia del rol y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea.


La misión del presbítero, como demuestra el tema de la plenaria, tiene lugar “en la Iglesia”. Esta dimensión eclesial, de comunión, jerárquica y doctrinal es absolutamente indispensable para toda auténtica misión y, por sí sola, garantiza la eficacia espiritual. Los cuatro aspectos mencionados deben ser siempre reconocidos como íntimamente relacionados: la misión es “eclesial” porque nadie se anuncia o lleva a sí mismo, sino que, dentro y a través de la propia humanidad, cada sacerdote debe ser bien consciente de llevar a Otro, Dios mismo, al mundo. Dios es la única riqueza que, en definitiva, los hombres desean encontrar en un sacerdote. La misión es “de comunión” porque se desarrolla en una unidad y comunión que sólo secundariamente tiene también aspectos relevantes de visibilidad social. Éstos, por otra parte, derivan esencialmente de aquella intimidad divina de la cual el sacerdote está llamado a ser experto para poder conducir, con humildad y confianza, las almas que se le han confiado al mismo encuentro con el Señor. Finalmente, las dimensiones “jerárquica” y “doctrinal” sugieren recordar la importancia de la disciplina (el término se relaciona con “discípulo”) eclesiástica y de la formación doctrinal, y no sólo teológica, inicial y permanente.


La conciencia de los radicales cambios sociales de las últimas décadas debe movilizar las mejores energías eclesiales para cuidar la formación de los candidatos al ministerio. En particular, debe estimular la constante solicitud de los Pastores hacia sus primeros colaboradores, sea cultivando relaciones humanas verdaderamente paternas, sea preocupándose de su formación permanente, especialmente en el aspecto doctrinal y espiritual. La misión tiene sus raíces, de modo especial, en una buena formación, desarrollada en comunión con la ininterrumpida Tradición eclesial, sin cortes ni tentaciones de discontinuidad. En este sentido, es importante favorecer en los sacerdotes, sobre todo en las jóvenes generaciones, una correcta recepción de los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II, interpretados a la luz de todo el bagaje doctrinal de la Iglesia. Es urgente, también, recuperar aquella conciencia que impulsa a los sacerdotes a estar presentes, identificables y reconocibles, sea por el juicio de fe, sea por las virtudes personales, sea también por el hábito, en los ámbitos de la cultura y de la caridad, desde siempre en el corazón de la misión de la Iglesia.


Como Iglesia y como sacerdotes anunciamos a Jesús de Nazareth, Señor y Cristo, crucificado y resucitado, Soberano del tiempo y de la historia, en la feliz certeza de que esta verdad coincide con las expectativas más profundas del corazón humano. En el misterio de la encarnación del Verbo, en el hecho de que Dios se hizo hombre como nosotros, está el contenido y el método del anuncio cristiano. La misión tiene aquí su verdadero centro propulsor: en Jesucristo, precisamente. La centralidad de Cristo lleva consigo la justa valorización del sacerdocio ministerial, sin el cual no habría Eucaristía ni, mucho menos, la misión y la misma Iglesia. En este sentido, es necesario vigilar para que las “nuevas estructuras” u organizaciones pastorales no sean pensadas para un tiempo en el cual se debería “prescindir” del ministerio ordenado, partiendo de una interpretación errónea de la justa promoción de los laicos, porque en ese caso se pondrían los presupuestos para la ulterior dilución del sacerdocio ministerial y las eventuales supuestas “soluciones” llegarían a coincidir con las causas reales de las problemáticas contemporáneas ligadas al ministerio.


Estoy seguro de que, en estos días, el trabajo de la Asamblea plenaria, bajo la protección de la Mater Ecclesiae, podrá profundizar en estos breves puntos que me permito señalar a la atención de los Señores Cardenales y de los Arzobispos y Obispos, invocando sobre todos la copiosa abundancia de los dones celestiales, en prenda de los cuales imparto a ustedes, y a sus seres queridos, una especial y afectuosa Bendición Apostólica.

***

Texto original: Papa Ratzinger Blog


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

sábado, 14 de marzo de 2009

El valiente análisis de Monseñor Ranjith

*

Mons. Ranjith

*

En una entrada anterior, informábamos que Monseñor Ranjith, Secretario de la Congregación para el Culto Divino, había escrito el prólogo para la edición inglesa del libro “El Cardenal Ferdinando Antonelli y el desarrollo de la reforma litúrgica desde 1948 hasta 1970” de Monseñor Nicola Giampietro. Ahora ofrecemos nuestra traducción del texto completo de este prólogo en el cual Monseñor Ranjith, con gran valentía, realiza un análisis preciso de la reforma litúrgica post-conciliar, planteando la gran necesidad de reformar la misma reforma.

***

¿Hasta qué punto la reforma litúrgica post-conciliar refleja en verdad a la “Sacrosanctum Concilium”, la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia? Esta es una cuestión que a menudo ha sido debatida en los círculos eclesiásticos desde el mismo momento en que el Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia culminó su trabajo. En las últimas dos décadas, ha sido debatida incluso con mayor intensidad. Y mientras algunos han sostenido que lo realizado por el Consilium estuvo en línea con aquel gran documento, otros se han mostrado totalmente en desacuerdo.


En la búsqueda de una respuesta a esta cuestión, debemos tener en cuenta la atmósfera turbulenta de los años que siguieron inmediatamente al Concilio. En su decisión de convocar el Concilio, el Papa Juan XXIII había deseado que la Iglesia se preparara para el nuevo mundo que estaba emergiendo tras la desgracia de los desastrosos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Él previó proféticamente el surgimiento de una fuerte corriente de materialismo y secularismo a partir de las orientaciones nucleares de la era precedente, que había estado marcada por el espíritu de la ilustración, y en la que los valores tradicionales de la antigua visión del mundo ya habían comenzado a ser sacudidos. La revolución industrial, junto con sus tendencias filosóficas antropocéntricas y subjetivistas, especialmente las derivadas de la influencia de Kant, Hume y Hegel, llevaron al surgimiento del marxismo y del positivismo. Esto también provocó la aparición de la crítica bíblica, relativizando hasta cierto punto la veracidad de las Sagradas Escrituras, lo que por su parte tuvo influencias negativas en la teología, generando una actitud que cuestionaba la objetividad de la Verdad establecida y la utilidad de defender las tradiciones e instituciones eclesiásticas. Algunas escuelas de teología se atrevieron incluso a cuestionar doctrinas básicas de la Iglesia. En realidad, el Modernismo ya había sido anteriormente una fuente de peligro para la fe. Es en este escenario que el Papa Juan XXIII sintió que necesitaban encontrarse respuestas más convincentes.


El llamado del Papa a un aggiornamento asumió entonces el carácter de una búsqueda de fortificación de la fe, en orden a hacer más efectiva la misión de la Iglesia y ser capaces de responder convincentemente a estos desafíos. No fue, ciertamente, un llamado a caminar según el espíritu de los tiempos, un ponerse pasivamente a la deriva, ni tampoco un llamado a realizar un nuevo comienzo de la Iglesia, sino un llamado a hacer que el mensaje del Evangelio sirviera de mayor respuesta a las cuestiones difíciles que la humanidad enfrentaría en la era post-moderna. El Papa explicaba el ethos detrás de su decisión cuando declaró: “hoy, la Iglesia está siendo testigo de una crisis dentro de la sociedad. Al tiempo que la humanidad está al borde de una nueva era, aguardan a la Iglesia tareas de una inmensa gravedad y amplitud, como en los más trágicos períodos de su historia. Es cuestión, en definitiva, de poner al mundo moderno en contacto con las energías vivificantes y perennes del Evangelio… a la vista de un doble espectáculo – un mundo que revela una grave pobreza espiritual, y la Iglesia de Cristo, que aún vibra con vitalidad - nosotros… hemos sentido inmediatamente la urgencia del deber de convocar a nuestros hijos para dar a la Iglesia la posibilidad de contribuir más eficazmente a la solución de los problemas de la era moderna” (Constitución Apostólica “Humanae Salutis”, 25 de diciembre de 1961). El Papa continuaba: “el Concilio que se aproxima se reunirá en un momento en el que la Iglesia encuentra muy vivo el deseo de fortificar su fe y de contemplarse a sí misma en su propia sobrecogedora unidad. Al mismo tiempo, siente urgente el deber de dar una mayor eficiencia a su sana vitalidad y de promover la santificación de sus miembros, la difusión de la Verdad revelada, la consolidación de sus organismos” (ibíd.).


Entonces, el Concilio fue básicamente una llamada a un fortalecimiento de la Iglesia desde adentro en orden a prepararla mejor para su misión en medio de las realidades del mundo moderno. Subyacente a estas palabras, estaba también el sentido de estima que el Papa sentía hacia lo que la Iglesia ya era entonces. Las palabras “vibrante con vitalidad” usadas por el Papa para definir el status de la Iglesia en aquel momento, no dejan ver, por cierto, ningún sentido de pesimismo, como si el Papa despreciara el pasado o lo que la Iglesia había conseguido hasta entonces. Es por esto que no se puede pensar justificadamente que, con el Concilio, el Papa haya llamado a un nuevo comienzo. Tampoco fue un llamado a la Iglesia a “des-clasificarse” a sí misma, cambiando o abandonando totalmente sus tradiciones antiquísimas, quedando, por así decir, absorbida por la realidad del mundo que la rodea. De ninguna forma se pidió el cambio por el cambio en sí sino sólo en orden a fortalecer y preparar mejor a la Iglesia para enfrentarse con los nuevos desafíos. En resumen, el Concilio nunca fue llamado a ser una aventura sin rumbo. Se quiso que fuera una experiencia verdaderamente pentecostal.


Aún así, y no obstante lo mucho que los Papas que guiaron este evento insistieron en la necesidad de un verdadero espíritu de reforma, fiel a la naturaleza esencial de la Iglesia, e incluso cuando el Concilio mismo produjo tan bellas reflexiones teológicas y pastorales como Lumen Gentium, Dei Verbum, Gaudium et Spes y Sacrosanctum Concilium, lo que sucedió fuera del Concilio – especialmente dentro de la sociedad en su conjunto y al interno de su círculo de liderazgo filosófico y cultural – comenzó a influenciar negativamente a la Iglesia, creando tendencias que fueron dañinas para su vida y su misión. Estas tendencias, que en ocasiones fueron incluso representadas más virulentamente por ciertos círculos de dentro de la Iglesia, no estaban necesariamente conectadas con las orientaciones o las recomendaciones de los documentos del Vaticano II. Pero de todas formas fueron capaces de sacudir los fundamentos de la fe y de las enseñanzas de la Iglesia en una medida sorprendente. La fascinación de la sociedad con un exagerado sentido de la libertad individual y su inclinación al rechazo de lo permanente o absoluto, junto con otros pensamientos mundanos, tuvieron influencia en la Iglesia, y a menudo fueron justificados en nombre del Concilio. Esta visión también relativizó la Tradición, la veracidad de la doctrina desarrollada, y tendió a idolizar todo lo nuevo. Contenía consigo fuertes tendencias favorables al relativismo y al sincretismo religioso. Para ellos, el Concilio tenía que ser una suerte de nuevo comienzo para la Iglesia. El pasado había terminado su curso. Conceptos básicos y temas como el Sacrificio y la Redención, la misión, la proclamación y la conversión, la adoración como un elemento integral de la Comunión, y la necesidad de la Iglesia para la salvación – todos fueron dejados de lado; mientras que el diálogo, la inculturación, el ecumenismo, la Eucaristía como “Banquete”, la evangelización como “testimonio”, etc., se tornaron más importantes. Fueron despreciados valores absolutos.


El Cardenal Joseph Ratzinger se refirió a este siempre creciente espíritu de relativismo: para él, al verdadero Concilio “se contrapuso, ya durante las sesiones y con mayor intensidad en el período posterior, un sedicente «espíritu del Concilio», que es en realidad su verdadero «antiespíritu». Según este pernicioso anti-espíritu (Konils-Ungeist en alemán), todo lo que es «nuevo»… sería siempre en cualquier circunstancia mejor que lo que se ha dado en el pasado o lo que existe en el presente. Es el antiespíritu, según el cual la historia de la Iglesia debería comenzar con el Vaticano II, considerado como una especie de punto cero” (Informe sobre la fe, 1985). El Cardenal descartaba esta visión como falsa ya que “el Vaticano II no quería ciertamente «cambiar» la fe sino reproponerla de manera eficaz” (ibíd.). También afirmaba que, de hecho, “el Concilio no siguió el derrotero que Juan XXIII había esperado”. Y declaraba que “es necesario también reconocer que – al menos hasta ahora – no ha sido escuchada la plegaria del papa Juan para que el Concilio significase un nuevo salto adelante, una vida y una unidad renovadas para la Iglesia” (ibíd.). Éstas son palabras duras, pero yo diría también muy verdaderas, ya que el espíritu de una exagerada libertad teológica apartó, por así decirlo, al mismo Concilio de sus metas declaradas.


El Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia tampoco estuvo exento de ser influenciado por este incontenible maremoto del llamado deseo de “cambio” y “apertura”. Posiblemente, algunas de las mencionadas tendencias relativizantes influenciaron también a la Liturgia, minando la centralidad, la sacralidad y el sentido del misterio, y también minando el valor de aquello que la vida litúrgica eclesial había llegado a ser mediante la continua acción del Espíritu Santo en la bimilenaria historia de la Iglesia. Un exagerado sentido de búsqueda de lo antiguo, el antropologismo, la confusión de los roles entre los ordenados y los no ordenados, una ilimitada provisión de espacio para la experimentación – y, de hecho, la tendencia a mirar con suficiencia algunos aspectos de la evolución de la liturgia en el segundo milenio – fueron cada vez más visibles entre ciertas escuelas litúrgicas.


Los liturgistas también tendieron a seleccionar aquellas secciones de la Sacrosanctum Concilium que parecían dar más cabida al cambio o a la novedad, ignorando las demás. Por otra parte, existía un enorme sentido de prisa por efectuar y legalizar los cambios. Se tendió a dar mucho espacio a una forma de mirar a la Liturgia demasiado horizontal. Las normas del Concilio que tendían a restringir tal creatividad, o que eran favorables a “la forma tradicional”, parecieron ser ignoradas. Peor aún, algunas prácticas que Sacrosanctum Concilium no había ni siquiera contemplado fueron permitidas en la liturgia, como la Misa versus populum, la Santa Comunión en la mano, el dejar de lado tanto el latín como el canto gregoriano en favor de cantos e himnos en vernáculo sin mucho espacio para Dios, y la extensión más allá de cualquier límite razonable de la facultad de concelebrar en la Santa Misa. También hubo una extremadamente mala interpretación del principio de “participación activa” (actuosa participatio).


Todo esto tuvo su efecto en la obra del Consilium. Aquellos que guiaron el proceso de cambio, tanto dentro del Consilium como luego en la Sagrada Congregación de Ritos, estuvieron ciertamente influenciados por todas estas tendencias novedosas. No todo lo que ellos introdujeron fue negativo. Mucho del trabajo realizado fue digno de elogio. Pero también se dejó mucho espacio para la experimentación y para la interpretación arbitraria. Estas “libertades” fueron explotadas hasta su máxima expresión por algunos “expertos” litúrgicos, lo que condujo a demasiada confusión. El Cardenal Ratzinger explica cómo “uno se estremece ante el rostro deslucido de la liturgia post-conciliar como ha llegado a ser, o uno se aburre con su banalidad y su falta de standards artísticos…” (La Fiesta de la Fe, 1986). Esto no es para dejar toda la responsabilidad de lo sucedido únicamente en los miembros del Consilium, pero algunas de sus aproximaciones eran “débiles”. De hecho, hubo un espíritu general de “ceder” acríticamente en ciertos puntos al espíritu de muchedumbre entusiasta de la época, incluso dentro de la Iglesia, más visiblemente en algunos sectores y regiones geográficas. Algunos de los que tenían autoridad en la Sagrada Congregación de Ritos también mostraron signos de debilidad en este asunto. Se concedieron demasiados indultos sobre ciertos requerimientos de las normas.


Naturalmente, el “espíritu de libertad” al que algunos sectores de peso en la Iglesia dieron rienda suelta en nombre del Concilio, incluso haciendo vacilar a los que tomaban decisiones importantes, condujo a mucho desorden y confusión, algo que no buscaron ni el Concilio ni los Papas que lo guiaron. La triste afirmación del Papa Pablo VI durante la tormentosa década del ’70, “el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia” (Homilía del 29 de junio de 1972, Fiesta de San Pedro y San Pablo), o sus comentarios acerca de las excusas de algunos para impedir la evangelización “sobre la base de ciertas enseñanzas del Concilio” (Evangelii Nuntiandi 80) muestran cómo este anti-espíritu del Concilio hizo más dolorosas sus labores.


A la luz de todo esto, y de algunas consecuencias problemáticas para la Iglesia hoy, es necesario descubrir cómo emergió la reforma litúrgica post-conciliar, y qué figuras o actitudes causaron la presente situación. Es una necesidad a la que, en nombre de la verdad, no podemos renunciar. El Cardenal Ratzinger analizó así la situación: “estoy convencido de que la crisis que estamos experimentando en la Iglesia se debe en gran medida a la desintegración de la Liturgia… cuando la comunidad de fe, la unidad de la Iglesia en todo el mundo y su historia, y el misterio de Cristo Vivo no son ya visibles en la Liturgia, ¿dónde más va a ser la Iglesia visible en su esencia espiritual? Entonces, la comunidad se celebra solamente a sí misma, una actividad que es completamente infructuosa” (Joseph Ratzinger, “Memorias”, 1998). Como decíamos antes, cierta debilidad por parte de aquellos responsables y la atmósfera de relativismo teológico, junto con el sentido de fascinación por la novedad, el cambio, el antropocentrismo, el acento en la subjetividad y el relativismo moral, además de la noción de libertad individual que caracterizó a la sociedad en su conjunto, minaron los valores establecidos de la fe y causaron este deslizamiento hacia la anarquía litúrgica sobre la que hablaba el Cardenal.


Las notas escritas por el Cardenal Antonelli toman, entonces, nueva significación. El Cardenal Antonelli, uno de los miembros más eminentes y más cercanamente involucrados del Consilium que supervisó el proceso de reforma, puede ayudarnos a comprender las polarizaciones internas que influenciaron en las distintas decisiones de la reforma y puede ayudarnos también a tener el coraje de mejorar o cambiar lo que fue introducido erróneamente y que parece ser incompatible con la verdadera dignidad de la Liturgia. El Padre Antonelli ya había sido miembro de la Pontificia Comisión para la Reforma Litúrgica creada por el Papa Pío XII el 28 de mayo de 1948. Fue esta comisión la que trabajó en la reforma de la Liturgia de la Semana Santa y de la Vigilia Pascual, reforma que fue tratada por la misma con mucho cuidado. Esa misma comisión fue reconstituida por el Papa Juan XXIII en mayo de 1960 y, tiempo después, el Padre Antonelli formó parte del grupo que trabajó en la redacción de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium. Por todo esto, él estuvo muy cercanamente involucrado en el trabajo de reforma desde sus mismos principios.


Con todo, su rol en el movimiento de reforma parece haber sido en gran parte desconocido hasta que el autor de este libro, “El Cardenal Ferdinando Antonelli y el desarrollo de la reforma litúrgica desde 1948 hasta 1970”, Monseñor Nicola Giampietro, tuvo acceso a sus notas personales y decidió presentarlas en un estudio. Este estudio, que fue también la disertación para el doctorado de Monseñor Giampietro en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo en Roma, nos ayuda a comprender los complejos trabajos internos de la reforma litúrgica previos e inmediatamente posteriores al Concilio. Las notas del Cardenal Antonelli revelan a un gran hombre de fe y de la Iglesia que se esfuerza por conformarse con algunas de las corrientes que influenciaron el trabajo del Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia. Lo que escribió en este diario revela cándidamente sus sentimientos de gozo pero también de dolor y a veces de miedo ante la forma en que las cosas se estaban haciendo, las actitudes de algunos de los personajes principales, y el sentido aventurero que caracterizó a algunos de los cambios que fueron introducidos. Este libro está bien hecho. Ha sido citado por el mismo Cardenal Joseph Ratzinger en un artículo que escribió en la bien conocida revista litúrgica “La Maison-Dieu”, titulado “Respuesta del Cardenal Ratzinger al Padre Gy” (La Maison-Dieu, 230, 2002/2, p. 116). Sobre todo, es un oportuno estudio que nos ayudará a ver el otro lado de las presentaciones más que eufóricas de la reforma conciliar por parte de otros autores contemporáneos.


La publicación en inglés de este interesante estudio contribuirá grandemente, estoy seguro, al ya existente debate sobre la reforma litúrgica post-conciliar. Lo que más claro queda al lector de este estudio es lo que el Cardenal Joseph Ratzinger declaró: “el verdadero tiempo del Vaticano II aún no ha llegado” (Informe sobre la fe, 1985). La reforma debe continuar. Una necesidad inmediata parece ser la reforma del Misal reformado de 1969, dado que un número de cambios que se originaron con la reforma post-conciliar parecen haber sido introducidos con precipitación e irreflexivamente, como declara repetidamente el mismo Cardenal Antonelli. Se necesita corregir la dirección, para que los cambios se hagan verdaderamente en línea con la misma Sacrosanctum Concilium, y se debe ir incluso más lejos, según el espíritu de nuestro propio tiempo.


Y lo que nos impele a tales cambios no es meramente el deseo de corregir los errores pasados sino la necesidad de ser fieles a lo que la Liturgia es y significa para nosotros, y a lo que el Concilio mismo definió que la liturgia es. Porque, como declaró el Cardenal Ratzinger, “la cuestión de la Liturgia no es periférica: el Concilio mismo nos recuerda que en ésta tratamos con el corazón mismo de la fe cristiana” (ibíd.). Lo que necesitamos hoy es no sólo comprometernos en una honesta valoración de lo que sucedió sino también tomar decisiones audaces y valientes para poner el proceso en movimiento. Necesitamos identificar y corregir las orientaciones y decisiones erróneas, apreciar con coraje la tradición litúrgica del pasado, y asegurar que la Iglesia redescubra las verdaderas raíces de su riqueza y grandeza espiritual, incluso si eso significa reformar a la misma reforma, asegurando así que la Liturgia se transforme verdaderamente en la “expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra” (Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Post-sinodal Sacramentum Caritatis, del 22 de febrero del 2007, 35).


Arzobispo Malcolm Ranjith

Secretario de la Cong. para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos


8 de Diciembre 2008, Fiesta de la Inmaculada Concepción de María.

***

Fuente: The New Liturgical Movement


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***