viernes, 9 de mayo de 2008

Dominus Est

pez2 ¡Es el Señor!

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Presentamos aquí un extracto del prefacio del libro Dominus Est. El autor de esta obra es el obispo auxiliar de Karaganda, Monseñor Athanasius Schneider. El prefacio es de la pluma de Monseñor Malcolm Ranjith, Secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

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En el libro del Apocalipsis, San Juan cuenta que habiendo visto y oído aquello que le había sido revelado, se postraba en adoración a los pies del Angel de Dios (cf. Ap. 22,8).

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Postrarse o arrodillarse ante la majestad de la presencia de Dios, en humilde adoración, era un hábito de reverencia que Israel manifestaba siempre ante a presencia del Señor. Dice el primer libro de los Reyes: “Cuando hubo acabado Salomón de hacer esta oración y súplica, levantóse de delante del altar del Señor, donde estaba arrodillado y con las manos tendidas al cielo, puesto en pie, bendijo a toda la asamblea de Israel” (1 Reyes 8, 54-55). La postura de la súplica del Rey es clara: estaba arrodillado delante del altar.

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La misma tradición se encuentra también en el Nuevo Testamento donde vemos a Pedro ponerse de rodillas delante de Jesús (cf Lc 5,8); Jairo para pedirle que cure a su hija (Lc 8, 41); el Samaritano cuando regresa para agradecerle y María, hermana de Lázaro, para pedirle la vida en favor de su hermano (Jn 11, 32). La misma actitud de postración ante la revelación de la presencia divina se nota generalmente en libro del Apocalipsis (Ap 5, 8, 14 y 19, 4).

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Estaba íntimamente relacionada con esta tradición la convicción que el Templo Santo de Jerusalén era la casa de Dios y por lo tanto era necesario disponerse en él en actitudes corporales expresivas de un profundo sentimiento de humildad y de reverencia en la presencia del Señor.

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También en la Iglesia, la convicción profunda de que en las especies Eucarísticas el Señor está verdadera y realmente presente, y la creciente práctica de conservar la santa comunión en los tabernáculos, contribuyó a la práctica de arrodillarse en actitud de humilde adoración al Señor en la Eucaristía.

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Efectivamente, respecto de la presencia real de Cristo en las especies Eucarísticas, el Concilio de Trento proclamó:

“después de la consagración del pan y del vino, se contiene en el saludable sacramento de la santa Eucaristía verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo las especies de aquellas cosas sensibles” (DS 1651: “in almo sanctae Eucharistiae sacramento post panis et vini consacrationem Dominum nostrum Iesum Christum verum Deum atque hominem vere, realiter et substantialiter sub specie illarum rerum sensibilium continere”).

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Además, Santo Tomás de Aquino ya había definido la Eucaristía como latens Deitas -Deidad escondida- (S. Tomás de Aquino, Inni). La fe en la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas pertenecía ya entonces a la esencia de la fe de la Iglesia Católica y era parte intrínseca de la identidad católica. Era evidente que no se podría edificar la Iglesia si esa fe fuese menoscabada en lo más mínimo.

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Por lo tanto, la Eucaristía, pan transubstanciado en Cuerpo de Cristo y vino en Sangre de Cristo, Dios en medio de nosotros, debía ser acogida con estupor, máxima reverencia y actitud de humilde adoración.

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El Papa Benedicto XVI recordando las palabras de San Agustín “Nadie come esta carne sin antes adorarla; ... pecaríamos si no la adoráramos” -nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; peccemus non adorando- (Enarrationes in Psalmos 89, 9; CCLXXXIX, 1385) subraya que “recibir la Eucaristía significa ponerse en actitud de adoración hacia Aquel que recibimos (...) sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera” (Sacramentum Caritatis, 66).

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Queda claro para quien sigue esta tradición que asumir gestos y actitudes del cuerpo y del espíritu que facilitan el silencio, el recogimiento, la humilde aceptación de nuestra pobreza delante de la infinita grandeza y santidad de Aquél que nos sale al encuentro en las especies Eucarísticas, se vuelve coherente e indispensable. El modo mejor para expresar nuestro sentimiento de reverencia hacia el Señor Eucarístico era el de seguir el ejemplo de Pedro que, como nos cuenta el Evangelio, se arrojó de rodillas delante del Señor y dijo “Señor, apártate de mí, que soy un pecador” (Lc 5, 8).

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Ahora bien, se nota que en algunas iglesias, tal práctica se hace cada vez más rara y los responsables no sólo imponen a los fieles recibir la Sagrada Eucaristía de pie, sino que incluso han sacado los reclinatorios obligando a los fieles a permanecer sentados o de pie, incluso durante la elevación de las especies Eucarísticas presentadas para la Adoración. Es extraño que tales procedimientos hayan sido adoptados en las diócesis, por los responsables de la liturgia, y en las iglesias por lo párrocos, sin la más mínima consulta a los fieles, aunque hoy se hable más que nunca, en ciertos ambientes, de democracia en la Iglesia.

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Al mismo tiempo, hablando de la Comunión en la mano es necesario reconocer que se trata de una práctica introducida abusivamente y a prisas en algunos ambientes de la Iglesia inmediatamente después del Concilio, cambiando la secular práctica anterior y volviéndose enseguida una práctica regular para toda la Iglesia. Se justificaba tal cambio diciendo que reflejaba mejor el Evangelio o la práctica antigua de la Iglesia.

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Es verdad que si se recibe en la lengua, se puede recibir también en la mano, siendo ambos órganos del cuerpo de igual dignidad. Algunos, para justificar tal práctica, se refieren a las palabras de Jesús: “Tomad y comed” (Mc 14,22; Mt 26,26). Cualesquiera sean las razones para sostener esta práctica, no podemos ignorar lo que sucede a nivel mundial en todas partes donde es adoptada. Este gesto contribuye a una gradual y creciente debilitación de la actitud de reverencia hacia las Sagradas Especies Eucarísticas. La praxis anterior en cambio preservaba mejor ese sentido de reverencia. A ella ha sucedido enseguida una alarmante falta de recogimiento y un espítiru general de distracción. Ahora se ven comulgantes que frecuentemente regresan a sus lugares como si nada de extraordinario hubiera ocurrido. Aún más distraídos se ven los niños y adolescentes. En muchos casos no se nota ese sentido de seriedad y silencio interior que deben señalar la presencia de Dios en el alma.

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El Papa habla de la necesidad de no sólo entender el verdadero y profundo significado de la Eucaristía, sino también de celebrarla con dignidad y reverencia. Dice que hay que estar conscientes “de los gestos y de las posturas, como el arrodillarse en los momentos prominentes de la oración Eucarística” (Sacramentum Caritatis, 65).

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Además de ello, hablando de la recepción de la Sagrada Comunión, invita a todos a “hacer lo posible para que el gesto en su simplicidad corresponda a su valor de encuentro personal con el Señor Jesucristo en el Sacramento” (Sacramentum Caritatis, 50).

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En esta perspectiva es de apreciar el opúsculo escrito por S.E. Mons. Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de Karaganda en Kazaquistán, bajo el muy significativo título Dominus Est. [… En él] nos presenta un excursus histórico-teólogico que aclara cómo la práctica de recibir la Sagrada Comunión en la boca y de rodillas fue acogida y practicada por la Iglesia durante un largo período de tiempo.

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Yo creo que ha llegado la hora de valorar bien la mencionada práctica y de revisar y, si fuera necesario, abandonar la práctica actual, que de hecho no fue indicada ni por la Sacrosanctum Concilium, ni por los Padres Conciliares, sino que fue aceptada después de su introducción abusiva en algunos Países. Ahora, hoy más que nunca, es necesario ayudar al fiel a renovar una viva fe en la presencia real de Cristo en las Especies Eucarísticas para reforzar así la vida de la Iglesia y defenderla en medio de las peligrosas distorsiones de fe que tal situación continúa creando.

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La razones de tal medida deben ser no tanto académicas cuanto pastorales – espirituales como litúrgicas – es decir, aquellas que edifican mejor la fe. Mons. Schneider en este sentido muestra un encomiable coraje, pues ha sabido entender el significado de las palabras de San Pablo: “pero que todo sea para edificación” (1 Cor 14,26).

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1 Comentarios:

ErmitañoUrbano ha dicho

Los felicito por la pagina.Sigan adelante difundiendo los textos de Santo Tomas de Aquino y la buena doctrina.